Ya susciten rechazo o adhesión, los colores patrióticos incluso pueden influir de manera inconsciente en nuestro comportamiento.Sentimientos similares a los religiosos afloran cuando alguien contempla la bandera de su país, que suele promover la unidad y la camaradería. Hasta el punto de que quemarla es constitutivo de delito. En España, la Ley 39/1981 la describe como «el signo de la soberanía, independencia, unidad e integridad de la patria», que «representa los valores superiores expresados en la Constitución de 1978«. Los ultrajes u ofensas a la rojigualda –o a las enseñas autonómicas– pueden acarrear multas de hasta 30.000 euros y penas de entre siete y doce meses de prisión.Sin embargo, mutilar, alterar o dañar físicamente de algún modo la bandera de las barras y estrellas fue entendido en 1990 por el Tribunal Supremo de Estados Unidos como una manifestación de la libertad de expresión y, por tanto, no punible. Lejos de quitar importancia a su influjo psicológico, tales regulaciones a propósito de, en principio, un simple trapo de colores lo ponen todavía más de manifiesto. Porque, en realidad, no se agrede a un simple objeto, sino al conjunto de adhesiones emocionales que suscita.
Fuente: muyinteresante.es