Desayuno en la calle


child2Juan Francisco Gonzáles UrgelDesde la entrada del edificio del ex Bingo Bahití, apareció la figura diminuta de Graciela, voluntaria de “Son de Vida”. Atrás, una pareja de jóvenes de la calle y otro mayor que sostenía un vaso con clefa, nos miraron con desconfianza. Cuatro niños de más o menos 13 años de edad jugaban con Luca, el perro de Graciela.Al cabo de unos minutos abandonaron el juego, nos contaron que hacían malabares, limpiaban vidrios o vendían caramelos y dulces en los micros cercanos al Segundo Anillo y Avenida Alemana. “A pesar de todo, siguen siendo niños”, comentó Ernesto.Se abalanzaron, empujándose, bromeando, tirándose las naranjas y los gualeles. Devoraron los sándwiches de mermelada y pasaron el tarugo de los panes con un vaso de leche. Ernesto, Graciela y yo, desayunamos con ellos.Fermín (nombre ficticio) hacía honor a sus escasos trece años, ora dando de comer a Luca, ora empujando a los demás. Miguel (nombre ficticio) reía por oleadas, iluminando su cara pálida y sus ojos tristes.“Dormimos en un café internet. Pagamos 15 Bs. chateamos toda la noche”. “Yo duermo con mi hermana en un hotel. Ella viene a recogerme”. Graciela explicó que se trata de otra niña en situación de calle, adolescente que los protege de otros de mayor edad.Nos acompañaron a la rotonda de la Av. Beni. Bajo el semáforo un muchacho de pelo oscuro saludó con el limpiador de parabrisas. “Ya es padre”, nos contó Graciela, “su padre también vive en la calle. Tres generaciones”, dijo.Sobre el Segundo Anillo, una pareja de adolescentes degustaba un anticucho de pollo comprado en el negocio de la acera. Un colchón roto mostraba la cama de la pareja. A los pocos minutos llegaron otros tres adolescentes. Miguel, disimuladamente tapó con la colcha las dos botellitas con clefa que descansaban sobre el colchón.No lejos de allí, nos llevaron hasta una casa deshabitada sobre cuyo frontis, ocupado por dos colchones viejos, descansaba Efraín (nombre ficticio) recuperándose de una puñalada, y aún víctima de vértigos y fiebre.En el Mercado Los Pozos y mientras yo trataba de dominar el nudo que sentía en la garganta, Ernesto llenaba una bolsa con los dulces y los caramelos que los muchachos venderían en los micros. “Disculpen ustedes señores pasajeros por interrumpir su charla…” repetía Miguel un discurso que había aprendido quien sabe dónde, con un acento no castizo. Fermín se probaba un par de chinelas rojas y amarillas.Nos despedimos.Hay un grupo de niños de entre seis y diez años que andan por los alrededores de la Plaza del Estudiante. “Los visitaremos el próximo Jueves”, prometió Ernesto.El chilchi arremetía por momentos. “Voy a votar por usted”, dijo Fermín dirigiéndose a Ernesto. “No tenés carnet”, respondí. Graciela agregó que ni siquiera contaban con Certificado de nacimiento.child