Editorial – El DíaCuando habla el expresidente Carlos Mesa casi siempre hay que tener las pinzas listas para analizar con cuidado sus palabras, porque siempre hay una buena dosis de cálculo, cinismo y ese clásico tufo de la política altoperuana que tanto disgusta. Pero sus más recientes declaraciones son, sin duda alguna, sorprendentes y más allá del margen de sinceridad o lo tardías que puedan ser, vale la pena comentarlas, porque básicamente son ciertas y necesarias, sobre todo ahora que estamos bajo un régimen que no tiene norte, pero que afanosamente pretende quedarse, porque supuestamente no existe un proyecto alternativo al “proceso de cambio”.Mesa le pidió a los actuales dueños del discurso hegemónico que paren con la cantaleta del “periodo neoliberal”, convertido en un insulto con el que buscan desacreditar todo lo que se hizo a partir de 1982, tras la salida de las dictaduras militares.En primer lugar, hay que aclarar que la recuperación de la democracia no fue obra de los neoliberales ni de nadie en especial, puesto que fue un proceso del que se apropiaron todos los bolivianos, menos los que hoy precisamente ocupan el poder y que se dedicaron a desestabilizar hasta conseguir su propósito, es decir, instaurar un sistema que funciona a imagen y semejanza de los sindicatos y que ha agudizado los viejos males de nuestra organización política: el caudillismo, el centralismo, la ausencia de institucionalidad, la fragmentación social, la corrupción, la informalidad y la ilegalidad, por mencionar sólo algunos de los problemas.La generación que accedió al poder aquel año, no solo tenía la misión de pacificar el país, recuperar el estado de derecho, tareas que sí se cumplieron, sino que más tarde debieron sacar a Bolivia de un agujero económico que nos estaba condenando a la muerte.En ese tiempo la criticábamos, pero hoy extrañamos la democracia de pactos, que permitió transparentar el sistema electoral, que nos ayudó a avanzar en la descentralización, que estaba dando algunos pasos en la modernización de la justicia, en la institucionalización de los cargos públicos, que consiguió ciertos avances en el funcionamiento del congreso y que debía avanzar en la autonomía, asunto que estaba en la agenda “de la derecha”, “del neoliberalismo” y que el socialismo no hizo más que criminalizar, desterrar y destruir hasta conseguir un esperpento autonómico que ni siquiera ellos entienden.Y así como los “revolucionarios” tumbaron la autonomía, un paso imprescindible para democratizar el poder y los recursos del país, también tiraron abajo toda la agenda nacional, pues hoy tenemos una justicia peor que la de antes, un poder legislativo inexistente, un poder electoral más carente de credibilidad y en el Ejecutivo hay más discrecionalidad, más corrupción y menos planificación.Por último, en el campo económico, Mesa le atribuye a Gonzalo Sánchez de Lozada la siembra de los campos que ha cosechado a manos llenas el régimen actual. Eso en parte es verdad, pero es más cierto que todo empezó con los proyectos de exportación de gas que uno tras otro, todos los gobiernos fueron apuntalando hasta convertir a Bolivia en centro energético del cono sur, realidad que se está desvaneciendo por obra y gracia de la “agenda revolucionaria”.