Festejo multitudinario en San Juan y Boedo

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Los hinchas llegaron desde temprano a la espera de la consagración histórica.

San_Lorenzo_Libertadores_CLAIMA20140814_0005_27Fiesta. Eso es lo que se respiró esta noche en la mítica esquina de San Juan y Boedo repleta de hinchas de San Lorenzo que salieron a festejar el título, el más trascendental de la historia de San Lorenzo. Una multitud de fanáticos llenaron las calles tras el 1-0 sobre Nacional de Paraguay. Toda esa ilusión contenida por años -toda la vida del club y sus hinchas- se desató con la locura que caracteriza a los cuervos. «¡Por fin!, somos campeones de América, ganamos la Copa», el grito al cielo -y algún insulto-, las lágrimas en los ojos, la bufanda azulgrana, el gorro y la camiseta llena de besos secos. Los abrazos al abuelo, al padre, al hijo, al hermano, a un primo, a la novia, al novio, a un desconocido; a todos.



El pueblo de San Lorenzo salió a copar su esquina, su barrio; todas las esquinas, todos los barrrios. Todas las generaciones unidas en un punto de la historia y de la Ciudad. El día que San Lorenzo levantó la Copa. Y la ilusión de volver a construir su estadio en Avenida La Plata. Y de jugar con el Real Madrid (en diciembre, en Marruecos) para seguir rezándole a todos los Santos, y a pedirle una ayuda -otra vez- al Papa Francisco, que también es Cuervo.

Desde temprano, cientos de hinchas del Ciclón esperaban la hora del partido en el corazón del barrio de Boedo. Con o sin entrada, niños o ancianos, todos se unían bajo un mismo deseo y una sola bandera: la tan ansiada Copa estaba más cerca que nunca y la sensación unánime: «Esta vez no se puede escapar». Y no se escapó.

Oscar, uno de los hinchas que vivieron la fiesta, iba a conocer esta noche el Nuevo Gasómetro. Desde aquella tarde de diciembre de 1979, cuando San Lorenzo empató 0 a 0 frente a Boca en el último partido disputado en el estadio de Avenida La Plata, no había querido regresar a la cancha. Hasta este miércoles, cuando por insistencia de su hijo Matías de 10 años iba a tener la posibilidad de ver al equipo de sus amores buscar ese trofeo tan anhelado. «Es la mejor manera de volver a la cancha», señalaba Oscar mientras abrazaba a Matías.

Santiago y Mariano, en cambio, vinieron desde La Plata para alentar al equipo azulgrana cerca del estadio, ya que esperaban ver el partido en la pantalla gigante que se iba a colocar en dicha esquina y finalmente no estará. «Ahora que dijeron que no la van a traer, no sabemos qué vamos a hacer», protestaba Mariano, y Santiago agregaba que les quisieron cobrar 1500 pesos una popular en la reventa. «Están todos locos», se quejaba.

Entre cantitos alentando a San Lorenzo y soñando con alzar la Copa esta noche pasaban el tiempo los ansiosos cuervos. Nicolás, uno de los líderes más fervorosos del coro de simpatizantes le contaba a Clarín: «Si ganamos hoy, me tatúo la Copa, no me importa nada». Los tatuajes, las caminatas a Luján y los cortes de pelo son los sacrificios que prometió la mayoría de los jóvenes que se sienten más ilusionados que nunca y que ahora tendrán que cumplirlas.

Pero entre los que iban a estar en el Pedro Bidegain, y los que preveían esperar en las calles porteñas que el resultado fuera positivo, también aparecían quienes eligieron el bar Homero Manzi de la mencionada esquina. Gala, por ejemplo, tiene diez años y junto a sus padres iban a vivir la final en una mesa del restaurant. «No pudimos conseguir entradas, pero quisimos venir acá para estar cerca de los festejos», señalaba su mamá.

Justamente el reconocido bar de la esquina Homero Manzi vivía este miércoles un día especial. Miguel, el gerente del restaurant, decidió no abrir las puertas durante la tarde. «Así -explicó- pudimos preparar todo para esta noche, porque esperamos mucha gente. Hasta tuvimos que suspender un show que teníamos programado porque iba a ser imposible».

Finalmente, caminando entre el centenar de simpatizantes vestidos de azulgrana, resalta una túnica blanca, inmaculada. «Yo soy Francisco II», se presentaba el hombre que, vestido como el Papa, aceptaba todos los pedidos de fotografiarse con él, muchos de ellos de los más chicos. «Estuve -contaba- en Paraguay y en Brasil, y esta noche voy a estar con los muchachos nuevamente». Sin más información de su identidad que el sobrenombre de Pela, este fanático es conocido por vestirse como Jorge Bergoglio incluso en los aviones que trasladaron a los hinchas de San Lorenzo por Sudamérica en el transcurso de la Copa, y pasearse por los pasillos del avión en pleno vuelo, repartiendo bendiciones.

Fiesta. Sólo esa palabra se necesita para describir esta sensación colectiva que brota por los poros de los hinchas de San Lorenzo. Pasaron por San Juan y Boedo antes de ir rumbo al estadio, y unas horas más tarde volvieron a estar todos en el mismo lugar para continuar el festejo que esas calles esperaron durante más de cien años.

Fuente: Fox Sport, clarin.com