El destino de la historia

RENZORenzo AbruzzeseLa crisis de Brasil, el derrumbe de Venezuela, la cautelosa retirada de Correa y el revés en el referendo de Evo Morales plantea la hipótesis de un desplazamiento de los regímenes de cuño populista. Sin duda, el modelo propiciado con tanto ahínco por el extinto Chávez, bajo el soporte incondicional de Lula, se presentó como una alternativa al neoliberalismo y encarnó un conjunto de expectativas, que la bonanza económica en América Latina y otros países refrendaban en los hechos.Esta suerte de pospopulismo había recuperado de las experiencias latinoamericanas del siglo pasado algunos de sus dispositivos clásicos: la apelación al pueblo como referente inapelable, una posición antiimperialista, una marcada tendencia totalitaria y la primacía de un liderazgo carismático, y centralizador reaparecieron en el horizonte de la historia con la misma eficacia con la que, en Bolivia por ejemplo, se impusieron en la década de los años 50.Perón en Argentina, Vargas en Brasil y otros populistas dominaron el espectro político de aquellos años con similares estrategias organizativas y un discurso homogéneo en sus lineamientos básicos. Fue, como ahora, un movimiento de la historia. Más o menos una década después -años menos años más- todos ellos dejaron el poder con significativos avances en el campo social, particularmente en el orden de los derechos ciudadanos, junto a una economía en estado deplorable.La efervescencia de esos años perfilaba un horizonte de largo aliento y resultaba impensable imaginar siquiera el fin del populismo. La historia -sin embargo- dio un giro de 180 grados y todos ellos abandonaron la barca del Estado en los agitados mares de un capitalismo más soberano y menos dependiente, pero tan capitalista como cualquiera otro del mundo occidental.A la cabeza de los gobiernos populistas se había encaramado la izquierda, que para entonces gozaba del aval y financiamiento del régimen soviético. Bajo estas circunstancias, el populismo de mediados del siglo pasado se presentó como una expresión genuina de la izquierda de corte marxista. El advenimiento de los modelos de corte liberal enterró las perspectivas y posibilidades de esta izquierda, rematada además con la caída del Muro de Berlín, en noviembre de 1989.Las aguas volvieron progresivamente y con más fuerza al caudal del capitalismo, al punto de que éste podía, sin dudas, calificarse de «salvaje”. El deterioro del modelo neoliberal apertura nuevamente las posibilidades de un retorno de la izquierda que, colapsadas todas las experiencias socialistas, abrazó nuevamente la perspectiva populista.Pareciera pues que se trata de un movimiento en bucle, un círculo vicioso que gira sobre el mismo y recurrente eje de la historia. Del capitalismo (independientemente de su grado de consolidación histórica) se pasa al populismo (independientemente de su composición social). La pregunta por tanto debiera ser: ¿puede la historia volver atrás?Cada vez estoy más tentado a considerar la hipótesis de Fukuyama, según la cual, la naturaleza del capitalismo (basado en el desarrollo del pensamiento tecnológico y científico) ha hecho de él un proceso histórico unidireccional que, con diferentes tipos de avatares y sobresaltos, termina siempre como la única estructura estable en el tiempo, el capitalismo liberal. Probablemente se deba a que el crecimiento económico global produjo, entre otras cosas, transformaciones similares en todas las naciones de espacio occidental.Si esta perspectiva fuera cierta (de alguna manera probada en el desarrollo y fracaso de los experimentos socialistas modernos) podría suponerse que el proceso iniciado hace casi 10 años por Evo Morales constituye una variante del desarrollo capitalista, cuya diferencia estriba en el desarrollo de un capitalismo inclusivo (étnico) económicamente no muy diferente del que atravesaron sociedades como Corea del Sur, la China actual y prácticamente todos los países que vivieron cerca de medio siglo tras la Cortina de Hierro.La historia muestra que con avances y retrocesos «no podemos imaginar un mundo que sea esencialmente diferente” del que vivimos y el mundo que vivimos, bajo cualquier modalidad de inclusión, y ciudadanía (incluido el mundo multiétnico y plurinacional), está regido por la primacía del capital. De hecho, se hace dificultoso pensar que los sectores sociales que el propio «proceso de cambio” ha generado, aspiren a otra cosa que no sea el bienestar y el confort, propios de la sociedad capitalista, más allá de las razas, las etnias, las lenguas y las ideologías.De alguna manera, la izquierda en todas sus versiones, tanto acá como fuera de Bolivia, es más una expresión de contenidos éticos que un proyecto económico, particularmente porque lo que persigue -ya fuese como socialismo o como populismo- sólo es posible en los marcos del desarrollo capitalista, a no ser que se siga creyendo, a la usanza soviética, que la justicia y la igualdad se miden por la rasante de la pobreza, y la depauperación del ser humano.Página Siete – La Paz