La izquierda chauvinista en Bolivia

FERMOLFernando MolinaEl internacionalismo de la “izquierda bolivariana” desaparece; en lugar de fortalecer y dar brillo a su poder, le crea contratiempos.En las décadas de los años 20 y 30, cuando la izquierda boliviana finalmente lograba cristalizar la influencia socialista que había estado llegando al país desde el exterior, en particular de Chile, Perú y Europa, en la formación de sindicatos y partidos políticos que, en la terminología marxista, poseían «independencia de clase”, la «patria” y su defensa eran un valor y una tarea de derecha.  Sólo la burguesía podía querer consolidar el Estado nacional, que suponía la preponderancia del amor por el país de nacimiento sobre la identidad de clase.Por la patria, verbigracia, se convocaba a los obreros, sectores populares y agricultores a apoyar a un gobierno y un ejército oligárquicos en la Guerra del Chaco. En consecuencia, la guerra no era un crimen, sino un acto de justicia con la nación. Frente a ello, la izquierda, siguiendo la enseñanza de bolcheviques como Lenin, Trotsky, de los anarquistas y de los socialistas pacifistas de la II Internacional, planteó el derrotismo contra Paraguay y llamó a los trabajadores bolivianos a no matar a sus «enemigos”, ya que unos y otros estaban siendo fichas del juego de las clases dominantes de sus respectivos países. Fueron encarcelados, fusilados y exiliados por los republicanos, que no se cansaban de advertir sobre el comunismo «apátrida”.Es cierto que, al mismo tiempo, los nacionalistas de izquierda que luego fundarían el MNR, personalidades como Paz Estenssoro, Céspedes, Siles, sí fueron a la guerra, pero su propósito principal era acompañar el drama nacional: en ningún momento se tragaron el discurso patriotero del gobierno de Salamanca y mucho menos a lo que éste conducía: a prohibir cualquier clase de crítica a la conducción del conflicto y a éste mismo. Los nacionalistas revolucionarios estuvieron entre los acusadores del chauvinismo de Salamanca, «metafísico del fracaso”, y fueron los primeros denostadores de esa «guerra estúpida” que, según René Zavaleta, enfrentó a los «harapientos” bolivianos contra los «descalzos” paraguayos.La tradición internacionalista o pacifista de la izquierda se acabó con el estalinismo, que tuvo que reponer a la Unión Soviética de su gigantesco yerro de confiar en Hitler, cuando los alemanes ya estaban en su territorio, manipulando los sentimientos primarios de la población: entonces llamó a la defensa de la «madre patria” rusa y a la «venganza” contra los alemanes. Esta propaganda facilitó uno de los actos más oprobiosos de la Segunda Guerra Mundial: el que alrededor de dos millones de mujeres alemanas fueran violadas por miembros del Ejército Rojo en los meses finales del conflicto. A cosas como ésta conduce la exacerbación del patriotismo, que tiene mucho de estrategia bélica: formar un grupo para salvarse de, y atacar a, los demás seres humanos.Posteriormente, los liberales, conservadores moderados y socialdemócratas europeos adoptaron el internacionalismo que los comunistas habían proclamado con anterioridad a la guerra. También el eurocomunismo y la izquierda antiestalinista se sumaron a la construcción de un mundo en el que el nacionalismo ya no fuera la psicología colectiva preponderante. Esta tendencia explica la Unión Europea. Su perduración hasta nuestros días se muestra,  por ejemplo, en el hecho de que el español Podemos, que puede considerarse un grupo nacionalista de izquierda, apoye la autodeterminación nacional catalana.Al mismo tiempo que la derecha europea se tornaba más tolerante, permitiendo que los imperios europeos se deshicieran de sus colonias, los luchadores en éstas, así como en Latinoamérica, comenzaron a actuar en nombre de una nación que consideraban amenazada por los viejos y los nuevos poderes imperiales. Contra el imperialismo estadounidense, entonces, la izquierda volvió a la defensa de la «madre patria” y la guerra de «liberación nacional”. Sin embargo, no perdió por completo su dimensión de clase. La izquierda nacional veía a los movimientos populares del resto del subcontinente como «hermanos”, miembros todos de la «Patria Grande”, y a todas las burguesías latinoamericanas como igualmente unificadas detrás de un propósito internacional, diseñado por Estados Unidos.En las décadas de los años 60 y 70, la Revolución cubana enfatizó el aspecto internacionalista de la prédica latinoamericanista al pretender animar revoluciones en otros países. En ese contexto, el aspecto puramente nacionalista de la lucha cubana (dado que para la Isla la opresión estadounidense no tenía el carácter abstracto y elitista con que se presentaba en otras partes) se soslayó en aras de la formación de un bloque operativo neocomunista en varios frentes de la guerra fría. El principal representante de esta nueva izquierda latinoamericana, Ernesto Guevara, fue un argentino que triunfó en Cuba, luchó en África y murió en Bolivia. Al Che lo acusaron reiteradamente de «apátrida”.  Hoy,  un retrato suyo cuelga en el despacho del presidente Evo Morales, quien además introdujo el grito de combate de los cubanos: «Victoria o muerte: Venceremos”, en el repertorio de saludos de las Fuerzas Armadas que vencieron y abatieron al Che. Morales dijo alguna vez que «moriría” por la revolución venezolana. También es reconocido que el chavismo ha tratado de influir en otros países para sumarlos a una acción en escala internacional contra las burguesías y los poderes estadounidenses. Morales pidió que los chilenos «de base” apoyaran a Bolivia en su demanda de recuperación de su cualidad marítima, logrando algunas respuestas provenientes de, justamente, militantes internacionalistas de izquierda.Sin embargo, el internacionalismo de la «izquierda bolivariana” desaparece de pronto cuando, en lugar de fortalecer y dar brillo a su poder, le crea contratiempos. Así, el  Gobierno de Venezuela no ha permitido que sus conductas antidemocráticas fueran criticadas por izquierdistas y demócratas de otros países, argumentando que tales cuestiones sólo incumben a los venezolanos. Así, el gobierno de Morales acaba de acusar de «apátrida” o «vendepatria” a quien ose criticar la forma en que conduce el conflicto con Chile, sin importarle que este mismo argumento, aplicado a Chile, haría «apátridas” y «vendepatrias” a los chilenos que hoy, por amistad con Bolivia, critican el monolitismo ideológico en materia internacional de las élites de Chile. Con curiosa lógica, el gobierno de Morales, igual que el de Salamanca en los primeros años 30, supone que estando en riesgo el país, todos deben alinearse con… el Gobierno. De lo que se infiere que lo importante para éste no es elegir el mejor camino para Bolivia, sino evitar que sea otro camino al definido por el Gobierno.Como la misma lógica que el estalinismo, la izquierda latinoamericana usa el internacionalismo y usa el patriotismo para su propio beneficio. O la democracia, que respeta mientras le sirve y que restringe cuando ya no le conviene. Esta relativización de los valores frente los resultados, o pragmatismo, se deriva de su confianza en sí misma, la política y el poder, como instrumentos adecuados y suficientes  para hacer los cambios sociales con que sueña. No advierte que esta ética termina convirtiéndola en rehén del poder, que al final transforma su contenido ideológico: por ejemplo, la empuja del internacionalismo al chauvinismo.Página Siete – La Paz