La toma de rehenes es un camino que los mineros ya conocían

La periodista Lupe Cajías recoge dos momentos dramáticos de la historia nacional, cuando los trabajadores del socavón llegaron a tomar medidas extremas: capturaron rehenes en busca de negociar la liberación de dirigentes. Un valioso aporte para el análisis

la tensión de la dinamita durante la última protesta minera Cooperativistas mineros se enfrentaron a los policías y secuestraron a un viceministro, que fue muerto a golpes

La tensión de la dinamitadurante la última protesta minera
Cooperativistas mineros se enfrentaron a los policías y secuestraron a un viceministro, que fue muerto a golpes

Lupe Cajías – [email protected]



El horror por el linchamiento del exviceministro Rodolfo Illanes tiñó de tristeza las portadas de los medios en Bolivia y en muchas partes del mundo. Una muerte sumada a la de obreros, dos en plena juventud, acribillados por balas que hasta ahora nadie sabe de dónde procedieron.
Al desánimo se sumaron otras emociones, como el temor, la rabia, el descontrol. También el asombro y las muchas preguntas: ¿por qué pasó? ¿Por qué fue hasta allá la alta autoridad aparentemente sin una avanzada de seguridad? ¿Qué llevó a las masas al desborde, como está pasando con otros linchamientos en diferentes poblaciones bolivianas? ¡No había nadie para detener la espiral trágica!

El Gobierno del MAS, presidido por el dirigente cocalero Evo Morales, ha eliminado potenciales mediadores que en otras ocasiones evitaron finales sangrientos. En otras ocasiones, la Iglesia católica, la prensa o la Defensoría del Pueblo lograron desactivar verdaderas bombas de tiempo.

La historia contemporánea boliviana nos relata pasajes en los que las protestas sociales llegaron a puntos sin retorno con la toma de rehenes. Además, hubo casos como el canje de guerrilleros con funcionarios de la South American Place, en Teoponte.

1949, rehenes dinamitados
Entre 1946 y 1952, los bolivianos vivieron sobresaltados por la cantidad de acontecimientos sangrientos que enlutaban a las familias en ciudades, en minas, en haciendas y en comunidades. El colgamiento del presidente Gualberto Villarroel (21 de julio de 1946) como desenlace de los fusilamientos en Chuspipata, provocó comentarios en todo el mundo. Aunque poco antes los partisanos ahorcaron a Benito Mussolini y a Claretta, el caso paceño fue atribuido a un grado de salvajismo y primitivismo.

No se perdían los susurros sobre el temerario suceso, cuando en los centros mineros de los barones del estaño se sumaban huelgas, bloqueos, muertes, masacres. De aquel torrente, ninguno fue tan impactante como la toma de rehenes estadounidenses en 1949.
El clima de protestas se agudizó por el rechazo de la empresa Patiño Mines a reconocer un laudo arbitral que ganó la Federación Sindical de Trabajadores Mineros de Bolivia (fundada en 1944) para conseguir un aumento salarial. La empresa incluso discutía la legalidad de la Federación liderada por Juan Lechín.

El Ejército rodeó Catavi y Siglo XX y los gerentes se negaron a recibir a los dirigentes. El Gobierno no quiso atenderlos tampoco, aunque Mario Torres les previno sobre los posibles hechos violentos porque los 7.000 obreros estaban cansados de esperar.

El opositor MNR (fundado en 1942) intentaba aprovechar la agitación para ensayar un nuevo golpe contra el Gobierno que consideraba dependiente de la rosca minero-feudal. Lechín conocía la conspiración y temía que cualquier incidente fuese aprovechado por los militares para meter bala a los mineros.

Estuvo en Catavi y pidió que se respete una ley seca para evitar provocaciones durante la huelga. Al regresar a Oruro fue detenido, aunque sin maltratos, y lo sacaron junto a otros dirigentes hacia Chile. Apenas supieron de la detención, aquel 28 de mayo, los mineros declararon la huelga ya planificada y bajaron desde los socavones de Siglo XX buscando casa por casa a los ‘gringos’ de la empresa.
Los mineros se reunieron en la plaza principal y el orador previno de la próxima masacre. “Han apresado a nuestros máximos dirigentes, Lechín, Torres, Lora, Toranzos y otros (…) nuevamente el Gobierno y la empresa están matando a nuestros hermanos, a sus mujeres y a sus hijos”.

