Curzio Malaparte y la libre expresión

Winston Estremadoiro

WINSTON Cavilo deslumbrado por la prosa y el don de recordar detalles de Curzio Malaparte, cuyo “Kaputt” leo de a poquito, como saboreando chocolates sin caer en el empalago; antes había leído “La piel”. Esas obras me regalaron una dimensión desconocida de la Segunda Guerra Mundial: el contraste de suculentos ágapes detrás de las líneas, y estampas crueles de la contienda. En días que honran al 6 de junio de 1944, el desembarco en Normandía, que algunos tildan de punto decisivo de la guerra, mantengo que tal “turning point” se dio en Stalingrado, y la batalla aérea y de blindados más grande de la historia: Kursk, casi un año antes. Pero el paso de Malaparte por Rumania, Ucrania, Moldavia y Finlandia, tanto más enriquecido por el conocimiento de geografía que me dio la filatelia, ayuda a entender un tira y afloja que hoy cubre titulares.

En Italia, la desesperanza bajo el régimen fascista, luego la ocupación nazi, seguida de esperanza en las tropas aliadas, es adobada por la ironía un poco amarga de uno que fue encarcelado por Mussolini pese a ser militante fascista. Luego mandado al exilio de mirar la guerra como corresponsal, años después se volvió comunista. ¿Pasa-pasa o vuelca gorra?; no: desilusión.



En la libre expresión que le daba su calidad de intelectual, en 1931 escribió “Técnicas de golpe de Estado”, cuyo éxito en países que después habían de ser rivales del eje Berlín-Roma, le acarreó el encono de Hitler y Mussolini. Reseñas del libro bosquejan un panorama desde el 18 Brumario que encumbró a Napoleón Bonaparte, hasta la Marcha sobre Roma de Mussolini, pasando por los tumultuosos años previos a la ascensión al poder del cabo austríaco. Dicen que lo leía asiduamente el ‘Che” Guevara, quizá entre el fusilamiento de presos políticos que presidía, inmisericorde, en La Cabaña.

Obra polémica, no es del agrado de partidos o grupos políticos, sean los que fueren, tal vez al desvelar “prácticas antidemocráticas hoy encubiertas o socialmente aceptadas”. El autor intentaba reseñar “cómo se conquista un Estado moderno” y se protege el logro alcanzado. Entonces como hoy, la pugna es entre los defensores de la libertad y la democracia plasmada en el Estado parlamentario, y sus enemigos. Y vaya que éstos son varios. Empezando por Hitler y Stalin, dos dictadores hermanados por el totalitarismo y la enormidad de sus crímenes. El uno con primos hermanos en el fascismo italiano y el corporativismo militar-industrial japonés. Tan buena fue su propaganda, y la ingenuidad de un mundo soñador, que el otro engendró ‘gobiernos de cambio’ que van de Pekín a Hanoi, de Pol Pot a Fidel Castro.

El quid del Estado moderno es la representación de la voluntad del pueblo. En sistemas actuales de sufragio periódico, el elector delega su voluntad política con el voto. ¿Qué es lo que diferencia la antigua democracia de la “puka-papeleta” en recintos donde no había la celeste falangista, de la actual de aldeas donde votan hasta los muertos? Son remedos democráticos ambos: varían en la tecnología.

Sostengo que la despreocupación de la potencia dominante, EE.UU o el ‘imperio’ en la jerga actual, con su patio trasero (América Latina), quizá por la derrota en Vietnam, la soberbia después de la implosión de la Unión Soviética, y las victorias pírricas en Afganistán e Irak, hizo que Cuba llenase el vacío. Necesaria para la dictadura caribeña que había perdido subvenciones comunistas, fue cosa fácil por el sentimiento anti-yanqui latinoamericano. La toma de Venezuela a través de Hugo Chávez, la solución de su problema energético con el trueque de “misiones”, fueron previas a la resurgencia de la izquierda latinoamericana a través de un nuevo Comintern: el Foro de Sao Paulo.

El régimen de Evo Morales es uno de la camada en que la ideología fue castrista y venezolanos los recursos para lograr el poder. Fue un golpe de Estado a la Malaparte que hizo ingobernable al país, durante débiles interregnos, con montoneras de “movimientos sociales” que nada tenían de espontáneas. Tomado el poder bajo el eslogan de “gobierno de cambio”, conservarlo es la meta.

Tal como anunció Curzio Malaparte, la estrategia es concentrar esfuerzos en dos puntos sensibles de la sociedad moderna: el sector público y los medios de comunicación. Con el primero, pocos negarán el aumento desmesurado de los organismos públicos. De igual manera, el escaso desvelo por la eficiencia administrativa ha resultado en un gigantismo supernumerario de leales, que por otra parte, son fuente de ‘contribuciones voluntarias’.

Manipular las masas (términos de Ortega y Gasset) se ha vuelto cada vez más fácil con ese portento ‘imperial, neoliberal y capitalista’, que es la revolución de las comunicaciones. El control de las telecomunicaciones es el arma necesaria para la desinformación y la propaganda a favor del Gobierno.

En Bolivia, lo corrobora el paulatino avance en controlar los medios de comunicación. Primero con la red de medios paraestatales, orientándolos a mantener el lavaje cerebral de los desinformados. Luego vino la adquisición de medios de comunicación hasta entonces contestatarios; lo denunció el periodista Raúl Peñaranda en su éxito de librería “Control remoto”. Tal han logrado con dos pinzas que aprietan hasta lograr la obsecuencia: el acoso judicial y el hostigamiento tributario, con la zanahoria de los contratos publicitarios del Estado. Al presente solo quedan la Internet y las redes sociales. Con el Túpac Katari y el anunciado satélite número dos, ¿hasta cuándo será?

ANF