¿Quién genera el despilfarro?

Editorial – El País (Uruguay)

TUPA Hace unos días el presidente Mujica participó de la cumbre del G77 en Bolivia, dónde volvió a ser centro de la atención mediática por su discurso. Se ha transformado en una costumbre, ya no sólo para la prensa nacional sino y en especial para la internacional, recoger y analizar las alocuciones de Mujica como si se tratara de una carta apostólica del Papa. La fama de nuestro presidente lo precede y los restantes mandatarios saben que se verán opacados (aunque seguramente no entiendan bien porqué) por el mandatario uruguayo.

El actual gobierno ciertamente no pasará a la historia por sus realizaciones. Cuando está llegando a su fin no tiene metas cumplidas y en los pocos asuntos que intentó hacer algo ha fracasado estrepitosamente, como AFE, Pluna o las relaciones con Argentina. Ante ese panorama encontró una veta inesperada; la popularidad de Mujica, no como gobernante sino como personaje, podía cruzar fronteras y hechizar al resto del mundo.



A partir de ese descubrimiento el gobierno tiró la chancleta y se dedicó en cuerpo y alma simplemente a buscar foros internacionales dónde lucir a Mujica, proclamándolo candidato al premio Nobel de la Paz. Dejando de lado lo ridículo del asunto, es una defraudación evidente de la confianza de la ciudadanía que lo eligió para gobernar, no para que The Economist le celebre sus homilías.

En su alocución en la tierra de Evo Morales, reiteró los conceptos que lo han vuelto una celebridad, entre lo políticamente correcto y errores conceptuales importantes. Por supuesto que todo ser humano bien nacido va a compartir su opinión a favor del bien y en contra del mal, en procura de una mejor civilización más solidaria y con menos hambre. El problema surge cuando esboza un diagnostico un poco más profundo. En efecto, en Bolivia se la agarró con la "cultura del despilfarro", que en su opinión es generada por el capitalismo. Afirmo que si el capitalismo "no mete (sic) una cultura de despilfarro pierde la fuente central de la acumulación" y que "otra humanidad es posible a partir de otros valores".

Este punto es central en el debate de las ideas. ¿Es realmente el capitalismo quién produce el despilfarro? Depende de la definición que tomemos de capitalismo, por eso el asunto no es sencillo. El capitalismo prebendario típico de América Latina, vale decir un estatismo apenas recubierto por algunas empresas privilegiadas legal o fácticamente por los gobiernos es despilfarrador, injusto y repudiable. Produce pobreza y exclusión y es la triste historia de buena parte de nuestro continente hasta el presente.

Pero existe otro tipo de capitalismo, el de mercado, basado en el respeto al derecho de las personas, en particular al trabajo y a la propiedad que genera crecimiento, mejora en la calidad de vida y personas cada vez mejor formadas, críticas y exigentes con sus gobiernos. Esta clase de capitalismo quizá solo se conoció en Latinoamérica en Argentina y en Uruguay en el siglo XIX, los puso en el camino de la prosperidad alcanzando un producto por habitante igual al de los países líderes del momento, pero luego a comienzos del siglo XX decidieron trágicamente seguir otro sendero.

La economía de mercado no produce ningún tipo de despilfarro, sí lo puede producir el Estado con sus intervenciones o las malas administraciones que dilapidan los recursos públicos. En una economía de mercado quien decide qué se produce y cuanto es el consumidor y las empresas están sometidas a su voluntad. A través del sistema de precios se trasmite la información para que los oferentes puedan tomar sus decisiones de producción, pero es en definitiva el público quien al decidir a quién le compra, qué precio acepta y cuánto consume el principal tomador de decisiones de la economía.

Si funciona eficientemente, esto es con reglas claras y un sólido Estado de Derecho que garantice el cumplimiento de los contratos y el respeto a los derechos de cada uno no hay lugar para el despilfarro. Las empresas irán ajustando su producción a los dictados de la gente, cada uno de nosotros con nuestras decisiones diarias en el supermercado.

Por lo tanto, una vez más el presidente Mujica, a partir de buenas intenciones, muestra una confusión conceptual grave, porque si el diagnóstico es equivocado también lo serán las propuestas.