Presos de Palmasola esperan al Papa como a su salvador

Visita a Bolivia. Jorge Mario Bergoglio es la visita más ilustre que los presos de la cárcel de Santa Cruz aguardan para entregarle una carta abierta y un pliego petitorio.

Los presos de Palmasola esperan al Papa como a su salvador en la tierra

Jorge Mario Bergoglio es la visita más ilustre que los presos de la cárcel cruceña aguardan para entregarle una carta abierta y un pliego petitorio. Quieren que sea el lazo vital para llegar hasta el presidente Evo Morales. Testimonios desde dentro.



EL DEBER, Santa Cruz

imageUn ambiente familiar así es una parte de la cárcel de Palmasola. EL DEBER.

En la cárcel de Palmasola muchos no saben cuándo terminará su encierro, porque el 80% no tiene sentencia ejecutoriada; sin embargo, todos están enterados de que en julio tendrán una visita ilustre, histórica e increíble: la del papa Francisco, el santo padre al que ellos esperan como a un mesías, como al salvador que puede ayudarles a librarse de sus peores tormentos, de las cosas que ahí dicen que ocurren y de las que no se entera el país.

“A través de papa queremos llegar al presidente Evo Morales, porque el Estado nos tiene al borde del abandono, al Estado no le interesamos”, dice Leónidas Martín Rodríguez, el regente y representante de los privados de libertad que ya sabe lo que hará cuando tenga al frente al argentino más famoso del momento, Jorge Mario Bergoglio: “Le entregaré una carta abierta, un pliego petitorio y prepararán un acto especial para recibirlo”, dice Leónidas, lleno de júbilo y cubierto de esperanzas. “Esperamos que muchas cosas mejoren aquí”, dice, emocionado.

El centro de rehabilitación Santa Cruz Palmasola está ubicado al sur de la ciudad de Santa Cruz y en seis ambientes conviven 3.800 personas, en un espacio que estaba construido para albergar a menos de 1.000 privados de libertad. No hace falta esperar a leer el pliego petitorio y la lista de necesidades que entregarán a Francisco para que uno se entere de los ‘fantasmas’ y se empape de la vida que existe dentro del penal más poblado del país.

La alimentación

“El papa no pudo haber elegido un mejor lugar para conocer un país diverso y desigual, porque este lugar es una Bolivia en miniatura”, dice un preso que camina por una calle angosta del puesto de control número cuatro (PC-4), que es la zona conocida como régimen abierto y donde se encuentra más del 70% de los detenidos. Se trata de una especie de barrio amurallado, compuesto por 31 pabellones y varios cuartitos de una y dos plantas, construidos en su mayoría por ellos mismos, salones donde funcionan iglesias evangélicas y algún espacio para jugar billar.

En ese lugar conviven personas de diferentes clases sociales.

El rancho es la comida a la que todos tienen derecho. Una empresa particular se encarga de administrar los Bs 6,60 que la Gobernación destina por cada interno y con ese monto debe garantizarse el desayuno, el almuerzo y la cena.

Quienes habitan Palmasola cuentan que el menú del rancho difiere de acuerdo con el día. Los lunes, martes, miércoles y sábado cocinan y olla doble: arroz o fideo con su jugo. Los jueves solo sopa porque es el día de visitas y se supone que los familiares les llevarán comida. Los domingos cocinan majadito o guiso de fideo y ya no se ofrece cena.

Pero el rancho no lo comen todos. Lo comen los que no tienen cómo comprar en las pensiones particulares o preparar su propia comida. Y no es que la comida sea mala, dice Erick, un hombre acusado de homicidio. “Lo que pasa -afirma- es que la misma comida cansa”. Pero para comer por su cuenta, hay que tener dinero, por lo menos Bs 30 para cada día, y eso se lo consigue con la asistencia económica de familiares o alguna fuente laboral informal dentro del penal. Un plato de comida cuesta desde Bs 5 (asado en olla) y sube hasta los Bs 35 si es que se prefiere carne al horno.

En el interior de Palmasola, algunos trabajan como carpinteros, otros alquilan por Bs 300 al mes un espacio dentro de su cuarto para inquilinos que quieren dormir más cómodos, otros fletan televisores y garrafas a Bs 100 mensuales, revistas antiguas a Bs 1 o sacan fotografías por Bs 5 a los visitantes que no esconden su sorpresa por las peculiaridades del penal.

