Polleras castigadoras


RENZORenzo Abruzzese»Con una manta amarilla, una pollera del mismo color, un sombrero ‘borsalino’ y un aguayo, así fue vestido el alcalde de Caquiaviri, Bruno Álvarez, según una imagen difundida hoy por el diputado de Unidad Demócrata (UD) Rafael Quispe. Las prendas, de uso típico de la chola boliviana, fueron usadas como ‘castigo’ por los pobladores de la provincia Pacajes, por la ‘mala administración’ de recursos económicos para obras en esa parte del país” (EL DEBER, 14-12-15).En respuesta a este insólito procedimiento, el presidente de la Cámara de Diputados se presentó vistiendo también una pollera, para –según él– reivindicar este atuendo propio de la cultura aimara, ya que su uso como instrumento de castigo demeritaba su valor cultural y social. Sin duda, el acto de escarmiento comunitario fue del todo original y originario. Sin embargo, pone en evidencia la distancia que media entre las concepciones culturales y las valoraciones sociales vigentes en los operadores del poder y las que habitan los reductos profundos del ciudadano común, del campesino aimara. En efecto, mientras que para ellos el uso de los atuendos típicos del lugar encuentra una función social ejemplarizadora, para los que ejercen el poder en nombre de esa cultura resulta exactamente lo contrario; es un acto bochornoso e inaceptable. Los operadores del Estado que los representa piensan exactamente lo contrario de sus representados, hay una divergencia antropológica que solo se cubre por los artificios del discurso.Me imagino que los pobladores que decidieron proceder de esa manera habrán quedado totalmente confundidos, pues sus representantes conciben los usos y costumbres y las funciones sociológicas de las cosas que rodean sus vidas de una manera diametralmente diferente de los que, en su nombre, dicen haber fundado una nación indígena-originaria. En los hechos, las poses tan originales como las del diputado están muy lejos de los valores propios de una cultura originaria. Entre los primeros y los segundos media, claro está, la sombra fatídica de la demagogia y el susurro de un pragmatismo a ultranza que echa mano de todo lo que puede, aunque, como en este caso, solo desvela lo lejos que está el Estado de la sociedad real y de sus culturas.El Deber – Santa Cruz