La reina de los cielos: Paola Velasco Pinedo, la primera mujer piloto comandante de Bolivia

Paola está haciendo historia en la aviación, no solo por ser la primera mujer que se convierte en piloto comandante en Bolivia, sino que es una de las más jóvenes en Sudamérica.

EL DEBER, Santa Cruz, Bolivia

imageEl Boeing 737 recibe a Paola todos los días. Todo un protocolo es pilotar estos aviones que trasladan a millares cada día. Fotos: Hernán Virgo, Enrique Canedo y Flia. Velasco Pinedo



Cochabamba superficie Boliviana 737 solicita puesta en marcha. Autorizada puesta en marcha. Superficie Boliviana 737 solicita rodar. Autorizado rodaje ingreso umbral 32 listo para salir Boliviana 737”. Así es como la piloto comandante Paola Andrea Velasco Pinedo (26) pide permiso a la torre de control en el aeropuerto Jorge Wilstermann para alzar vuelo rumbo a Santa Cruz.

Paola está haciendo historia en la aviación, no solo por ser la primera mujer que se convierte en piloto comandante en Bolivia, sino que es una de las más jóvenes en Sudamérica, al menos lo confirman las direcciones de Aeronáutica Civil de Chile, Cuba, Ecuador, Venezuela y Paraguay.

Conseguir que Paola nos dé tiempo para poder conocer su vida desde su intimidad no fue fácil. Y es que como dice, mientras ella trabaja el resto duerme o viceversa. Finalmente el día llegó. La cita fue en Cochabamba, donde radica desde hace dos años y medio a pedido de Boliviana de Aviación (BoA), la empresa donde presta sus servicios y que tiene su base aérea allí.

A las 13:30 un restaurante en plena avenida José Ballivián (El Prado) es el lugar donde Paola nos cita y donde ha decido almorzar pues queda a pocos metros del departamento donde vive.

imageLos Velasco Pinedo. Sus padres, Paúl Velasco y Sandra Pinedo, sus hermanos, Shaaron y Paúl, se encargan de trasladar o recoger a Paola hasta el aeropuerto a cualquier hora del día.

Esta cochabambina, adoptada por Santa Cruz desde sus tres años, llama la atención por su pinta de modelo. Nadie creería que con su contextura delgada y sus casi 1,75 metros de estatura tiene la responsabilidad de transportar cada día a 138 pasajeros y a 16 tripulantes en un Boeing 737. “El sistema de navegación es tan perfecto porque es como un eslabón tras otro, no sientes temor, teóricamente estás preparado. En ese momento no siento la presión, no me ha pasado que me dé miedo o esté nerviosa”.

Se sirve un plato de carne con verduras y refresco de maracuyá. Llegó en la madrugada de San Pablo y necesitaba dormir para poder entablar la entrevista. “No pude recibirlos antes porque necesitaba descansar”, explica.

Mientras ella come conversamos. Nos cuenta cómo se inició, de su familia, la dificultad de tener una pareja y otros aspectos poco conocidos de una piloto. No se puede dejar de notar lo pulcra que es. Uñas pintadas a la francesa, un par de anillos de oro y plata, reloj de oro rosado, jeans, blusa a rayas, una cartera tipo morral café y zapatillas deportivas. Más tarde la veremos transformarse en ‘comandante’ con su uniforme azul marino de piloto para sacar las fotos en el parqueo de BoA.

Pensaban que se le pasaría

“Desde que volé con mi madre a Nueva York, a mis nueve años, supe qué quería ser. Mis padres pensaban que se me pasaría, que era algo así como querer ser astronauta, pero cuando llegó el momento me apoyaron totalmente y lo siguen haciendo, han ido creciendo conmigo”, relata la piloto.

En Santa Cruz, sus padres, el cruceño Paúl Velasco y la beniana Sandra Pinedo, confirman la historia. “Aunque ya lleva varios años volando, aún siento el corazón apretado cuando le toca partir”, cuenta su mamá.

Un curso de piloto privado a los 16 años fue el empujón para que no dejara de volar hasta hoy.

La instrucción duró unos tres meses y luego se inscribió a otro de piloto comercial. En 10 meses terminó las clases y al año siguiente ya ingresaba como ingeniera de vuelo a AeroSur.

