Uruguay en su laberinto

Julio María Sanguinetti*julio-mariaMirado desde Buenos Aires, el Uruguay siempre luce apacible. Es natural que así sea en medio del constante agonismo melodramático que es la política argentina, donde los tantos brillos individuales se opacan con las airadas polémicas. Superada esa impresión superficial, debajo de ese oleaje de suave apariencia se viven peripecias bastante más preocupantes.Una es la aprobación, a cajas destempladas, de una ley de medios que se fue elaborando del modo más peculiar. Nuestro presidente Mujica dijo en su tiempo que «no hay mejor ley de medios que la que no existe» (septiembre de 2010, en la revista brasileña Veja) y cosechó aplausos en todo el continente. Ante la insistencia periodística, que tomaba nota de que se estaba trabajando en silencio en una ley, añadió: «Si me traen un proyecto de regulación de los medios, lo tiro a la papelera» (diciembre de 2010, en Mar del Plata). El hecho es que se siguió adelante con la iniciativa y en mayo de 2013, con 198 artículos, el mismo presidente que tan enfáticamente había hablado envió la ley al Parlamento. En el trámite parlamentario aparecieron numerosas objeciones y se hicieron algunos retoques que no alteraron su esencia reglamentarista. Ya próximos al tiempo electoral, la ley se encajonó, para no generar protestas incómodas, y ahora, no bien pasó la hora del sufragio, al amparo de la mayoría parlamentaria, se votó a trancas y barrancas.El oficialismo no se inmutó ante el anuncio que hizo el Partido Independiente de que impugnará la norma por inconstitucional, en cuanto regula la publicidad electoral sin las mayorías requeridas (2/3 de votos) para la delicada materia. Tampoco consideró los serios cuestionamientos de la SIP y el rechazo de todos los medios a su introducción en los contenidos, vigilados por varias instituciones políticas, con capacidad sancionatoria. Ellos tendrán a su cargo juzgar asuntos tan vidriosos como prohibir, entre las 6 y las 22, toda publicidad para niños que les induzca al consumo, o en general situaciones confusamente descriptas relativas a la «truculencia» u otros maleables conceptos.Los argumentos gubernamentales van en la misma línea del gobierno kirchnerista. La ley, según la oposición, se parece muchísimo a la argentina: se la sanciona bajo el himno de impedir monopolios, aunque crea uno nuevo, en manos de la empresa telefónica del Estado, para la transmisión de datos. Pretendiendo justificarse, el presidente dijo: «Yo no quiero que Clarín o Globo o Slim se hagan dueños de las comunicaciones en Uruguay». Lo que, naturalmente, nada tiene que ver con la realidad.Mientras esto ocurre, lenta, trabajosamente, se va poniendo en marcha la discutida legalización de la marihuana, que, aprobada en diciembre, aún no ha comenzado a funcionar. Pero la tal legalización ha sido tomada como una suerte de bendición y los chicos ya fuman marihuana más que tabaco, como acaba de comprobarlo una encuesta oficial (Junta Nacional de Drogas, 9 de diciembre de 2014).Luego de una exitosa campaña contra el tabaquismo, impulsada por Tabaré Vázquez cuando era presidente, ahora se vive la contradicción de promover el cultivo y el consumo de la marihuana. Y decimos «promover» porque el propio Laboratorio Tecnológico del Uruguay acaba de hacer una exposición sobre los méritos del cannabis y Mujica llegó a decir: «Teníamos un famoso profeta, Julio Herrera y Reissig, que escribía poemas y vivía en una torre de marfil. Se daba la papa y compraba la cocaína en la farmacia y era de espléndida calidad. Y no pasaba nada». Le faltó decir que nuestro gran poeta modernista padecía de una enfermedad cardíaca que le producía severos espasmos y que, en la pobre terapéutica de la época, los médicos le habían recetado morfina (no cocaína) con tan escaso resultado que murió con sólo 35 años. Si el ejemplo era malo, peor aún el mensaje subliminal de que «darse la papa» es más o menos benemérito.Pero lo que es realmente irresponsable es que no exista una campaña de información adecuada, advirtiendo sobre los riesgos -indiscutibles científicamente- del consumo de marihuana. Los informes médicos son rotundos y no hace mucho tiempo la Academia de Medicina de Francia emitió un drástico pronunciamiento sobre sus efectos psíquicos y físicos (www.academie-medicine.fr). Así como no hay uruguayo que no tenga claro el efecto cancerígeno del tabaco, no hay joven que posea, en cambio, la información mínima sobre la marihuana, cuya tendencia a la evasión impacta justamente en el mayor problema que hoy advierten los docentes: la dispersión. De este modo se rebasa un umbral psicológico y se les abre a los adolescentes, con sus temores y sus vacíos espirituales, el camino de la búsqueda de paraísos artificiales que les colmen lo que sus afectos, sus vocaciones, su religión o el deporte aparentemente no les proporcionen.Son dos debates importantes sobre las libertades. Y en ambos hay más preocupaciones que tranquilidades, más riesgos que certezas. Mientras, en el firmamento uruguayo vuelan los fuegos artificiales sobre los presos de Guantánamo o los inmigrantes sirios.*Ex presidente de UruguayLa Nación – Buenos Aires