Si tuviéramos una política exterior inteligente…

SALAZAR OKFernando Salazar Paredes*Los estudiosos de las relaciones internacionales han definido algunos tipos de política exterior: la de línea dura, la internacionalista, la acomodaticia, la aislacionista, etcétera.  Últimamente se ha abierto una categoría que se encuentra inmersa dentro de dicha tipología, la política exterior inteligente.La inteligencia permite elegir las mejores opciones para resolver una determinada situación. Es la capacidad de relacionar los conocimientos con los hechos y manejarlos apropiadamente. Se tiende a confundir inteligencia con sabiduría y memoria. El saber y conocer mucho no necesariamente denota inteligencia, tampoco el tener buena memoria. Inteligente es la habilidad para manejar el conocimiento y la memoria en función de resolver una situación.La política exterior enfrenta generalmente situaciones complejas, complicadas y, a menudo, de gran urgencia.Ello demanda que deba ser conducida con inteligencia, por lo que no puede ser producto de la improvisación o la espontaneidad, de las presiones o apremios coyunturales.Una política exterior inteligente necesariamente deberá tener un instrumento de ejecución igualmente inteligente.Los operadores deberán reunir dos cualidades esenciales: ser profesionales, es decir tener un entrenamiento apropiado, y ser inteligentes.El profesionalismo en la diplomacia no se adquiere súbitamente; además de una calidad académica de primer orden, es necesaria una habilidad innata de persuasión y de disuasión que debe ser fortalecida por la experiencia.  No es un oficio sencillo que cualquier profano lo puede ejercer.  Los diplomáticos de países maduros han pasado décadas formándose como profesionales serios. Son operadores inteligentes y cosmopolitas. En Perú, por ejemplo, son raros los diplomáticos de carrera que no tienen un libro escrito y publicado, cosa que en la actualidad, en nuestro país, es totalmente lo inverso.Si tuviéramos una política exterior inteligente, Bolivia no tendría la fama de ser un país con una política exterior extravagante y plañidera con pintorescos sujetos que desdeñan el complejo y delicado arte de la diplomacia.Si tuviéramos una política exterior inteligente nuestro país sería considerado, más bien, como un actor relevante en el escenario internacional, acorde con sus capacidades y potencialidades reales.Si tuviéramos una política exterior inteligente no tendríamos que recurrir a falsas premisas y eslóganes que debieron habernos convertido en una Suiza hace años o tener una actitud permanentemente pendenciera para mentirnos a nosotros mismos que somos un país con algún grado de gravitación en la comunidad internacional.Por el contrario, lo que tenemos es una política exterior que se gesta y opera improvisadamente desde cualquier repartición del Estado, menos desde su ámbito natural.En la Cancillería se hace de todo, menos construir y ejecutar una verdadera política exterior. Y es lógico pues no cuenta con personal verazmente diplomático y, si lo hay, está en acelerado proceso de extinción. De una institución que hace una década atrás hacía el esfuerzo por formar y contar con diplomáticos idóneos, la Cancillería de hoy ha pasado a ser un simple espacio burocrático bien satisfecho pero sin la capacidad de enfrentar idóneamente los desafíos que el relacionamiento internacional contemporáneo exige.Hay un peligroso vacío de recursos humanos que, lamentablemente, en momentos de suma importancia tiene que ser suplantado con la contratación de «expertos” extranjeros, curiosamente de países con antecedentes colonialistas, como si estuviéramos en las épocas del pernicioso neoliberalismo.Las consecuencias no podían ser otras: las relaciones exteriores del país acusan un momento de aislamiento, por no decir marginamiento. Hay un gran apego a la mala costumbre de construir pirámides escalonadas de problemas con los países vecinos y con otrora aliados, como es el caso de Colombia, totalmente enfilada ahora con Chile en la cuestión marítima.Se ha priorizado, poco inteligentemente, alineamientos ideológicos circunstanciales en desmedro de la construcción de alianzas más perdurables y que redunden en beneficio de los intereses permanentes del país.No se trata -valga la aclaración- de alinearnos con Dios o con el diablo, con el «imperio” o con las «colonias”; se trata de planificar racionalmente una política exterior profesional e inteligente en función de nuestros intereses permanentes y no de sintonizar apresuradamente con quienes, eventualmente, dicen ser nuestros amigos.La soberanía de un país se fortalece efectivamente cuando se tiene una política exterior profesional e inteligente.Las frases o poses efectistas sólo sirven para aparentar o para tapar problemas de otra índole.En fin, si tuviéramos una política exterior inteligente sabríamos que ésta se ejecuta sigilosa y sostenidamente, y que las declaraciones públicas grandilocuentes en materia internacional poco aportan a la consecución segura de nuestros objetivos.*Abogado internacionalista.Página Siete – La Paz