La derecha mala: mercantilismo

Alberto MansuetimansuetiHace unos 150 años, cuando el socialismo comenzó a hacerse fuerte, a mediados del s. XIX, los impulsores del libre mercado estaban enzarzados en una dura lucha ideológica y política contra los defensores de los viejos privilegios mercantilistas. Y los marxistas, proponentes del socialismo, arremetieron contra ambas dos corrientes, a las cuales ciegamente tildaron de «derecha», sin distinguir una de otra. Así se generaron una serie de malentendidos, que duran hasta hoy.¿Cómo despejar esas confusiones? Fácil, si distinguimos con cuidado entre la izquierda y la derecha, y entre el capitalismo liberal y el capitalismo mercantilista o simplemente «mercantilismo».Mi maestro Manuel Ayau enseñaba que el mercantilismo surgió en el s. XIV con el «estado-nación», y los «mercaderes» aliados del rey absolutista, que recibían monopolios y otros privilegios a cambio de apoyo en la lucha del monarca contra los poderes independientes: nobleza rural y munícipes de las ciudades libres (gobiernos locales), clero regular y ordinario, Universidades, gremios y «órdenes» (ejs. templarios, hospitalarios), cada cual con su peso específico desde la Edad Media.La imagen marxista del feudalismo medieval es falsa. Marx y Engels eran un par de ignorantes en este tema (y en los otros también). En la Edad Media hubo libertades, de hecho aseguradas por el equilibrio de varios poderes dispersos y en competencia. No hubo esclavitud, como en la Antigüedad precristiana. Hubo “servidumbre”, situación diferente y más benévola, en la mayor parte de los casos de tipo voluntario, fruto de un contrato feudal. Las relaciones humanas eran institucionalizadas por contratos: en las familias, los gremios, la docencia, las ferias, la industria y la banca.Ya en la Era Moderna, el rey fue concentrando su poder en la corte, sita en «la capital» del país (“centro del poder nacional”), y sometiendo a los demás poderes. La economía ya no se basó en los contratos sino en reglamentos legales, suprimiendo la competencia doméstica con “concesiones” de licencias exclusivas, y la externa con aranceles, cupos y más barreras a la importación. Los reyes se dieron el poder de imponer costosas tributaciones, emitir dinero y pedir prestado, para mantener enormes fuerzas militares y una frondosa burocracia civil. Y nació la “escuela mercantilista”, que reemplazó la escolástica de Salamanca, incluso en España y Portugal, con una serie de supercherías para justificar y legitimar estos disparates.En el s. XVII comienzan a divulgarse las ideas liberales, con los fisiócratas en Francia y los ejemplos de Escocia, Holanda y Suiza, naciones protestantes que progresaban con los principios bíblicos de Gobierno limitado. En 1776 Adam Smith publicó su «Riqueza de las naciones», ácida crítica al mercantilismo y sólida defensa de las libertades económicas. No es una loa a los capitalistas de su tiempo, muy al contrario: es una defensa de los derechos de la gente, que habla mediante los mercados libres cuando se les permite, y un ataque a los empresarios privilegiados. Bastiat hizo en Francia una tarea similar a la de Smith, pero no con sesudos tratados sino con panfletos sencillos para el pueblo; más aún: se involucró activamente en política y logró una banca como diputado en la Asamblea Nacional, pero estaba solo y no tuvo éxito.Esta doctrina liberal fue adoptada por todo el primer cuarto del s. XIX en EEUU, bajo el liderazgo del Partido Demócrata-Republicano de Jefferson y Madison. Pero luego comenzó a influir la teoría opuesta “proteccionista” y bancocentralista, o sea mercantilista, primero impulsada por Hamilton y más tarde por Lincoln y ambos Roosevelt. Mala semilla quedó sembrada desde entonces en ese país, fuente de todos sus tropiezos posteriores.En Inglaterra, Cobden y Bright fundaron la “Liga Anti-Leyes de cereales”, que logró la derogación unilateral de estas leyes y de las demás trabas al libre comercio, a mitad de ese s. XIX. El país se hizo el más rico del mundo; y muy libre, tanto que albergó a muchos emigrados, incluido Marx. Pero en el s. XX, las ideas marxistas encarnaron en el partido Laborista, y se infiltraron en el Conservador, que bajo la guía de Keynes adoptó un mercantilismo más o menos actualizado, a veces llamado “corporativismo”.Para concluir: la derecha defiende el capitalismo, como la izquierda el socialismo. Pero hay dos derechas, la buena y la mala: la mercantilista quiere capitalismo para los privilegiados, y la liberal capitalismo para todos. Aunque ambas son realistas. La izquierda en cambio combate al capitalismo porque es “utopista” o fantasiosa: en sus declaraciones al menos, dice aspirar a un “rediseño” completo de la economía y de la sociedad, en base a un “plan” de ingeniería social. El mercantilismo no llega a tanto: se contenta con un capitalismo tramposo, de cartas marcadas.El drama es que hay dos izquierdas: la mala y la peor. La mala usa la mentira y el voto: es el marxismo económico del socialismo “democrático”. La peor usa la violencia: es el marxismo cultural del socialismo nazi-fascista, bolchevique, maoísta chino, y camboyano de Pol Pot. Y la derecha mercantilista hace tiempo está en un “Pacto Social” con los nuevos reyes del socialismo malo “menchevique”, que les garantizan sus leyes monopolistas a los empresarios incompetentes, a cambio de apoyo para las leyes “sociales” y otras de la izquierda más blanda.Los resultados de este Pacto, tan estrecho que ya es casi un “fusión”, fueron y son una serie continua de desastres, pero que constituyen ganancia neta para la izquierda más virulenta y dura, que aprovecha los daños y se entroniza y perpetúa en el poder absoluto. Aunque ese tema ya es para otro artículo.El Día – Santa Cruz