Al mediodía los dirigentes Juan Chumacero, Juan Céspedes y Antonio Gaspar se organizaron para sacar a los funcionarios de sus casas donde tomaban sus aperitivos sabatinos, acostumbrados al clima tenso. Fueron llevados a la sede del sindicato Jimmy O’Connor, Wilber Cook, A. Ellet, Floyd Ericson, Jhon Besepte, Alberto Kreffting, Albert Hausser, David Vargas y Ramón Rico. Los periódicos de la época citan datos entrecortados porque no había informes ciertos. Una cocinera salvó a la esposa y a la hijita de Cook escondiéndolas en un cerro.

Otros líderes se apostaron en las alturas de Cancañiri y Azul desde donde lanzaban dinamitas como francotiradores. Los militares también tomaron posiciones y pidieron refuerzos a Oruro y Challapata. Los mineros decidieron mantener a los funcionarios como rehenes hasta que se libere a Lechín y a los otros dirigentes. Mientras la pionera radio sindical La Voz del Minero arengaba para fortalecer la resistencia y los obreros repartían dinamitas y bombas caseras. Las mujeres, como en otras ocasiones, asumieron roles protagónicos y logísticos y eran las que agitaban el clima con gritos y llantos.

El presidente Mamerto Urriolagoitia se negó a negociar para no mostrar debilidad e intentó aprovechar el paso del tiempo para enviar más efectivos. Desconocieron el fuero parlamentario de los dirigentes del bloque minero. Sin embargo, la llegada de la noche aumentó el nerviosismo y los rumores y los hombres se emborracharon a la espera de la batalla.

Las amas de casa se encargaron de custodiar a los rehenes que estaban amarrados a cartuchos de dinamita y rodeados de detonantes. Al amanecer los soldados comenzaron a disparar y en un momento estalló el cuarto donde estaban detenidos los rehenes. No se supo si fue algún minero que prendió la mecha o si fueron las balas militares las que provocaron la explosión. Todos murieron destrozados.
La prensa oficial culpó a Lechín y a su “prédica violenta” y el fiscal general pidió su desafuero de senador. Contaron que las mujeres hicieron callejón oscuro a los técnicos para patearlos y escupirlos, que les hacían creer que los soltarían para torturarlos más, que los mineros eran unos indios salvajes.

La Patria fue el único periódico que se atrevió a denunciar que también mataron a 150 obreros y que hubo muchos heridos y que el país debía mucho a los trabajadores del estaño.

La empresa despidió a decenas de obreros “agitadores”. Los técnicos no querían ir a los campamentos. El Gobierno chileno residenció a los asilados en lejanas minas sureñas. Sin embargo, la protesta social siguió. En el agro, otro técnico fue muerto a pedradas y los “indios” tomaban tierras. Los mineros volvieron a la huelga en junio y algunos prefirieron abandonar los campamentos y partieron al Chapare. Al poco, desde Santa Cruz, estalló la guerra civil.

Chumacero y otros fueron condenados, pero no por mucho tiempo. Era la víspera de la gran revuelta del 52 y muchas cosas cambiarían con la derrota de la rosca y de su ejército.
Según escribió Guillermo Lora, con base en documentos originales, el Gobierno provocó la trampa de los rehenes para liquidar de esa forma al poderoso movimiento sindical minero.

1963, la Iglesia salva rehenes
Después de una relación intensa entre el MNR y los mineros- que habían definido el resultado de los combates civiles el 9 de abril-, desde el ‘56 comenzó el distanciamiento. El Gobierno intentó dividirlos y luego enfrentarlos con los campesinos que habían recibido tierras con la Reforma Agraria (1953), pero los mineros resistieron todos los embates.
Víctor Paz Estenssoro buscó neutralizar su fuerza eligiendo a Lechín como vicepresidente, pero convertido en la ‘quinta rueda del carro’ fue enviado de embajador a Italia y el MNR comprendió que su último sustento eran los militares, sus antiguos enemigos y nuevos aliados.

