¿Por qué el mundo lloró por David Bowie?

BOWIEGuadalupe Peres-Cajías*El New York Times (Estados Unidos), The Daily Telegraph (Inglaterra/ Australia), El País (España), el Frankfurter Allgemeine (Alemania), Le Monde (Francia), el South China Morning Post (China), The Times (Sudáfrica), El Clarín (Argentina) y Página Siete (Bolivia), son algunos de los periódicos que destacaron en sus recientes portadas una noticia que conmovió al mundo: la muerte de David Bowie.El lunes 11 de enero fue confirmada la noticia, a través de las cuentas oficiales del artista y de su hijo, en Twitter. Minutos más tarde, las reacciones empezaron a sentirse. Desde el primer ministro británico, David Cameron, hasta cantantes y productores, como Madonna o Pharell, publicaron tuit de condolencia. Asimismo, decenas de fanáticos se aproximaron a la residencia del artista, en Nueva York, y al mural que tiene en el sur de Londres, para dejar flores en conmemoración suya.No es la primera vez, ni será la última, que hayan expresiones públicas de duelo al fallecer un artista. Sin embargo, sorprende que en esta ocasión se sumaran a los actos de condolencia políticos de diferentes partidos, músicos de distintos géneros y fanáticos de distantes latitudes. Por eso, hoy quisiera analizar ¿por qué  el mundo lloró por David Bowie?Hace más de medio siglo, T. Adorno (1941) ya anticipaba la importancia de la música popular en la construcción de los sujetos sociales. El filósofo analizó y cuestionó la masificación de esta expresión artística. Sin embargo, predijo el gran impacto que tendría la misma en la siguiente mitad del siglo XX.En ese periodo ocurriría algo nunca antes visto: el surgimiento de los jóvenes. Una nueva categoría social y cultural que debía tener su propia forma de expresarse. Su medio por excelencia sería la música, particularmente el rock& roll y sus posteriores ramificaciones. A partir de entonces -como afirmó S. Hall y T. Jefferson (1978)- los jóvenes harían de la música uno de los elementos constitutivos en la construcción de su identidad cultural.Bowie llegó oportunamente. Su primer disco -Space oddity- fue lanzado en 1969, en el auge del movimiento cultural juvenil contestatario. Luego, su producción musical continuaría hasta dos días antes de su muerte, cuando lanzó su último disco Black star. En casi cinco décadas logró que miles de jóvenes, en el mundo, lo asimilaran como parte de su ser cultural, su subjetividad y su cotidianidad.Además, cabe aclarar un importante proceso social, transversal a la carrera de Bowie, la mundialización cultural.Este movimiento, que ha permitido conectar las significaciones y las prácticas en diferentes latitudes, data desde la primera revolución industrial (R. Ortiz, 2004). No obstante, debido a la galopante masificación tecnológica -en la segunda mitad del siglo XX- y el desarrollo -y desenlace- de la Guerra Fría, la mundialización se potencializó considerablemente desde los años 80 hasta nuestros días.Esto permitió que los productos culturales fueran distribuidos, apropiados y resignificados en diferentes direcciones. Bowie no estuvo ajeno a este proceso. Al contrario, participó activamente. No por nada, fue escuchado -y ahora recordado- desde China hasta Bolivia. Pero siempre, como han advertido sus fans en las redes, manteniendo vigente su singularidad.Esto último se podría explicar por las particularidades del artista, así como por el periodo en el cual inició su carrera musical. Como advertió E. Carrabine (2007), una de las claves para la popularización de los representantes del rock, constituidos entre las décadas de los años 60 y los 70, fue su «sinceridad” y su coherencia artística. Esto les habría permitido legitimizar su identidad pública… hasta nuestros días.Por eso, y probablemente por otras razones más, el mundo lloró por David Bowie. No sólo partió un destacado artista, sino que dejó un importante vacío. Alguien que pueda tomar la posta parece imposible. Por ahora que siga sonando «we can be heroes, just for one day”.*Docente universitaria y especialista en investigación en comunicaciónPágina Siete – La Paz