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Los más fríos y sofisticados asesinos han echado mano de muy distintas sustancias cuya administración puede ser letal. Entre los mayores envenenadores de la historia brillaron con luz propia los Borgia, originarios de Borja (Zaragoza) y establecidos en Játiva y Gandía (Valencia) antes de que Alfons de Borja i Cavanilles diera el salto al papado de Roma en 1455.
Toda la familia era una virtuosa del arte de emponzoñar, y cualquiera al que invitaran a una fiesta corría el riesgo de empezar a sentirse verdaderamente enfermo a las pocas horas.
Pero no solo eliminaban a quienes representaban un problema o un obstáculo para su clan. A veces, sus comensales eran simples cobayas con los que probaban nuevas mezclas. La forma de administrar el agente tóxico era a través de la comida, muy especiada para camuflar sabores extraños.
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Tanto los Borgia, como otras dos célebres familias del Renacimiento, los Médici y los Sforza, eran leales seguidores de la cantarella o acquetta di Perugia, ciudad en la que el arsénico se mezclaba con vísceras secas de cerdo. La ponzoña provocaba la muerte en veinticuatro horas, tras padecer terribles sufrimientos.
Otra pócima letal era el agua tofana o acquetta di Napoli, una combinación de arsénico con cantárida o mosca española, Lytta vesicatoria, un coleóptero con aplicaciones médicas. Tanto el origen como la composición exacta de este brebaje son inciertos y se cree que, si se vertían de cuatro a seis gotas en agua o vino, la defunción llegaba en pocas horas.
Milenios antes, la famosa Cleopatra había experimentado con sus esclavos y prisioneros para encontrar la sustancia perfecta para suicidarse. Probó con el beleño negro, rico en hiosciamina, y la belladona, pero los desestimó porque, a pesar de su rapidez, producían bastantes dolores. Descartó la estricnina de inmediato, tanto por las convulsiones como por la mueca horrible que suele provocar en la cara del emponzoñado, algo que desluciría su bonito cadáver. Y aunque se cuenta que Cleopatra se decidió por el mordisco de la cobra egipcia, es posible que no sea del todo cierto, pues no se trata de una muerte poco dolorosa.
En 2010, el historiador alemán Christoph Schaefer planteó la hipótesis de que la última reina del antiguo Egipto ingirió una mezcla de conium, acónito y opio. Quizá se inspiró en Cleopatra el bioquímico soviético Grigori Moissevitch Mairanovski, conocido como el Doctor Veneno. Durante el régimen de Stalin, realizó experimentos en presos políticos y prisioneros alemanes y japoneses cautivos desde el final de la II Guerra Mundial.
¿Su objetivo? Encontrar un veneno incoloro que matara al instante y no apareciera en ninguna prueba toxicológica realizada en la sangre del cadáver. Probó con derivados del gas mostaza, digoxina, talio, ricina, colchicina… y distintas formas de administración, por la piel, en los alimentos, inyecciones, en el agua de beber…
Más información sobre el tema en el reportaje Envenenadores que han hecho historia, en el número 400 de Muy Interesante, escrito por Miguel Ángel Sabadell.
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Fuente: muyinteresante.es