De amor y chantaje


Las amenazas, tanto del presidente Evo  como del vicepresidente Álvaro, a los municipios y a los departamentos, donde eventualmente triunfará un  partido opositor, no sólo son completamente antidemocráticas y vulneradoras de la Ley Electoral, sino que ponen en evidencia lo peor del carácter patriarcal -o si se quiere patronal- de estos personajes. Vale subrayar la forma de hablar de Álvaro en las concentraciones campesinas, manejando un discurso simplista que es, ante todo, insultativo  para quienes va dirigido.

Las aseveraciones vertidas la semana pasada tienen -eso sí- alguna virtud: son de alguna manera confesiones. Por ejemplo, nunca ha estado más claro, hasta ahora,  el hecho de que el programa Evo Cumple fue, ante todo, un programa con fines proselitistas.



Que lo que hace un político en período electoral es ante todo para ganar elecciones es comprensible, es parte del juego democrático, pero que se escrutine a los opositores hasta en lo mínimo, es parte positiva de ese mecanismo, pese a lo hipócrita que a veces pueda ser una actitud de esa naturaleza. Y el que se ofrezca el oro y el moro, a fin de ganar votos, es una práctica que está al borde de la deshonestidad, si la oferta es poco practicable, pero un sistema democrático hasta puede y debe tolerar algo de demagogia.

Pero cuando ya no se trata de enamorar al electorado, sino de asustarlo  y no a partir del posible daño que podría ocasionar el opositor en el poder, sino del daño, del castigo que se infligirá a quien ose votar por el otro, no sólo representa perder los papeles y todo tipo de compostura, sino que se está actuando de la manera más brutal y patriarcal que existe.

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La actitud de los primeros mandatarios se asemeja al de un novio que, ante el peligro de perder los favores de la novia pretendida, ante el peligro de que ella elija a otro, la amenace  y la chantajee con hacerla botar de su trabajo, porque, a fin de cuentas, ella no debe olvidar que él es su jefe.

Hay dos reflexiones que desprenden de esta última actitud electoral del MAS: la primera es que esto no deja de mostrarnos un gran nerviosismo y una genuina preocupación. No hay nada de esa casi complaciente confianza en sí mismo y en el amor de las bases al proceso de cambio, que ha mostrado Evo las veces que ha candidateado. Sus Excelencias están al borde de un ataque de nervios.

La segunda reflexión es casi existencial. Me pregunto -porque creo que las intenciones originales de la gente que armó el MAS eran honorables- si ellos se están dando cuenta de la gran metamorfosis que han sufrido a lo largo de estos diez años. Aquella gente del 2005 ¿sigue siendo la misma?  ¿Ahí sigue habiendo la misma mística de hace diez años en las filas de los cuadros más importantes, pero menos visibles del MAS? ¿Puede sobrevivir una estructura como ésa sin mística? Una vez más, ¿cuánto tiempo más puede el fin justificar los medios?

Y, por último,  estas amenazas, tan mediáticas, dichas por las más altas autoridades del país  y con una soltura de cuerpo envidiable, me han hecho pensar también en el pasado, en la Ley de Participación Popular de los neoliberales y «nefastos tiempos de Goni.  Ése sí fue empoderamiento de la gente, eso sí fue entregar los entonces magrísimos recursos del Estado a la gente  y fue un cambio radical en la historia del país. Lo que estamos viviendo ahora  no puede ser visto sino como un gran retroceso.

Sean los que sean los resultados de las elecciones municipales y departamentales el próximo 29 de marzo, no sabremos si la gente se dejó amedrentar por la dupla presidencial, pero los del MAS tampoco sabrán -aún si ganan- si su triunfo refleja la aceptación y el afecto que tienen en la población o si sólo se trata de una combinación de temor e interés.

Lo cierto es que las amenazas de estrangulamiento económico que han proferido los altos dignatarios han contaminado el ambiente democrático del país.  

Agustín Echalar Ascarrunz

 es operador de turismo.

Fuente: paginasiete.bo