Miopía histórica

Carlos Herrera*

HERRERA OK La historia no es un asunto para tomarse a la ligera. Saber cómo han discurrido las cosas en el pasado es clave para construir el presente y por eso es importantísimo interpretar la historia correctamente.

¿Qué es interpretar bien la historia? Nada más que bucear con inteligencia en las relaciones de causa y efecto de la misma, esto es, separar, mediante un correcto discernimiento, las razones que originan los hechos, de los hechos mismos. ¿Para qué sirve esto? Pues para hacer que el presente, a la luz de la experiencia del pasado, pueda construirse de manera racional, evitando repetir los errores pasados y mejorando el entendimiento de las leyes que propician el avance de los pueblos. La interpretación de la historia entonces es un trabajo que debe mirar dos cosas: los datos del pasado, esto es, los hechos concretos; y las lecciones que nos deja ese pasado, esto es, un conocimiento y unas ideas.



¿Qué sabemos los bolivianos de la historia? Casi nada, a decir verdad. Y esto porque nos hemos pasado la vida pensando las cosas de manera subjetiva. Es decir, en vez de mirar lo que acontece en el mundo con objetividad, en vez de estudiar con sensatez las razones que hacen posible que los países desarrollen su ciencia, su educación y su organización social, quisimos descifrar las leyes del progreso a través de unas ideas políticas, cuya única virtud es que encajan de maravilla con nuestras frustraciones y nuestros anhelos. ¿Cuáles son esas ideas? Las ideas socialistas por supuesto, que se expresan en un rosario de clichés que arrullan nuestra pereza mental con afirmaciones como, “saldremos de la pobreza en cuanto nos liberemos de la satrapía burguesa”, o “en cuanto estaticemos los medios de producción”, o “tan pronto los líderes revolucionarios lleguen al poder”.

En otras palabras, en vez de pensar la historia y la realidad en términos de trabajo y esfuerzo propios, de riesgo y de inversión, de estudio e investigación, se nos enseñó que la felicidad y la prosperidad son asuntos que se consiguen a través de la política, esto es, tomando el poder y entregándoselo a los líderes de la revolución (hombres santos de infinita benevolencia y moralidad) para que aquellos hagan el milagro de la justicia y la prosperidad.

Así surgió también esa equivocada creencia nacional de que el desarrollo depende exclusivamente de una Constitución o de unas leyes generosas con los pobres. Una ingenuidad que reafirma que nuestra percepción de las cosas es absolutamente deficiente, porque no es exclusivamente a través de la lucha política que los pueblos prosperan (si bien la lucha política es importante en la medida en la que aporta el marco de valores y principios dentro de los cuales se desenvuelve la vida) ni quitándole el gobierno a unos y otros, ni trasladando la propiedad y la renta de manera caprichosa de un sector a otro, sino como consecuencia del desarrollo de las capacidades productivas generales, a las que se tiene que acompañar, además, con leyes de corte democrático, porque sólo en ése marco la inversión se despliega y dinamiza haciendo crecer la economía.

La idea que los demagogos de izquierda y de derecha han metido en la cabeza de la gente (Estado redistribuidor de la riqueza) es otro engaño urdido para los fines de la lucha por el poder, no para el desarrollo nacional. Los Estados no son un factor de desarrollo sino más bien de conservadurismo, porque los gobiernos tienden más a perpetuarse y a reproducirse, que a agrandar el espacio de libertades de los ciudadanos, única receta cierta para el desarrollo.

Luego tampoco se puede distribuir lo que no se tiene. Esta es otra mentira descomunal. La primera cosa que tenemos que advertir los bolivianos es que para distribuir algo, primero hay que producirlo. Lo que nosotros producimos es tan poco (incluidos los recursos gasíferos) que en verdad no es posible sacar a un país entero de la pobreza con la sola renta actual. Hay que aumentar y diversificar la producción varias veces, y esto sólo es posible si se entiende la lección de la historia, que dice que los países crecen y se desarrollan sólo en un marco de políticas de mercado y legalidad democrática. Es decir, con leyes que protejan la libertad y los derechos básicos de las personas, lo mismo que la noción de que las normas deben ser de cumplimiento general, es decir, todos deben cumplirlas, autoridades y ciudadanos.

Por eso el ofrecimiento populista que la solución a los problemas del país viene de la mano de un cambio constitucional es absolutamente demagógico. Mucho más si en esas constituciones se piensa el rol del Estado en términos del pasado, otra vez como dueño de empresas que compiten deslealmente en el mercado con el favor del monopolio y del subsidio estatal, porque aquello va en contra del crecimiento del sistema productivo de un país, ya que saca del juego al sector privado, que es donde se incuba el verdadero desarrollo de un país.

Hay que entender que las Constituciones no son más que un listado de valores y principios que sirven solamente para darle un marco al trabajo y la vida en sociedad. No son el milagro de la prosperidad, porque aquello tiene que ver más con la capacidad y la inteligencia de las personas, que con su esfuerzo y trabajo y en un marco jurídico donde prevalece el derecho individual (como ocurre en los países desarrollados) crean los bienes y servicios que hacen posible la riqueza y el ahorro de los países.

Y por eso mismo sólo las Constituciones que estimulan y protegen los derechos de las personas, y como parte importante de este esquema protegen las libertades y el derecho de propiedad, son las que sirven para salir de la pobreza y mejorar las condiciones de vida de sus pueblos. Las que se piensan para barrer con las instituciones democráticas, o para debilitar los negocios y la inversión privada, o para aumentar el poder político de los gobiernos, no permiten adelantar ni un paso a sus pueblos.

Negar el valor y la razón de las ideas democrático liberales, que son las rigen el mundo moderno (y que nosotros no hemos hecho nuestras por esa característica tan boliviana de ausencia entendimiento histórico) sólo sirve para alimentar la noche del autoritarismo y la barbarie, esto es, una vida sin prosperidad, ni libertad alguna.

*Abogado