Ruddy Orellana V.Asomarme a ti es enfrentarme a infinitas definiciones. Ciertamente no eres fácil de definir, esa tu irónica propuesta de ser definible, hace que se contraponga a la fuerza metafísica de tu Alberto, Ricardo, Bernardo o Álvaro.Eres, tal vez por eso, el intrépido creador de verdades paradójicas, el poeta portugués que resiste aún, involuntariamente, a la inquebrantable idea de ser definible.Aproximarse a la vida y obra de Pessoa es iniciar una lucha a campo traviesa con múltiples desventajas de rendirse en el intento.Pessoa es uno de los más grandes poetas de habla portuguesa y, aunque también escribió en inglés, se permitió convivir —a pesar suyo— con estos dos escenarios. Entre su Lisboa indefiniblemente conservadora, influida por ese tan venturoso “Movimiento Saudosista” y esa fuerte influencia británica que lo llevó a coincidir en pensamiento y en acción con un artículo publicado en el “Expresso” de Lisboa, “Fernando Pessoa era casi un extranjero, llegó a nosotros desde tierras extrañas; ese origen extraterreno de Pessoa es su patria más verosímil”.El firmó sus escritos con su nombre verdadero, pero también lo hizo con heterónimos, semiheterónimos y pseudónimos totalmente diferentes, más de 70 en definición y personalidad: Alberto Caeiro, Ricardo Reis, Álvaro de Campos, Alexander Search, Frederico Reis, Fausto, Antonio Mora, Barón de Teive, Bernardo Soares, Vicente Guedes, Pantaleao, Adolf Moscow, entre otros.Alberto había nacido en Lisboa el año 1890 y murió de tuberculosis a los veinticinco años. Hizo la primaria y su vivencia diaria se desarrolló en el campo, este nacimiento de Alberto en Pessoa, surgió el 8 de marzo de 1914, un buen día en el que Fernando se convenció de que sus poemas habían sido escritos por otro.En 1912, según Pessoa, hubo la idea de escribir poesía pagana, en medio ya nacía a la luz de su mirada patriarcal la figura de Ricardo Reis. Siguiendo las descripciones de Fernando, Ricardo era de pequeña estatura, se desenvolvía como médico y su vida había transcurrido en un colegio de jesuitas. Tenía ojos castaños y, como ineludible naturalidad, se fue a vivir al Brasil. Había nacido en 1887.El 15 de octubre de 1891, gritó incesante la mirada de Álvaro de Campos, su vida universitaria transcurrió en Escocia, el latín lo aprendió con un tío cura, usaba monóculos.“Libro del desasosiego”, de Fernando Pessoa como Bernardo Soares, yo diría que es la antítesis del poeta, del narrador. El antilibro, la antifelicidad, la última fortaleza del invencible. Soares no era poeta, aunque en un determinado momento intentó transitar por esos caminos, su personalidad sumida en la continuidad de Pessoa se lo impidió, Soares tenía que ser más real, no un artesano de las frases que fingiera hasta su propio dolor, sino un narrador que describiera espacios, tiempos, oscuridades y pequeñas luces, sólo así, Pessoa se sentiría protegido y al mismo tiempo cómplice de alguien que no poetizaba el abismo, sino que simplemente jugaba a vivir y a morir y, mientras lo hacia, dejaba evidencias escuetas.Esa mutilación que menciona Pessoa, no hace de Soares un tipo autónomo como lo fueron Ricardo Reis, Alberto Caeiro, Álvaro de Campos o Vicente Guedes que, indudablemente, poseían vidas totalmente independientes unas de otras. Modos de ser y de decir las cosas absolutamente unilaterales que jamás parecieron aproximarse a la integridad de Pessoa. Soares se fue convirtiendo en esa extensión, yo diría voluntaria, con la finalidad de crear un canal indirecto entre la palabra y la acción. Mientras Pessoa imaginaba, Soares se lanzaba al rescate de luciérnagas para iluminar su vida; mientras Pessoa sentía, Soares hacia de sepulturero de su propio cuerpo, enterrando su profundo dolor y escribiendo y describiendo soledades en pedazos de papel y servilletas. Pero aún así, sería imposible creer que entre Soares y Pessoa hubiera habido algo en común. Claro, el primero era sólo eso, una mutilación. “…Creé en mí varias personalidades. Creo personalidades constantemente. Cada sueño mío es inmediatamente, apenas aparece soñado, encarnado en alguna otra persona, que pasa a soñarlo, y no yo. Para crear, me destruí; tanto me exteriorice dentro de mí, que dentro de mí no existo ya sino exteriormente. Soy el escenario vivido por donde pasan varios actores representando diversas piezas”.A Pessoa hay que leerlo con un profundo amor, sin apiadarse de él, haciendo ejercicio de la libertad, como la que demuestra Bernardo Soares en “Libro del desasosiego”, una libertad plena para dejar volar los arcanos del dolor, de la vida.El pasado 13 de junio, cuando se cumplieron 128 años de su nacimiento, los homenajes continúan. Desde sus heterónimos y su enigmática vida que aún nos desconcierta y nos quebranta el sueño, hasta abrir el “Libro del desasosiego” al azar y, al hacerlo, encontrarnos con todo esto: “Le pedí tan poco a la vida y hasta ese poco la vida me negó. Una hebra de sol, el campo, un poco de paz con un poco de pan, que no me pese mucho el saber que existo, y no exigir nada a nadie, ni que nadie exija nada a mí. Todo esto me fue negado, como quien niega una limosna no por falta de bondad, sino por no tener que desabrocharse el abrigo para darla” (fragmento 6).Los Tiempos – Cochabamba