En la desaparecida línea aérea estuvo en este puesto por dos años y luego ascendió a copiloto, donde trabajó por tres años. Ante el cierre de la compañía Paola quedó sin trabajo por tres meses y, luego, ingresó a BoA, donde empezó a hacer carrera para llegar al cargo más alto que aspira un estudiante de aviación. “Para ser comandante en BoA se necesitan 1.500 horas de vuelo”, aclara.

Pero Paola tuvo también una persona especial en su vida que la inspiró a seguir sus pasos, su abuelo, el escritor Álvaro Pinedo Antezana, quien en su juventud soñó con ser piloto pero que por destinos de la vida ejerció la carrera de policía. “Escribió libros de aviación, sabía muy bien hasta cómo funcionaban. Seguramente que hoy estaría orgulloso de que seguí hasta cumplir mi sueño”, dice.

imageExperta del tablero. Nunca ha atravesado un percance grave, pero sí ha tenido que regresar al aeropuerto cuando hace poco el radar se apagó. “No podemos volar sin esto, así que tuvimos que volver”.

Todo por la edad

Nunca sintió discriminación por el hecho de ser mujer. En una profesión donde se considera que solo los hombres pueden manejar aviones, Paola asegura que tiene grandes compañeros que la han hecho sentir cómoda.

“Cuando entré, más que por ser mujer era por mi edad, tenía 18 años, todo el mundo estaba al tanto de qué hacía o cómo me comportaba”, cuenta.

Normalmente los comandantes de aerolíneas ya rozan los 40 o 50 años y Paola explica que ella comenzó a acumular horas de vuelo desde muy joven, además que pudo pagar su carrera en poco tiempo.

“En ese entonces la hora de vuelo para ser alumno estaba en $us 60, al final ser piloto comercial tenía un costo de $us 13.000 y hoy debe estar rozando los $us 20.000. Conozco personas que tardaron años en sacar su licencia de piloto pero que lo lograron porque sienten que es su vocación”, señala.

Golpes de la vida

Empieza a tronar en la Llajta, es hora de conocer su hogar, el departamento de sus padres donde vive sola y que cuando llega de trabajar la reciben dos plantas artificiales y siete aviones a escala. Se nota su pasión por estos gigantes, en su casa en Santa Cruz tiene más de una docena.

Estar siempre en el aire alguna vez la alejó de sucesos importantes de su vida. La muerte de su abuelo fue una de ellas. “Estaba realizando mis cursos de aviación. Me despedí de él temprano y volé ese día a Concepción. Cuando llegué allá me dijeron que había fallecido. Es un golpe que te enseña, a raíz de esto y de otros acontecimientos, aprendí que el tiempo en el que estás es lo que vale”, enfatiza.

Igualmente la partida temprana de su mejor amigo Sato Arakaki, el año pasado, sucedió cuando se encontraba volando en entrenamiento para su ascenso. “Al final entendí que disfruté del tiempo que estuve con él y me quedé tranquila porque sé que él sintió el cariño que le tenía”, confiesa.

Así como malas noticias, Paola ha tenido que renunciar muchas veces a asistir a bautizos, cumpleaños o matrimonios. “Al principio mis padres no comprendían pero ahora entienden que cuando llego y estoy cansada, necesito tomarme unas horas para reponerme”.

No le pesa y tampoco siente que ha quemado etapas. “Sé que es un sacrificio porque no es una vida normal, pero para mí vale la pena totalmente”.

Incluso la Navidad pasada le tocó quedarse en Tarija. “Llegamos a las 23:15 y con el copiloto buscamos donde ir, todo estaba cerrado, así que fuimos a la plaza, a la medianoche, nos felicitamos y luego nos volvimos al hotel. Me dolió porque siempre pasé esta fiesta con mi familia. Para Año Nuevo me salvé, lo pasé con mi mamá y unos amigos en un restaurante en la Monseñor”, relata.

No tiene muchos amigos, sí conocidos y colegas de trabajo, pero la vida de piloto es así. Antes la llamaban seguido para asistir a fiestas, pero como siempre estaba de viaje, dejaron de hacerlo. Ahora se reúne alguna vez con ellos, cuando el tiempo de ambos lados lo permite.

