Bolivia tiene inventores y necesita proyectiva

Winston EstremadoiroEn el pasado lamenté que Bolivia evolucionara de país-campamento gobernado por jerarcas mineros y sus acólitos, a un régimen revolucionario mutado a “robolucionario” y despedazado por sus propios lobos, a un estamento militar quemando los últimos cartuchos de su ineptitud y angurria, a una clase politiquera especializada en componendas, a un país en camino a ser nación pero hoy sacudido por un “evólatra” digitado por “cerebritos” so pretexto de un “proceso de cambio” que no existe. No aventuro qué dulces caerán y a quién beneficiarán los juguetillos de semejante piñata.Entonces recalé en un reportaje sobre “Ideas tecnológicas al servicio de la comunidad”. Me devolvió el optimismo al abrirme a jóvenes innovadores, algo que reduce el rezago tecnológico del país. Estimulante fue el ramillete de mujeres y varones, blancos, marrones y negros, todos orgullosos mestizos bolivianos mostrando sus artilugios. Un vehículo autómata que monitorea datos ambientales. Ojalá que sea barato el adminículo que controla el nivel de agua de los tanques y me ahorre controlar el nivel de agua del aljibe de mi casa, e impedir que entre agua jabonosa. ¿Acaso no dará mayor orgullo a un parapléjico manejar su entorno doméstico desde su celular, o a un ciego que se desplace con gafas que vibren ante obstáculos? Sin embargo, soy pesimista. Los artilugios serán patentados o comprados por alguna transnacional, no por alguna entidad del Gobierno, más ocupada en lanzar satélites inútiles o instalar una planta nuclear ridícula;Alguna oficina foránea de ciencia y tecnología contratará a los inventores. Con tristeza cínica, pensé en José L. Tellería-Geiger, un PhD que ocupa su sabiduría enseñando Investigación e Innovación para el Desarrollo. En el inicio de su guía didáctica puntualiza que el mundo está al revés. Cita como prueba las actuales prioridades mundiales: el gasto militar, el negocio de la droga, los tragos, los puchos, los víveres para perros y gatos, los perfumes y cosméticos. A la cola están la salud, la nutrición y la educación. El coeficiente Gini mide la desigualdad en la distribución de la riqueza económica. Latinoamérica tiene uno más bajo que el África al sur del Sahara: somos más pobres que los sahelianos. Es la región más desigual en distribución de la riqueza: el 10 por ciento de los más ricos se quedan con el 60 por ciento de los ingresos y el 10 por ciento más pobre apenas araña el 1.6 por ciento, treinta veces menor, decía Miguel Lora en 2004. La desigualdad extrema continúa en la población de Bolivia. Dice José Ignacio Jiménez que en 2009 más de dos tercios de la gente del campo eran pobres, y que más de la mitad era miserable, que ahora llaman pobreza extrema. ¿Cómo no entender que los pobres migren a las ciudades? El pobre rural se morirá con su “p’ullo” de mortaja y sin atención médica, salvo algún yatiri brujo que le recetó propóleo para su cáncer de próstata; el pobre citadino morirá en un pasillo de hospital sin camas y con encallecidos galenos. Somos pobres, aunque el falsario Vice cacareó que llegaríamos al nivel de Suiza en 20 años. Ya van la mitad en el desgobierno de Evo Morales y ocupamos el puesto 100 entre 180 economías mundiales. ¿Y el país helvético? Bueno, tan lejos como que la Agencia Espacial nacional llegue a Marte. Se ha vuelto al ciclo odioso de vivir de empréstitos que hay que pagar, en la resaca maldita después de “rifar” Reservas Internacionales Netas (RIN) de una década de vacas gordas por altos precios de minerales e hidrocarburos.¿Qué otros problemas tiene Bolivia para su desarrollo? Falta de unidad: collas, cambas, chapacos luego hacen mitosis y se multiplican en yungueños, chaqueños y amazónicos, cada cual con sus caciques; el indigenismo en boga enaltece aimaras, quechuas, guaraníes y treinta y tantas “nacionalidades” más, (y la nueva tribu, los “blancoides”). Ahora se ruega e incentiva a calzón quitado a transnacionales petroleras para que vuelvan al país, aunque la Constitución hable del respeto y la consulta previa a los indígenas. En el corso carnavalero del mal gobierno, la delincuencia viene apareada a la ignorancia; una policía corrupta hace yunta con militares venales; la “mascarita” del político deshonesto es el empresario oportunista; en los parques nacionales bailan del brazo los cazadores furtivos, los contrabandistas y los pichicateros. En Bolivia, el sector salud tiene infraestructura para languidecer y morirse. La educación primaria tambalea, tal vez borracha de confusión idiomática e ideológica; la secundaria prioriza bandas de guerra y “modelitos”, no la enseñanza adecuada para un país escindido por la geografía; las universidades generan cerebros de exportación, quizá porque especializan a personas para otras realidades.Adecuarse a circunstancias de la realidad es un principio de solución de los problemas del país, así implique un cambio real de valores en una sociedad permeada por la corrupción. Basta de nutrir ilusiones. Nuestro país no es pobre, sino mal gobernado: las prioridades están chuecas. La gente aguanta todo, ya que es ignorante. Se viene una Navidad 2016 de pavo para unos, tripas vacías para otros. Como siempre: ¿proceso de cambio?, ¡bah!El Día – Santa Cruz