Ignorancia autoimpuesta

Alberto Mansueti

MANSUETTI El ausentismo electoral crece en casi todo el mundo: quienes emiten voto válido suman solo un porcentaje del total de inscritos; y muchos ni se inscriben, pese a estar habilitados.

¿Quiénes votan? Con la abundancia de “planes sociales”, y de subsidios para madres solteras, niños en la escuela, obreros desocupados, pensiones para los viejos y otros beneficiarios, las democracias populistas hacen de los comicios unos enormes mercados electorales, y del sufragio, la contraprestación de un pago en dinero, u otra clase de favor político: un empleito, una beca para la universidad, una cama de hospital para un enfermo.



¿Y quiénes no votan? En mis años de labor con Encuestas Gallup pude estudiar a los “abstencionistas” en los sondeos. En casi todos los países, el abstencionista típico no vota porque no sabe por quién votar; y no sabe, porque pese a ser muchas veces persona educada de clase media o alta, nada quiere saber acerca de política y elecciones. No tiene opiniones políticas, porque se ha autoimpuesto una voluntaria ignorancia en ese tema; es más: le repugna. Más que indiferencia o apatía, es “antipolítica”.

¿Y por qué? El motivo más aducido arroja la culpa sobre el estatismo que padecemos. El “Estado” (Gobierno y Congreso) se encarga de los más disímiles asuntos: la emisión de moneda, control del tipo de cambio, la banca y la economía, es dueño de industrias extractivas como petróleo, gas y minería, hace programas para la educación, y “políticas de salud”, dicta decretos sobre precios y salarios, ecología y cuidado del medioambiente, “la prevención del delito”, etc., etc.

Entonces: ¿Cómo hacerse una opinión acerca de si el Gobierno lo hace mal o bien, o si tal partido o candidato lo haría mejor o peor? Mucha gente que no vota lo percibe así: “habría que ser un experto en todas y cada una de esas complejas materias. Y yo no lo soy, ni tengo tiempo de ponerme a estudiarlas para formarme una opinión.” No sé a Ud., pero a mí me parece sensato. Y muy responsable.

Hay otro factor adicional, ligado al anterior: todos los partidos y candidatos son estatistas. No hay opciones liberales clásicas o conservadoras pro Gobierno Limitado. Por eso no hay gran diferencia entre las propuestas de los unos y los otros: todas estatistas. Por eso el tema de las propuestas es a menudo desplazado del debate, y lo que discuten los candidatos es: corrupción. “¿Quién es más ladrón que quién?” O sea: la politiquería toma el lugar de la política.

Y el abstencionista, con igual buen sentido, le dice al encuestador: “Yo no puedo saber si fulano, zutano o mengano son ladrones o no, no tengo pruebas; y tampoco soy policía, detective o juez de instrucción.” Más que antipolítica es antipolitiquería.

Hay por último un factor, relativo a las elecciones municipales y regionales: el centralismo. Quedan muy pocos países federales como Suiza, con entidades territoriales realmente autárquicas, incluso autónomas. Hasta en EEUU los estados regionales y municipios han perdido sus capacidades de “autonomía”, que es tener leyes propias, e incluso de “autarquía”, que es tener gobierno propio. La segunda es como la hermana menor de la autonomía, y por cierto en Bolivia ambos conceptos han sido confundidos. El caso es que sin autonomía verdadera, ni a lo menos autarquía efectiva, ¿qué interés habría en votar?

Por fin, algunos politólogos, más que explicar justifican el abstencionismo, con su teoría de “la ignorancia racional”: la influencia de un voto es marginal, dicen, por tanto es racional para un elector NO invertir tiempo, esfuerzo o dinero en adquirir información, cultura y educación política. Creo yo que no es así; cierto que la influencia de un voto es marginal, pero es determinante la influencia de las buenas o malas políticas de los gobiernos, producto de una mayoría de buenos o malos votos, sobre la vida del elector. Lo quiera o no, le guste o no, como ciudadano se afecta, positiva o negativamente. Por tanto esa ignorancia NO es tan racional; pero es tema para otro artículo.

El Día – Santa Cruz