Los dirigentes más fuertes, Federico Escóbar y Ladislao Vera entre ellos, cuestionaron también a Lechín porque el Gobierno no atendía sus demandas para consolidar el desarrollo técnico de la empresa estatal Comibol y los hornos de fundición. Los mineros consideraban que sus derechos eran desatendidos como en la época de la rosca, peor aún con la baja de los precios de los minerales y la amenaza estadounidense de usar sus reservas. Además criticaban la creciente intromisión de los yanquis.

Las mujeres eran las que más sentían el desabastecimiento en las pulperías y resolvieron organizarse como el Comité de Amas de Casa de Siglo XX, protagonista de nuevas grandes batallas. Obligaron a sus esposos a entrar en una nueva huelga pidiendo víveres para las pulperías.

El Gobierno detuvo a varios dirigentes. Los obreros anunciaron otra huelga y una marcha a La Paz, con apoyo de otros distritos. El paro de 19 días no consiguió sus objetivos. Lechín logró que se retiraran las tropas que rodearon a Comibol Oruro pero su margen de acción se estrechaba.

El Gobierno desconoció al control obrero en las empresas estales y residenció a varios militantes comunistas y trotskistas acusándolos de la agitación social, principalmente en las minas. El fantasma de la Revolución Cubana comenzaba a reemplazar a otras consignas.
Los conflictos se agravaron desde el inicio de 1963 con nuevos paros y bloqueos. Milicias armadas mineras se enfrentaron con milicias campesinas con el saldo de muertos y heridos, nuevas huelgas.

Comibol intentó sacar de sus puestos de trabajo a los dirigentes igual que había hecho la rosca en 1947. La ruptura mineros-MNR era ya irreversible.
Los mineros emitieron un duro comunicado criticando a “los nuevos ricos y burócratas y a los ídolos de barro que como Judas por míseros halagos y prebendas traicionaron a su clase”. El clima tenso llegó a su clímax en los debates del congreso minero en Colquiri, cuando los mineros resolvieron la ruptura oficial con el régimen del MNR, justamente cuando ese partido atravesaba su mayor crisis .

Paz Estenssoro ordenó detener a Irineo Pimentel, Federico Escóbar y Jorge Zaral al terminar las deliberaciones, muy cerca del mismo escenario de 2016, en el camino La Paz-Oruro. Pronto, los mineros se enteraron de la noticia y tomaron de rehenes al agregado laboral de la embajada de EEUU, Tom Martin, y a 17 personas más en Llallagua.
Las mujeres los encerraron en la biblioteca del sindicato y el Comité de Amas de Casa quedó con la tarea de decidir si los mataban o no. Todas se turnaban, como recordaba Domitila Chungara en su autobiografía. Destacó la valentía de Norberta Aguilar que apagó una mecha ya encendida de una dinamita. Decidieron ir a la custodia con sus hijos y dispusieron los cartuchos para que estallen todos, rehenes y custodios, si el ejército ingresaba.

Lechín viajó hasta Catavi para intentar evitar la masacre, junto a 200 periodistas de todo el mundo, diplomáticos, el arzobispo de La Paz y monseñor Keneddy. Desde Oruro a las minas, los obreros custodiaban la ruta y se sentía el tenso clima. Ya de noche comenzó la asamblea de 7.000 obreros para decidir la suerte de los rehenes.

Radio Pío XX aún conserva la grabación de esa histórica jornada y cómo los hombres aceptaron liberar a los rehenes y las mujeres insistían en lograr primero la libertad de sus dirigentes. Al final, la Iglesia ayudó al retorno de los extranjeros sanos y salvos.
El MNR expulsó a Lechín el 29 de diciembre de 1963 acusándolo de anarcosindicalista y de agitar las protestas

Fuente: eldeber.com.bo