Idea equivocada

Carlos Herrera*

HERRERA OK A esta altura de la historia debería quedar claro, para la gente con un mínimo de sentido común, que no hay progreso social ni material, es decir, más seguridad, mejores ingresos, más consumo, mejor educación y mejor salud, si no se desmitifica la idea que tiene la gente sobre la naturaleza y función del Estado.

¿Qué es en realidad el Estado? El Estado, además de un orden institucional (que es lo más obvio) es también una voluntad, pero no una voluntad desinteresada y pura, sino una voluntad absolutamente contaminada de intereses personales y sectoriales.



Ni siquiera los Estados liberales democráticos (el único orden social que carece de contradicciones sociales serias, porque todos tienen cabida en él) carece de algún tipo de contaminación, ya que quienes manejan el Estado y el gobierno son personas de carne y hueso, no ángeles celestiales, y como está en la naturaleza humana actuar de una forma interesada y pragmática, más que ética, tomar decisiones en nuestro interés por sobre el de los otros, es también algo previsible.

Es a la luz de esta verdad de Perogrullo que los teóricos liberales diseñaron el Estado con separación de poderes, cuyo fin es crear un orden que ponga controles y límites al ejercicio del poder y así evitar que unos cuantos hagan lo que les dé la gana usando el inmenso poder que procura el control del Estado.

Pero no se quedaron ahí, también diseñaron unas Constituciones que establecieron como idea núcleo de su filosofía que el individuo es la razón de ser del Estado, esto es, que el Estado sólo tiene sentido si sirve para proteger los derechos de las personas y para obligar a que todos cumplan las normas generales. En otras palabras, su misión no es la de dirigir a la sociedad hacia un ideal preconcebido, sino servir para que las personas que conforman esa sociedad se dirijan adonde ellas quieren. Ésta es también la razón de fondo del nacimiento del catálogo de derechos básicos que limitan las actuaciones y los poderes del Estado.

Y es precisamente por eso que el populismo es enemigo del Estado liberal democrático, porque es un orden que impide la arbitrariedad y el capricho político, que es en lo que se especializan los revolucionarios y populistas de toda laya. En otras palabras, no aceptan el diseño del Estado con separación de poderes, ni la idea de límites para los actos de las autoridades, ni que las personas tienen unos derechos básicos inviolables, porque su conducta política es autocrática, esto es, no subordinada a la legalidad democrática. Y como no entienden al Estado como un ente de servicio sino de dirección omnímoda, no aceptan que su función no es la de dirigir a la sociedad hacia paraísos ideales, sino la de regular el trabajo de la sociedad (la verdadera fuerza del progreso) respetando los derechos y la propiedad de las personas dentro del marco de la libertad.

Para los liberales Estado fuerte quiere decir un orden de instituciones al servicio de las libertades y los derechos de las personas. Para los populistas en cambio el Estado es una herramienta de sometimiento de la sociedad a sus designios. Veamos sino la degradación a la que llegan instituciones como la Policía, el Ministerio Público o el Poder Judicial en los países gobernados por el populismo, que más que para proteger a la sociedad de sus enemigos, sirven para someterla a la voluntad de los que gobiernan.

Para los populistas un Estado fuerte es aquel que crece como empleador y como vigilante, no como regulador (que es lo característico del Estado liberal) y por eso nacionalizan empresas, intervienen en la economía y extienden su influencia mediante la técnica de la inflación de leyes, cuya única finalidad es la reproducir y centralizar el poder.

No entienden (o no quieren entender) que el adjetivo “fuerte” tiene que ver con un asunto cultural. Un Estado es fuerte única y exclusivamente cuando la gente asume sus postulados esenciales como parte de su conducta. Un Estado sólo puede considerarse fuerte cuando las instituciones que lo forman (tribunales, policías, entes reguladores, ministerio público, legisladores, ejército, instituciones de salud, etc.) hacen lo que la Constitución les manda con rigor y eficiencia.

Los Estados que el populismo levanta en cambio, se especializan, más que en el servicio y la obediencia a las leyes, en la intimidación y el chantaje, porque usan las leyes para premiar a sus acólitos y castigar a los enemigos, o simplemente para exaccionar a los más productivos con la demagogia fácil de hacer justicia con los que menos tienen.

Miremos la historia inmediata para ver lo que el populismo ha dejado y nos asombraremos del horror y la muerte que ha sembrado a su paso. El siglo XX (hasta bien entrado) es el siglo del populismo en el mundo, y la consecuencia fue la segunda guerra mundial y los campos de concentración soviéticos, que acabaron con la economía Europea y mataron a media centena de millones de personas. Y aunque su ascenso al poder no fue cosa de la noche a la mañana (Hitler caminó un tiempo por la senda democrática) son siempre el resultado de la enfermiza creencia popular en la pureza y bienintencionada naturaleza del Estado. No fue otra la razón por la que llegaron al poder los otros monstruos que también hicieron historia el siglo anterior (Mussolini y Stalin).

No hay tal cosa entonces, el Estado no es la mano de Dios, hay que sacarle a la gente de la cabeza esta tontería, puede más bien ser el peor enemigo de la sociedad si cae en las manos equivocadas (ahí están Cuba y Venezuela como últimos ejemplos de esto) porque entonces un grupo de supuestos iluminados pueden tomar las decisiones que quieran a nombre de la gente, y no hay forma de pararlos si estas son malas.

Al final de cuentas el Estado es un grupo de personas investidas de autoridad sobre las cuales no sabemos casi nada, ni sobre sus valores, ni sobre su crianza, ni sobre sus ideales, ni sobre su educación moral. Lo único que sabemos de ellos es que son miembros del partido que toma el poder, nada más. Por eso mismo el diseño liberal toma en cuenta la idea de separación de poderes y constitucionalización del rol del Estado, para frenar al monstruo potencial que puede ser, si cae en las manos equivocadas.

La idea clave es entonces: Estado servidor, no Estado sanguijuela, y educación sobre los postulados esenciales de la Democracia liberal representativa (derechos fundamentales y libertades, límites al poder y economía de mercado) para destruir la base del poder populista, que no es otra que la profunda ignorancia en la que viven millones de personas.

*Abogado