Sobre las venas de Latinoamérica

Agustín Echalar Ascarrunzint-60072Cuando, hace casi 45 años, Eduardo Hughes decidió publicar un ensayo titulado Las venas abiertas de América Latina, decidió utilizar su apellido materno, seguramente porque un libro que denunciara el abuso del imperialismo, norteamericano e inglés en primer lugar, no parecería muy convincente si era firmado por alguien con un apellido gringo, un apellido tan parecido al del millonario hollywoodense, que entonces todavía vivía en medio de sus paranoias y sus orines.El utilizar el apellido Galeano fue, seguramente, un asunto de marketing, por cierto, no criticable en absoluto, (Mirtha Legrand, tampoco apellida Legrand),  pero no deja de ser un detalle curioso  a la hora de recordar póstumamente a quien escribió uno de los libros más influyentes que se hayan publicado en los últimos 50 años en esta parte del mundo.Si pensamos que a la corta edad de 31 años, el joven Hughes logró, no sólo un best seller impresionante, sino un libro que se convirtió en una especie de biblia para tal vez millones de jóvenes, no sólo en América Latina, sino en todo el mundo -obviamente en los sectores simpatizantes con esta parte del globo y con las revoluciones que se vivieron en nuestros países a lo largo de la segunda mitad del siglo XX-, este fenómeno inspira admiración y asombro.Eduardo Hughes, conocido mundialmente como Eduardo Galeano, tiene en su haber una prolífica historia de éxitos editoriales  y una sólida carrera como periodista; sin embargo, la obra que lo hizo famoso y lo mantuvo en vigencia a lo largo de más de cuatro décadas es Las venas abiertas de América Latina. Basta recordar que en el encuentro entre Obama y Chávez, el libro fue un obsequio del segundo hacia el primero. Dicho sea de paso,  es posible que Barry lo hubiera leído ya en su juventud. Es que es, además, el texto ideal para gringuitos que toman materias sociales en sus universidades norteamericanas.Las referencias y reverencias al libro en cuestión son constantes y parece ser que sigue siendo libro de lectura en escuelas y universidades, aquí y acullá.  Hasta ahí, todo bien. El problema es que se trata de un mal libro, un libro con pretensiones de síntesis histórica, escrito sin el menor rigor, con errores garrafales, tanto desde el punto de vista conceptual como en elementales cifras. Hablar de ocho millones de muertos, víctimas de la mita en Potosí, equivale a aseverar que en los campos de concentración nazis hubieran muerto 120 millones de judíos.Hace un par de años,  con una hidalguía encomiable, Galeano tomó distancia de su libro. Dijo que ahora no lo leería, aunque también dijo que no se arrepentía de haberlo escrito. Adujo que cuando lo escribió había muchas cosas de economía que él no entendía. Olvidó mencionar que sus conocimientos de historia eran también recontra vagos.También tomó distancia del estilo en que había escrito ese libro sagrado. Sus acólitos no han tomado noticia de este extremo. A fin de cuentas -dirán-, ese libro ya no es del autor, es del público.¿Es el libro de marras un aporte? Por supuesto que no, es un libro que ha hecho que centenares de miles de personas terminen teniendo una visión equivocada de su propia realidad, y eso no ayuda ni a individuos ni a sociedades.No deja de ser interesante el que uno de los libros más vendidos y leídos sobre Latinoamérica sea en realidad un libro bonito, que conmueve, que exalta, pero que no es serio. Tal vez dice algo del carácter, o si se quiere de una cierta vena que tenemos los latinoamericanos, donde el rigor simplemente no cuenta.La última vez que tuve en mis manos un ejemplar de Las venas…, se trataba de una edición que, a manera de introducción o prólogo, llevaba en las primeras páginas nada menos que la Proclama de la Junta Tuitiva de La Paz, documento cuya veracidad, por cierto, también está en entredicho.Página Siete – La Paz