El tirano voraz

mariacaGuillermo Mariaca Iturri*Un gran escritor nos convocaba a resistir al tirano porque éste era «alguien criado en sangre, y en sangre asentado”. No sólo criado en la sangre material de los asesinados por el despotismo de su pretendida razón estatal, sino y sobre todo, asentado en la sangre política de un pueblo que resiste. Como la sangre que no se resigna a la sumisión es la raíz de un pueblo político, el tirano se ve obligado a trabajar para extirpar todos los derechos y, muy enfáticamente, los derechos con los que un pueblo construye su libertad que son, claro, los derechos políticos. Pero, y aquí radica la sutileza de un tirano astuto, su voracidad no se alimenta sobre todo de la represión de esos derechos, sino de la sumisión de un pueblo amedrentado.¿Cuál es la cantidad de muertos que un pueblo tolera? Hasta hoy los asesinados por los pretextos de Estado parecen insuficientes para justificar una rabia que vaya más allá del quejido. Años atrás denunciábamos las muertes como masacre. Pero hoy Porvenir, o el hotel Las Américas, o Huanuni, o Caranavi, o tantos otros muertos anónimos se diluyen con el silencio del tiempo que nos recorre. ¿Cuál es la calidad de derechos extirpados que un pueblo admite? Hasta hoy ni el TIPNIS, ni el narcotráfico, ni el Fondo Indígena, ni Potosí, ni la amenaza a los pocos medios independientes, ni la extorsión a las ONG demuestran ser algo más que fuente de la protesta popular y confirmación de su impotencia. Pero si este pueblo ha sido tantas veces un pueblo que resiste, ¿cuál es, entonces, la fortaleza del tirano? ¿Dónde radica el misterio que acalla la voz popular; dónde canta la sirena que nos embruja con sus melodías populistas?En la despolitización. Aquella que comenzó aprobando una Constitución que servía para la venganza de los condenados de la tierra, pero no para la trabajosa construcción de sus libertades. Aquella que continuó inventando un enemigo que más que derrotado estaba sobre todo avergonzado porque ya no tenía ningún evangelio vendepatria que predicar. Aquella que convocó reiteradamente al pueblo para darle, una y otra vez, la manzana de su perdición bajo la forma de los espejos de colores de los bonos, la estafa de las promesas siempre incumplidas, las prebendas a las bases, la corrupción institucionalizada a los dirigentes. Aquella despolitización que, finalmente, conduce al pueblo a su sumisión: a la renuncia a la libertad. A la libertad de pensamiento, de expresión, de visión, de crítica, de decisión, de acción. Es decir, la renuncia a la política. El retorno del pongueaje.Cuando un pueblo renuncia a la política entendida como bien común y se resigna a padecerla como la simple reproducción del poder, la sociedad ingresa a la naturalidad del pongueaje. Porque no son sólo demasiados dirigentes de las organizaciones sociales los que declaran su devoción y demandan la reelección del tirano. No son sólo tantos grandes empresarios financieros, petroleros y agroindustriales los que sonríen su satisfacción y subterráneamente financian su permanencia. No son sólo muchos migrantes que bailan su orgullo recobrado y votan su reencarnación katarista. No son sólo amplias clases medias urbanas que calmadamente apelan a un sórdido equilibrio de juicios: pero hay esto, se ha hecho lo otro. No son sólo cocaleros y contrabandistas haciendo su potosí mientras Potosí, tardíamente, se desgarra. Son todos ellos juntos y revueltos atándole los cordones del zapato izquierdo al patrón del siglo XXI. Todos ellos son la prueba de nuestra degradación. Todos los pocos -campesinos marginados, obreros excluidos, microempresarios desesperados, intelectuales en la sombra-, en cambio, acorralados, somos la prueba de nuestra impotencia. Mientras tanto, los patrones, orgullosos de haber reinventado el pongueaje, se relamen en su incontinencia. Se alimentan de pueblo con avidez desenfrenada. Devoran codiciosamente sus libertades. Con avidez insaciable banalizan sus derechos. Y reciben, voraces, sus alabanzas.Mientras tanto, los pocos seguiremos exiliados de la vida política porque nadie hay que reinvente la república de 1809.*EnsayistaPágina Siete – La Paz