Erika Brockmann QuirogaLa arremetida de la Federación de Juntas Vecinales (Fejuve) de El Alto contra la flamante alcaldesa de ese municipio, Soledad Chapetón, sintetiza un conjunto de malas prácticas políticas y sociales sustentadas en argumentos antidemocráticos preñados de intolerancia. Por ello, el análisis de la prematura pulseada de ‘Sole’ y sus adversarios debe superar la lógica de identificar ganadores y perdedores. Solo así será posible desentrañar lo que verdaderamente está en juego detrás de esta controversia que coloca en la mira ciudadana prácticas clientelares, corruptas e indefectiblemente asociadas a un estilo de gestión paralela y extorsiva de los asuntos públicos, ‘sin responsabilidad política’, por parte de dirigencias sociales empoderadas.Quienes defienden estas prácticas, lo hacen en nombre del potencial transformador y revolucionario de las multitudes, al extremo de desvalorizar la voluntad popular expresada en las urnas. O pretextando ‘usos y costumbres’ reconocidos por ley y aplicables al ámbito exclusivo de las comunidades indígenas originarias campesinas, social y culturalmente homogéneas y predominantemente rurales.La instrumentalización y el manoseo de los usos y costumbres en un contexto urbano intercultural, social y económicamente diferenciado derivan en manifestaciones excluyentes, autoritarias y conservadoras. Queda claro que estas no nacieron con el Movimiento Al Socialismo, aunque, pese a la promesa de cambio, no hizo otra cosa que exacerbarlas. Se incubaron desde hace mucho a partir de transacciones y arreglos políticos prebendales poco transparentes de alcaldes y una dirigencia social amiga del bloqueo de la gestión pública. Desde esta perspectiva, prevalece el elogio al desacato al Estado de derecho. En otras palabras, se valoriza la fuerza de la presión, mas no aquella que emana del cumplimiento de la ley. Por ello, fue necesario contraponer multitud contra multitud, ¡eso sí se respeta!A propósito de la falta de convocatoria de la Fejuve alteña, el vicepresidente Álvaro García Linera ha cuestionado el distanciamiento de la dirigencia respecto a sus bases. Lo que en realidad debiera interpelar autocríticamente es el afán de cooptar a la dirigencia social y de menoscabar su independencia a partir de la oferta de cuotas de poder que desdibujan los límites de las responsabilidades públicas y privadas. Se trata de una fórmula ‘fascistoide’ a la que, tarde o temprano, la sociedad interpela tal como lo hizo en El Alto con su voto. ¡Vaya paradoja! Los que un tiempo parecieron progresistas, hoy simbolizan lo más conservador y antilibertario del denominado proceso de cambio.El Deber – Santa Cruz