Pensar sin candidez ni apatía

Enrique Fernández García*

FERNANDEZGARCIA Aunque pueda multiplicar sus preocupaciones, agobiándolo frente a interrogantes y paradojas, el pensamiento es una de las facultades más valiosas del hombre. No desconozco los beneficios que uno encuentra gracias a otras potencias. Desde hace mucho tiempo, la racionalidad ha demostrado su ineptitud para garantizarnos, por sí sola, una vida que se considere feliz. Los caminos que conducen al bienestar no tienen siempre a la lógica como guía. Sin embargo, esto no equivale a despreciar los ejercicios del intelecto, la búsqueda de respuestas, el heroico esfuerzo por disminuir las dudas que nos acompañan con obstinación. Procediendo de esta manera, no aseguramos la falta de problemas en lo venidero, pero conseguimos algo que resulta inconmensurable: un medio eficaz para enfrentarlos.

La inocencia es una condición preciada en medio de un juicio; empero, fuera del ámbito criminal, los reparos a su imperio son varios. Presumir que, si existe maldad, esto se produce únicamente por equivocación del semejante, aun cuando los antecedentes reflejen su apego a la reincidencia, es una necedad. Acepto que la confianza en el prójimo es imprescindible para contribuir al establecimiento de sociedades armoniosas. El inconveniente surge cuando suponemos que, siendo todos nobles e inmaculados, ninguno es digno de la censura. Nos han lanzado a un mundo en el cual las supersticiones, los absurdos y la manipulación acechan con regularidad. Poner en cuestión aun la última de las enseñanzas que se reciben, sea por medios públicos o privados, nos coloca en una situación privilegiada. Siguiendo esta línea, estaremos en condiciones de notar faltas o patrocinar ideas que son atacadas.



Libre del candor que impide su crecimiento, quien asume la misión de pensar debe hacerlo con entusiasmo. Las conquistas de los sujetos que son apáticos, renuentes al fervor por cualquier tema, jamás serán extraordinarias. Poco es lo que puede conseguir alguien convencido del valor de un mal tan serio como la indolencia. Porque la impasibilidad es un defecto que perturba el abandono de las comodidades del error y los lugares comunes. Es altamente reprochable que nos gobierne la indiferencia cuando se presentan oportunidades de consumar esos quehaceres. Tampoco tiene que haber espacio para los desencantos mortíferos. Al optar por esas experiencias reflexivas, no se procura la infalibilidad; en consecuencia, advertir las propias faltas puede ser interminable. Esto no tiene que desalentarnos, pues, como se sabe, avanzar es asimismo tomar consciencia de las miserias personales.

Nunca será vano insistir en que la tarea de razonar no excluye a nadie. Todos debemos apostar por esa vía, tal vez la única que prueba categóricamente cuán positivo es contar con un cerebro. Descartar esto es consentir que gente ruin, además de imbécil, pueda ser encumbrada, perjudicándonos en abundancia. No olvidemos que, por cada individuo reacio a reflexionar en libertad, se halla una legión ansiosa de imponerle sus dogmas, prejuicios e insensateces. La política es uno de los escenarios en donde no conviene paralizar nuestra mente, puesto que las secuelas pueden ser funestas. Huelga decir que, para desempeñar el papel de ciudadano comprometido, discurrir sobre las pugnas del poder público no debe admitir candidez ni apatía. Preservando esa actitud, estaremos preparados para denunciar las idioteces del presente. De este modo, aportaremos a la revelación de las infamias que persiguen los enemigos del pensamiento libre.

*Escritor, filósofo y abogado

Los Tiempos – Cochabamba