Paola está soltera. No es que no quiera una pareja, pero es tan complicado el horario que maneja que muchos de sus pretendientes no han entendido su pasión. “Aquí la pareja demanda mucho tiempo. Con alguien de la misma profesión igual es complicado, es más, no creo que nos pudiéramos ver nunca”, dice.

La soledad, su compañera

Su departamento acoge alguna vez a sus padres o a sus hermanos Shaaron (22) y Paúl (20) cuando van a Cochabamba, pero la mayoría del tiempo, cuando llega a su base, tiene que aceptar que nadie la recibirá. Está acostumbrada.

“Me encantan los perros, tengo seis yorkis en Santa Cruz, pero no podría tener uno aquí, a veces solo vengo a dormir una noche a la semana, lo encontraría tieso (risas). Menos una planta. Una vez mi padre me regaló una violeta y pues era obvio que se moriría porque no había quién le ponga agua”, cuenta.

No es experta en la cocina, pero aclara que no moriría de hambre, aunque duda de que a alguien le pueda gustar lo que alguna vez cocina.

“No es que no me guste la cocina, pero estar sola me obliga a salir; el restaurante donde hoy almorcé es mi lugar más frecuente porque como no tengo un horario es lo bueno de estar sola, como cuando tengo hambre. Duermo hasta la hora que puedo, entonces no me atrae cocinarme para mí sola”.

Cuando tiene tiempo lava su ropa y acomoda el departamento. Una señora la ayuda a limpiar el lugar dos veces al mes.

Su uniforme luce impecable en su dormitorio. Cuando sale vestida con él, lo primero que dice es que no sabe hacer muy bien el nudo de la corbata pero que se defiende. ¿Tu papá te enseñó? No, fue mi madre (risas).

Varios animales de peluches rodean su cama. “Mi mamá me los regala en cada uno de sus viajes. Son mis compañeros”.

Su tiempo libre lo aprovecha leyendo. Está terminando la novela de Richard Bach, El don de volar. “La vida del piloto al final se vuelve solitaria, en el libro dice eso, que tu círculo se reduce a un piloto que le guste mucho su trabajo como a vos, que entiende cómo te gusta”.

Cuenta que en su trabajo tiene cinco muy buenos amigos, el resto son compañeros. Pero eso sí, si tuviera que agradecer a la gente que la ha apoyado en esto sería al dueño de la escuela donde aprendió a volar, Raúl Velasco, y a sus instructores Miguel Moreno, Carlos Webber, Javier Rosas y Javier Puente.

Este último, que en su momento se desempeñó como jefe regional de la Dirección General de Aeronáutica Civil de Santa Cruz (DGAC), recuerda a Paola como “una alumna aplicada y estudiosa, además de ser una excelente persona”.

Si no fuera piloto…

El violín fue su pasión hasta cuando decidió volar. “Si no hubiera seguido esta carrera, habría estudiado música. Estaba en la mejor etapa en el violín cuando tuve que dejarlo porque comencé con mis viajes. Sería difícil trasladarlo en cada vuelo”.

Efectivamente. Hoy su viejo amigo está guardado en su armario en Santa Cruz, pero no duda en decir que en algún momento lo retomará.

¿Y cuando llegue la hora de tener hijos? Sabe que será imposible continuar como comandante en una línea comercial, pero por una etapa se dedicará a dar instrucción para buscar equilibrio a su vida.

“Ella sabe que cuenta con mi apoyo. Cuando tenga sus hijos si quiere volver a la aviación comercial, contará con mi apoyo”, dice su madre Sandra.

Paola conoce Bolivia desde arriba y cuando ve por su ventana desde su cabina, sabe que está en el lugar indicado haciendo lo que le gusta. “Los pilotos bolivianos somos conocidos por la habilidad que tenemos de llegar a los aeropuertos más complicados, como el de Sucre, que es muy especial”, dice.

Ha volado a Miami, Buenos Aires y San Pablo. Estuvo en Madrid cuando copilotaba el famoso avión Supertorísimo, un Boeing 747-400, el más grande que ha manejado y se dice que fue la primera mujer en Sudamérica en hacerlo.

“Con esto quiero lograr inspirar a otras mujeres que nada es imposible, que no existen obstáculos, que no es una carrera solo de hombres, ahora lo estamos demostrando con todas las chicas que ya hay volando”. Así es Paola, la reina de los cielos bolivianos, que seguramente dará aún mucho de qué hablar