Reino Unido: el laberinto de la identidad

Álvaro Vargas LlosaALVARO-VARGAS-LLOSAQué extrañas elecciones acaban de tener lugar en el Reino Unido. Uno de los líderes del mundo libre, potencia nuclear y sexta economía del planeta ha celebrado unos comicios en los que ha prevalecido por encima de todo el asunto de las identidades colectivas, llámese europea, británica, inglesa, escocesa, anglosajona, etc.Los factores tribales han dado al Primer Ministro David Cameron una sorprendente victoria, con mayoría absoluta, en contra de todas las encuestas, que pronosticaban un resultado indefinido y auguraban semanas de negociaciones angustiosas para formar gobierno.Me explico. Los factores decisivos, a último momento han sido dos: 1) El miedo de muchos ingleses a que una victoria del Partido Laborista otorgara al Partido Nacionalista Escocés, con el que hubiera tenido que aliarse forzosamente, un poder de chantaje sobre Londres. 2) El miedo de muchos euroescépticos a que, sin David Cameron, el único que ha ofrecido un referéndum para determinar si el Reino Unido debe permanecer en Europa, los británicos perdieran la mejor posibilidad hasta la fecha de decir adiós a la Unión Europea.Durante la campaña, si algo indicaban las encuestas era que los votantes no estaban entusiasmados del todo con nadie y preferían fragmentar el voto hasta hacer casi imposible la formación de un gobierno con perspectivas de durar. Pero los candidatos que hicieron el “canvassing” puerta a puerta en los últimos días informaron a sus cuarteles generales que algo importante estaba sucediendo. Ese “algo”, que ninguna encuesta pudo registrar hasta el día mismo de las elecciones con el megasondeo a pie de urna, fue el vuelco de muchos votantes con los conservadores por los dos temores antes mencionados.Es así como los “tories”, que en principio no iban a obtener más de 280 escaños, han acabado capturando 331, ocho más que los necesarios para gobernar en solitario (un número muy por encima de los obtenidos en 2010, cuando se vieron obligados a pactar con los liberal-demócratas para gobernar). Los laboristas, en cambio, que en principio debían empatar con los “tories”, han acabado obteniendo siete puntos porcentuales menos en el voto popular y apenas 232 escaños.Suenan a broma, ahora, las conjeturas que hacían los opinólogos británicos sobre la posibilidad de que, al no poder formar gobierno, Cameron, aun sacando más votos que el laborismo, tuviera que ceder al líder laborista Ed Miliband la iniciativa de conformar alianzas para subir al poder. La última vez que el partido menos votado de los dos principales lideró un gobierno fue bajo Ramsey MacDonald en 1924 (y por pocos meses).En el papel, las elecciones debieron centrarse en gran parte en la economía. Después de todo, el Reino Unido fue uno de los más golpeados por la crisis de 2008 y la solución que David Cameron aplicó cuando accedió al poder en 2010 fue una polémica austeridad. Dicha receta, ferozmente contestada desde la oposición y amplios sectores de la sociedad (e incluso desde el Fondo Monetario Internacional en 2013), fue dolorosa pero ha dado algunos resultados importantes. Por lo pronto, el gobierno se tiene que endeudar la mitad de lo que se tenía que endeudar antes para hacer frente a sus gastos. La economía está creciendo a un ritmo dos veces superior al de la Unión Europea. El desempleo ha caído a 5,6 por ciento, un nivel muy bajo para economías desarrolladas con sectores informales mínimos. Y el índice de participación de los que tienen entre 16 y 64 años en el mercado laboral ha alcanzado un altísimo 73 por ciento, varios puntos por encima de los Estados Unidos.Estos deberían haber sido asuntos clave en la discusión pública. Como debería haberlo sido la otra cara de la economía: por ejemplo, el hecho de que la productividad casi no haya crecido en cinco años y, por tanto, que no sea posible prever una reducción o eliminación del déficit fiscal aún existente sin recortes del gasto público todavía más drásticos (como no aumenta la productividad y el crecimiento de la población es de apenas 0,6 por ciento al año, no se ve por dónde puede venir el tipo de crecimiento que licuaría por sí solo el déficit a la larga). Sin embargo, por más que algunos actores políticos, empezando por David Cameron y el propio Ed Miliband, desde posiciones antagónicas, pretendieron centrarse en estos asuntos pasados de moda, los otros temas lo dominaron todo.Los “otros temas” son las corrientes nacionalistas de distinto tipo que han surgido con fuerza y parecen haber capturado la imaginación de muchos millones de ciudadanos. Algunos reniegan del tricentenario Reino Unido y pugnan por volver al “statu quo ante” independizando a las partes de la unión. Hay quienes pretenden ir mucho más atrás desandando 10 siglos y disolviendo a Inglaterra para resucitar los siete reinos anglosajones, empezando por el principal, Wessex, región donde ha surgido un nacionalismo intenso últimamente (los amantes de la literatura inglesa lo reconocerán por ser el lugar donde ocurren tantas novelas de Thomas Hardy). Otros anhelan seguir siendo británicos pero entienden que eso exige detener la inmigración y abandonar Europa. En cambio, hay quienes sienten que el concepto mismo de Reino Unido es hoy indisociable de las olas migratorias llegadas desde la descolonización que siguió a