¿Cómo funciona el tráfico de cocaína?

La serie de seis capítulos exhibe las profundas realidades detrás de la producción de cocaína en Bolivia. La producción ya está en YouTube.

imagePÁGINA SIETE, La Paz

Boris Miranda, periodista



En Bolivia, un viejo traficante de pasta base relata cómo su hijo se volvió adicto a la cocaína, después otros se introducen en mitad de la selva en la frontera con Perú para «coronar” una entrega y, más tarde, un piloto revela cuánto recibe por trasladar la «mercancía” desde el VRAEM peruano a las llanuras benianas.

Son apenas algunas las escenas que podemos ver en Amazonas Clandestino, la serie de seis capítulos que exhibe las profundas realidades detrás de la producción de cocaína, los narcovuelos, las mafias armadas que controlan la explotación ilegal de oro, el sicariato y la intimidad del negocio más rentable del mundo: el tráfico de drogas.

El documental fue elaborado por la productora española 93 Metros y se estrenó hace un par de semanas en Europa a través de Discovery Channel. La coproducción en Bolivia estuvo a cargo de la gestora de contenidos y productora Indómita, y tuve el gusto de colaborar como investigador encargado de recabar información y establecer algunos de los contactos en la región amazónica.

David Beriain, director de 93 Metros y host de la serie, relata el viaje que comienza en el Valle de los ríos Apurimac, Ene y Mantaro (VRAEM), prosigue por los puntos de acopio en Cobija, continúa en un operativo para desmantelar un laboratorio y llega hasta las casas de los capos del tráfico de cocaína en Manaos. Ninguna escena fue montada y todos los testimonios pertenecen a verdaderos operadores del narco en la zona amazónica que comparten Bolivia, Perú y Brasil.

«He matado a 16 o 15. (La primera vez) fue por una plata. Fue accidental. Sentí mucho miedo, después me acostumbré a matar. Cuando alguien traiciona, le cortan los pies, lo serruchan y lo queman vivo con gasolina. En el VRAEM, a la gente le gusta que trabajen recto, sin trampas. Me pagan 1.500 o 2.000 dólares por muerte”, relata un sicario peruano que aceptó que su rostro, cubierto por un gorro y una pañoleta, aparezca frente a las cámaras.

«Cobro 30.000 dólares por adelantado, por un viaje. Es una responsabilidad grande porque uno tiene que responder por ese trabajo. Dicen que es una plata fácil, pero no lo es. Uno siente bastante miedo por el peligro. En esa zona del valle (Perú) hay militares que nos pueden derribar. Son ríos y montes, si el avión falla es una muerte asegurada”, cuenta un piloto de narcovuelos que antes de partir de Beni o Santa Cruz rumbo al VRAEM, no se olvida de encomendarse con un rezo a San Miguel.

«Nos pueden matar los asaltantes para quitarnos la mercancía. Por cada kilo que cruza la frontera se me paga 100 dólares. Todo el comercio del VRAEM es con Bolivia. Ya he perdido ocho amigos. Una vez vi cómo mataron a uno y los animales de la selva se lo comieron”, cuenta Abel, uno de los cientos de mochileros que llevan la pasta base rumbo a Pando. El viaje es por trochas en medio de selvas y valles. Viajan de día o de noche y coordinan con los narcos bolivianos por celular.

En una casa convertida en un centro de acopio en Cobija, los traficantes muestran su producto estrella: la cocaína «de exportación”. Así le llaman al clorhidrato de alta pureza que tiene un componente químico que impide que los canes de las policías de Brasil y Bolivia detecten el producto. También exponen cómo la calidad se puede medir con un encendedor y una cuchara. Mientras es más fina, es más difícil de descomponer con el calor. Uno de los narcos cuenta que hace meses llegaron dos africanos que comenzaron a enseñar el método de impregnar la cocaína en la ropa. Método que todavía es imposible de detectar en las fronteras y aeropuertos bolivianos.

«Te atrae porque tienes lujo, adrenalina y las mujeres más lindas. Los asaltos y la ley son los peligros. Si nos sorprenden los asaltantes, nos matan. Yo tuve que matar. Empecé a mis 14 años, éramos jóvenes que trabajábamos haciendo entregas. Así fuimos creciendo. De los seis que empezamos, sólo yo quedo vivo”, relata Samuel, quien después muestra una de las rutas, en mitad del monte, donde recogen los paquetes que cargaron los mochileros peruanos.

Samuel pagó una factura elevada por sus años de narco. Su propio hijo se volvió adicto a la cocaína y derivados más nocivos. «Me quería matar. Salí como loco con un arma en la cintura. No quería aceptar. Muchas veces cometemos errores pensando que con el dinero y el lujo lo hacemos bien. Quisiera que no le suceda eso a ninguna familia. Quisiera que ya no exista esta enfermedad”.

El documental, ya disponible en YouTube, también muestra la intervención de una red de fábricas de cocaína realizada por la Policía antidroga de Bolivia a mediados del año pasado. Los Garras lograron detener a 10 personas aquella vez. «Destruimos 15 o 20 laboratorios, pero los narcos los reemplazan en meses porque tienen los recursos. Siento pena e impotencia. Nunca vamos a pillar al jefe de la organización en los laboratorios. Ahí está la gente joven. Muchachos que deberían estar estudiando. Son víctimas de los tentáculos del narcotráfico”, reconoce, resignado, el capitán Zambrana, quien dirigió el operativo frente al equipo de 93 Metros.

Beriain cierra con una reflexión después de haber visto casi todas las facetas de uno de los corredores de cocaína más potentes del mundo. «Oferta y demanda. ¿Será cierto que al final todo se reduce a eso? A la imposibilidad de detener el narcotráfico mientras el mundo siga demandando esas drogas. Hemos recorrido cada paso del negocio más grande del mundo. Cuando uno lo mira de cerca, el narco toma rostros y nombres propios. El del sicario que mata para imponer la ley del silencio o el campesino que siembra unas pocas matas para sobrevivir. Personas que mueven esta industria clandestina.

Que mueren, viven y matan por ella. Me asusta ver cómo toda esa pobreza, ese abandono, ese dolor y drama horrible y humano termina formando ese monstruo imparable que es el narcotráfico”.