Esteban, por ejemplo, trabaja como voz comercial. A las 18:00 se viste con su camisita menos usada y sale a las calles a gritar: “Pollo dorado, con arroz y papas fritas. Los viernes cambia de menú. Ofrece kjaras y los domingos, hamburguesas matahambre. Pero el dinero no alcanza para que el rancho contenga los nutrientes que necesita el cuerpo humano. El subgerente de Palmasola, Jimmy Condori, coincide con Leónidas Rodríguez. Dice que están en pie de protesta y que en julio o agosto tomarán medidas de presión en caso de que el prediario no lo incrementen a por lo menos Bs 12. “Estamos dispuestos a hacer huelga de hambre”, asegura Rodríguez.

La salud quebrada

Lo único que sirve aquí es la balanza, dice Miguel Bordón, que está en Palmasola en calidad de interno y también es uno de los nueve médicos de cabecera del penal que salen de la misma fila de reclusos.

Borbón es un hombre amable y con bigotes menudos que dibujan, a pesar de todo, una cara risueña. “No tenemos ni un tubo de oxígeno”, se queja. Son las 17:00 y tiene el cuerpo cansado, porque cada día atiende a 70 pacientes.

Atenderlos no es un problema. El drama comienza, asegura, cuando llega el momento de entregar la receta, porque sabe que la farmacia de Palmasola permanece casi vacía porque es abastecida con el aporte de los mismos presos. Cuando la enfermedad de algún interno exige que se haga estudios como rayos x, ecografía o que sea visto por algún especialista, no reciben permiso inmediato para salir del penal y cuando salen, son los mismos reclusos quienes deben costearse los chequeos.

“Es más fácil que un camello atraviese por el hueco de una aguja a que un preso enfermo salga del penal para que lo atienda un médico en una clínica de la ciudad”, ejemplifica Rafael L., que está privado de libertad por un robo de bagatela.

Leónidas Rodríguez confirma que existe una burocracia jurídica que obliga a que el paciente peregrine buscando firmas, consiguiendo sellos, aguardando permisos.

“Hubo más de uno que murió mientras hacía el trámite o en el trayecto al hospital porque no aguantó la espera”, lamenta Rodríguez, que reitera que lo que busca es que el papa sea los ojos y los oídos de los presos, para que vea y escuche, para que después eleve el mensaje al poder político de Bolivia.

La magia de la pelota

El director del establecimiento penitenciario, coronel Luis Castro, está de uniforme deportivo. Viste polera con el número 7 de Cristiano Ronaldo y pantalón corto color blanco, emulando al equipo del Real Madrid.

Está a minutos de entrar a la cancha de fútbol de Palmasola, la que los presos dicen que es la más pisada del mundo porque ahí juegan desde antes que salga el sol hasta después que se oculta. Es tierra pura, pisada y recontra pisada. Un polvo húmedo donde equipos armados al interior del recinto se enfrentan para matar las penas, para sentir la gloria que solo da el triunfo.

“Aquí se ve la realidad nacional”, dice Castro, y mira a su alrededor. Lleva un mes en el cargo, dice que todo está tranquilo y que espera que así permanezca, que está trabajando para que se cumpla la Ley 2298, de Ejecución Penal y Supervisión, para que los privados de libertad tengan buena estadía en el recinto, a pesar de las limitaciones, puesto que tienen derecho a vivir bien. También asegura que está enterado de las aspiraciones que tienen.

Castro ha encontrado en el fútbol una forma de confraternizar con los detenidos. Lo han invitado a jugar un partido y, cuando el árbitro toca su pito, entra en la cancha a medirse con sus contrincantes deportivos. Retumba un tambor de la hinchada y el público lo ovaciona, aplaude al coronel.

Los pobres

Zacarías N. es el hombre que más citan en Palmasola cuando tienen que hablar sobre retardación de justicia. Se trata de un hombre que estuvo más de 20 años sin que pese una sentencia contra él. Después de batallar durante años en los estrados judiciales y acudir a los agentes que luchan a favor de los derechos humanos, logró su libertad.

Varios ya llevan años esperando una sentencia que no llega, y bajo la seria posibilidad de ser inocentes. Eso dice un exreo de Palmasola que, estando preso, logró estudiar la carrera de Derecho y cumplir su condena. Ahora él trabaja como abogado de sus excompañeros de celda y quiere que el papa también sepa que la justicia boliviana camina a paso de tortuga y que si un detenido no tiene dinero, el tiempo se le detiene para siempre.

image“El rancho nuestro de cada día”. Así llaman los presos al rancho, a la comida que les llega como parte de uno de los pocos beneficios que reciben del Estado. Cuando ven las ollas llegar, les invade la alegría.