la Segunda Guerra Mundial y de la relación con Europa.Todas estas corrientes sociales tienen ahora sus respectivos reflejos políticos.El primer ministro David Cameron, cuyo partido está dividido a propósito de la Unión Europea, ha prometido un referéndum en 2017 para decidir si el Reino Unido sigue formando parte de Europa. Se da la paradoja de que, a pesar de estar hoy dominado por los euroescépticos, en los últimos cinco años el partido de los “tories” ha dependido de los liberal-demócratas, el partido más entusiasta de Europa entre los tres grandes, muy opuesto al referéndum.Al otro lado, las cosas no pintan menos absurdas y contradictorias. La influencia de los euroescépticos en la opinión pública británica es tan grande, que incluso el Partido Laborista, que es pro europeo, prometió en la campaña no abandonar la libra esterlina y mantener a su país al margen de nuevas formas de integración continental, incluyendo áreas como la política fiscal, los mercados laborales, la banca y muchas más. Pero para que Miliband, que ha tenido que dimitir como líder laborista tras su derrota, reemplazara a Cameron en caso de que el conservador no hubiese podido formar gobierno tras los comicios, habría necesitado el apoyo no sólo de los liberal-demócratas sino del Partido Nacionalista Escocés. Esta organización pidió en el pasado reciente un referéndum para adherir al euro, un verdadero anatema al sur de la frontera.El avance impresionante del nacionalismo escocés y de su partido emblemático en estas elecciones es una pieza fundamental del rompecabezas de identidades colectivas (o colectivistas) y del nuevo escenario político. El nacionalismo fue derrotado en el referéndum de la independencia escocesa hace ocho meses, cuando el “sí” obtuvo 45 por ciento de los votos frente al 55 por ciento del “no”. Pero ahora el Partido Nacionalista Escocés ha visto su número de escaños en Westminster multiplicarse por nueve respecto a las últimas elecciones generales. Hace cinco años, obtuvieron sólo seis escaños, proporción lógica en una organización que ni siquiera quiere estar en el Parlamento británico porque profesa la independencia.Sin embargo, bajo su nueva líder, Nicola Sturgeon, el Partido Nacionalista Escocés ha logrado absorber todos los votos nacionalistas de Escocia, con lo cual consigue prácticamente el mismo porcentaje que obtuvo el “sí” en el referéndum. Ello, traducido en escaños, da al partido de Sturgeon un poder enorme: con sus 56 escaños de un total de 650 en los Comunes, controla un nueve por ciento del Parlamento británico. Para colmo, ha borrado del mapa al laborismo en Escocia.La victoria del “no” en aquella consulta, por tanto, parece haber acabado por convertirse en pírrica, provocando una reacción poderosa al norte de la frontera. Pero, a su vez, el aumento del nacionalismo escocés ha inflamado las pasiones nacionalistas en Inglaterra. David Cameron es el feliz pero desconcertado beneficiario de esta dinámica tribal. Los conservadores prometieron en su campaña que impedirán a los miembros escoceses del Parlamento votar en asuntos que afecten a Inglaterra.Lo cual nos lleva al UK Independence Party, la fuerza relativamente reciente liderada por Nigel Farage. Este partido ha crecido a lomo, precisamente, del nacionalismo inglés con un discurso contra Europa y la inmigración. Es la agrupación que ganó las elecciones para el Parlamento Europeo el año pasado con un sorprendente 27 por ciento y que ha tenido en vilo a Europa ante la perspectiva de que el extremismo llegase al poder en Londres. Hace unos meses esa era una posibilidad real. El Ukip no lo va a conseguir por ahora, pero ha obtenido un nada desdeñable 13 por ciento de los votos (por obra del sistema electoral, no va a colocar más de un miembro en el Parlamento). El aumento del nacionalismo inglés a la larga juega a favor de Ukip a menos que los “tories” estén realmente dispuestos a llevarlo a sus últimas consecuencias no sólo en el enfrentamiento con Europa sino también con el nacionalismo escocés (y otros). Esto sería muy peligroso si se tiene en cuenta que los dos principales partidos británicos han dejado de existir al norte de la frontera y que el país está partido.Cameron hizo durante su campaña grandes esfuerzos para atraer de regreso a su partido a los muchos votantes que en los últimos tiempos habían emigrado al Ukip. Lo ha logrado en parte gracias al temor de que, dividiendo el voto nacionalista entre Ukip y los conservadores, los votantes acabasen entregando el poder al laborismo en alianza inevitable (aunque negada en público) con el nacionalismo escocés. Pero nunca las elecciones generales siguen el patrón de comportamiento de los votantes de las elecciones europeas, de manera que la reducción del caudal electoral de Farage, el campeón de lo que se solía llamar el “little Englander”, el inglés cultural e ideológicamente insular y xenofóbico, puede ser engañosa. Y en cualquier caso 13 por ciento es un resultado muy significativo.Las elecciones suelen servir para aclarar las cosas, despejar el horizonte. Aquí ha pasado lo contrario: las corrientes sociales que han resultado determinantes en las elecciones prometen para los años venideros cualquier cosa menos claridad. Representan un desafío único a los venerables pactos constitucionales e institucionales de la pérfida Albión.La Tercera – Chile