Cuento chino


Carlos Herrera*HERRERAEl más pernicioso defecto intelectual latinoamericano consiste en identificar al Estado con el progreso. No son todos los que se creen este cuento por supuesto (incluso muchos de los que lo pregonan tampoco) pero los más, lamentablemente, sí creen que hay una relación umbilical entre el Estado y el progreso de los pueblos. Eso no es cierto. Es más, muchas veces el Estado tiene intereses contrapuestos al pueblo, de suerte que muchos de sus actos están inspirados más en sus propios intereses, que en los de la gente común.¿Qué es en verdad el Estado? Aunque este concepto alude en lo esencial al conjunto de los poderes, órganos públicos e instituciones jurídicas que lo definen, en los hechos no es más que el grupo de poder circunstancial, esto es, el grupo de personas que gobierna el Poder Ejecutivo, el Parlamento, los Órganos de Seguridad del Estado y el conjunto de las oficinas estatales de la nación.Ahora bien, instalada la mentira “Estado igual a Progreso” en la cabeza de la gente, el camino para los partidos populistas (aquellos cuyas políticas se rigen por la oportunidad y el cálculo inmediato, y a quienes el orden democrático les parece baladí) encuentran el caldo de cultivo ideal para desplegar su talento demagógico, y entonces empieza la danza de ofrecimientos y promesas electorales, con lo que el círculo vicioso se cierra, porque cuando llegan al gobierno, seguros ya de la creencia popular sobre la naturaleza taumatúrgica del Estado, el saqueo de las arcas nacionales y de las privadas cobra impulso, al mismo tiempo que la destrucción del orden democrático.Y empiezan también los desaciertos económicos que luego tienen un enorme costo social. Demos un ejemplo de cómo la manipulación interesada atenta contra el interés del pueblo, al que sólo le convendría la racionalidad y la verdad. La tan pregonada afirmación que para una buena redistribución de la riqueza es preciso el concurso de unos revolucionarios de cualidades y moral angelicales; el concurso del Estado, en otras palabras.¿Qué le dicen a la gente para convencerlos de semejante dislate? Que la riqueza que genera la nación no puede quedarse sólo en algunas manos, tiene que ser compartida con todos los bolivianos pobres, porque Bolivia somos todos, no unos cuantos. Es decir, le meten en la cabeza a la gente algo que no es ni remotamente cierto, que los que generan riqueza lo hacen a costa de una avivada criolla, esto es, arrancan del árbol de la riqueza (otra suposición mentirosa) una parte mayor a la que les toca. Ocultando deliberadamente la verdad de que aquellos bolivianos que generan riqueza lo hacen con su propio trabajo e imaginación, invirtiendo sus recursos y asumiendo solos el riesgo de perderlos por una mala decisión, nunca quitándole a otros o apropiándose de algo que no es de ellos.En otras palabras, le ocultan también el hecho cierto de que la riqueza es susceptible de crecer en directa relación al número de habitantes productivos de un país. Que no es algo constante que deba ser repartido con mayor justicia, sino que es algo que se genera con trabajo casi de la nada, y que la mejor forma de redistribuir esa riqueza es la que practican las democracias liberales modernas, esto es, a través de un sistema político que alienta la iniciativa y el trabajo libre, protege los derechos de propiedad (no los abate con confiscaciones ilegales o atropellos irracionales) y aplica un sistema de impuestos racionales sobre el comercio y las utilidades, que luego se destinan a la subvención de las necesidades de educación escolar y universitaria gratuita, así como la implementación de un sistema de salud pública para las personas de menores recursos, lo mismo que a la atención de las necesidades de infraestructura de vinculación y transporte.Es por eso que el populismo pugna tanto por reivindicar la imagen del Estado a los ojos de la gente, porque una vez instalada la mentira sobre la legitimidad del rol distribuidor del Estado, empiezan los atentados y la expoliación impune de la propiedad privada a título de “justicia redistributiva”, es decir, empieza el despilfarro y el abuso económico, que al final dejan países amargados y pobres como la Argentina y Venezuela.¿Y por qué hacen esto sin pensar en el daño que se infringe a la confianza económica y la inversión productiva, que son los verdaderos pilares del crecimiento y por ende del empleo que sostiene a miles de familias? !Pues porque sus intereses son distintos a los del pueblo! ¿O usted cree que los intereses de la camarilla comunista que sustenta el régimen castrista son los mismos de los del pueblo cubano? ¿O los de Maduro y su grupo militar-sindicalista con respecto al pueblo venezolano?Es precisamente por esta certidumbre (que el Estado muchas veces tiene intereses diferentes a los del pueblo) que nacieron los países democráticos, es decir, aquellos que se rigen por los principios de respeto a la legalidad democrática, control del poder político a través de la separación de poderes y respeto por los derechos fundamentales de las personas. Por lo tanto este cuento chino de que para librarse de la pobreza el pueblo necesita de un Estado en manos de unos revolucionarios honestos y competentes, es un puro cuento que para lo único que sirve es para entronizar en la magistratura de la Presidencia a unos políticos que más que progreso le regalan a sus pueblos regresión, más que bonanza le regalan pobreza, y más que felicidad le regalan sufrimiento, inestabilidad y violencia.El Estado no es más que un puñado de burócratas cuya conducta debe estar sometida a las leyes como todos los demás bolivianos. No es cierto que represente al pueblo, porque lo único que representa al pueblo son las leyes democráticas. Nadie representa mejor los intereses populares que una Constitución Política Democrática, porque además de garantizarle unos derechos básicos (así como unos procedimientos para su defensa) le brinda también una técnica para morigerar la peligrosidad del Estado, así como un procedimiento pacífico para la remoción de las autoridades, lo mismo que canales para participar en las decisiones políticas de trascendencia.El Estado en el mundo moderno no tiene más rol (o no debería tener) que el de administrar el orden emergente de las leyes constitucionales inspiradas en el respeto a los derechos y libertades individuales (base jurídica del mundo desarrollado) y cuidar que la inversión pública vaya primordialmente a salud, educación, e infraestructura de apoyo al trabajo productivo. Su rol es por tanto subsidiario, es decir, de regulador y de administrador. Quien dice la clase de sociedad política que desea es la propia sociedad, a través del ejercicio de la libertad, el desarrollo de sus negocios y la innovación en la producción. Esta es la legítima voz democrática, no la de un Estado que usurpa la voz del pueblo con violencia y marrullería.*Abogado