La falta de un buen pentagrama muestra, por ejemplo, que en el MAS la movilizadora pasión va dejando de gobernar de a poco.
Cartuchos de harina
Gonzalo Mendieta Romero
La pobreza musical de las elecciones nacionales ha sido el único ámbito sobre el que el análisis político no ha derramado su saber torrencial. Ojo que no hablo de la estridencia de varios candidatos, sino de las melodías y ritmos que algunas fórmulas políticas escogieron para tararear en su propaganda.
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La calidad melódica de una campaña no tiene directamente que ver con el resultado electoral. Por ejemplo, si los concesionarios privados del nuevo Tribunal Electoral real (IPSOS, Mori, etcétera) han calculado acertadamente, el MAS este año venció con casi el 60% de los votos. Sin embargo, la oferta musical del MAS fue escuálida: una cumbia mueve-caderas, más apropiada para la jarana que para la revolución, salvo que me esté saliendo el lado puritano. Su coro machacón (¡Evo, Eeevo, Eevooo!) sonaba a un último y exasperado llamado paterno a almorzar.
A la vez, este año el MAS misteriosamente desechó un estribillo del Papirri mejor logrado que el cumbiero grito febril a Evo, aunque mucho más laudatorio: «Trencito, trencito, lucha por la gente”, canturrea Manuel Monroy (escúchenlo en YouTube). Su difusión habría sido más misericordiosa que la cumbia preferida por el oficialismo bailable.
Contrariamente, en las elecciones de 2005 el MAS obtuvo sólo el 54% de los votos, pero lanzó un par de éxitos de primer orden musical, cuyo vigor perdura: las canciones Somos Más, del grupo Arawi y Cholita Marina, de Walter Aguilar, que dejaron a los demás políticos en calidad de desorejados. No hay cómo argüir contra la potencia y pertinencia lírica -y política- de un verso como el que repite: «a someternos nunca más”.
Por su parte, Unidad Demócrata (UD) no trepidó este 2014 en tender cuerdas vocales con Venezuela, reavivando esa canción del Puma Rodríguez para lobatos: Agárrense de las manos. Fue una reiteración -musicalmente magra- de su consigna de la unidad. Pedir en su lugar a Carlos Santana habría sido excesivo. No obstante, como en la política se elige entre males, si la opción era el también venezolano Ricardo Montaner, el Puma fue la alternativa menos dañina auditivamente. Un rap de UD se propagó menos, pero era más ingenioso.
Presumo que en el MSM no estaban para cantar nada, aunque tuvieran en primera línea a Adriana Gil, que allí sí podía ayudar. Me sorprendió también que el PDC no hubiera ensamblado la identidad de su candidata a Vicepresidenta con alguna tonada rural chuquisaqueña, pero en un dueto dispar es siempre difícil definir quién pone la música. Del Partido Verde no escuché algo que al menos rememorara la música barroca jesuítica, que se tocaba cerca del TIPNIS.
Ya en serio, la música es también una medida emocional de esta campaña. El MAS transita de la épica de su antiguo discurso a la liviandad, algo amnésico ya de su pasado de guitarreada izquierdista. Y la oposición continúa sin ponerle sello emotivo a su causa, capaz de multiplicar adhesiones. Es curioso que los más violentos opositores acusen el número de exiliados de este Gobierno, pero que ese destierro no sea capaz de procrear acordes. El exilio en las dictaduras sí sembró composiciones como La Caraqueña, himno del profesor comunista Nilo Soruco.
La canción latinoamericana -Silvio, Benjo Cruz o Víctor Jara- hizo pensar erradamente que la música y la pasión positiva que provoca (una herramienta política eficaz) eran de jurisdicción de la izquierda. Wagner, El Puente de la Villa del MNR o el huayño falangista Curahuara de Carangas -y sus respectivos ecos ideológicos- prueban que la música puede emplearse para los más polifónicos intereses políticos.
La falta de un buen pentagrama muestra, por ejemplo, que en el MAS la movilizadora pasión va dejando de gobernar, de a poco. Es turno del interés y el confort, que la gente agradece, pero que no suscitan igual devoción que el compromiso ardiente.
Claro que siempre se puede alegar en contra que quizá a la política nacional sólo le ocurre lo que alguien afirmaba sobre la obra de Wagner: gente muy culta jura que es mejor de lo que suena.
Gonzalo Mendieta Romero es abogado.
Página Siete, La Paz