El castrismo se siente inseguro

urna011216Orlando Freire Santana Cualquier ingenuo podría afirmar que tras más de medio siglo de control totalitario sobre la sociedad, y después de operarse un aflojamiento de las tensiones en los vínculos con su tradicional adversario, el castrismo se sentiría seguro.Sin embargo, nada más alejado de la realidad. Porque, ¿a qué responde ese llamamiento gubernamental para que la población firme un documento apoyando el concepto de Revolución promulgado en el año 2000 por el fallecido Fidel Castro? ¿Y cuál fue el motivo del aparatoso despliegue movilizador del año 2002, que desembocó en aquel engendro constitucional que refrendó el carácter irreversible del socialismo en la Isla? En ambos casos hay un denominador común: el miedo de las autoridades cubanas. Ellas necesitan cada cierto tiempo (sobre todo para exhibir ante la opinión pública) de una multitudinaria concentración, una elección a las Asambleas del Poder Popular, o una recogida de firmas que atestigüen el «apoyo» mayoritario de la población al sistema político imperante.Mas, en el fondo, los tanques pensantes de la maquinaria del poder son conscientes de que semejante comportamiento no siempre coincide con el sentimiento verdadero del cubano de a pie. Muchos mayorcitos ya son expertos en la práctica de la doble moral, ese mecanismo que les permite conservar sus puestos de trabajo y alguna que otra prebenda que le puedan arrancar al Gobierno. Por su parte, las nuevas generaciones, abrumadas por una unidireccional propaganda ideológica, tal vez ni se imaginen que es posible disentir del mensaje oficial.Es lo que hemos vivido por estos días en la Isla. Las empresas y entidades estatales, y los centros estudiantiles, cierran sus puertas, y mediante los medios de transporte facilitados por el Gobierno —con la consiguiente afectación al servicio de transporte público de la población— conducen a los ciudadanos a desfilar ante las imágenes de Fidel Castro, y después los llevan a los locales habilitados para que certifiquen con sus firmas el apoyo al concepto de Revolución.Mientras tanto, el Ejército y la Policía se hallan acuartelados, y las calles están llenas de chivatos de los Comités de Defensa de la Revolución (CDR) y miembros de las brigadas de respuesta rápida, los cuales están listos para responder, como ellos saben hacerlo, al más mínimo comentario que se aparte del discurso oficialista.Si se permitiese un símil histórico, no sería exagerado afirmar que en Cuba se vive por estos días un ambiente parecido al de las calles habaneras en aquellos días de noviembre de 1871, cuando el supuesto rallado de la tumba del periodista español Gonzalo de Castañón fue considerado un «crimen monstruoso». Tras lo cual siete estudiantes de medicina pagaron con sus vidas la sed de sangre de las fanáticas turbas de los voluntarios españoles.En cuanto al contenido en sí de la proclama fidelista de Revolución, se trata de una formulación que pretendió ser sumamente abarcadora, y en consecuencia concluyó en una ambigüedad que, incluso, a ratos podría volverse en contra de sus patrocinadores.Por ejemplo, comienza con «Revolución es sentido del momento histórico; es cambiar todo lo que debe ser cambiado; es igualdad y libertad plenas». No resulta descabellado pensar que llegará el momento en que los jóvenes cubanos comprendan qué cosa es la que realmente debe ser cambiada en la Isla, y además se decidan a exigir esa libertad plena que las autoridades comunistas jamás les van a brindar.Al propio tiempo, eso de que «Revolución es desafiar poderosas fuerzas dominantes dentro y fuera del ámbito social y nacional» es también un resquicio por donde podrían colarse todos aquellos que se decidan a realizar una revolución verdadera en la Isla. Porque, ¿cuál es la poderosa fuerza dominante a la que hay que desafiar para acometer los cambios que Cuba necesita?Diario de Cuba