Filipinos: ‘Nos están masacrando como animales’

Desde que tomó posesión el 30 de junio, el presidente Rodrigo Duterte comenzó una sangrienta y caótica campaña contra las drogas en la que cerca de 2,000 personas han sido asesinadas a manos de la policía.Familiares y amigos lloran en el funeral de Benjamin Visda, de 43 años, que salió de una fiesta de cumpleaños para comprar algo y nunca regresó. Fue asesinado.Familiares y amigos lloran en el funeral de Benjamin Visda, de 43 años, que salió de una fiesta de cumpleaños para comprar algo y nunca regresó. Fue asesinado. DANIEL BEREHULAK NYTLa sangre de Florjohn Cruz, de 34 años, manchó el piso de la sala de su casa en Manila.“Nanlaban” es el nombre que da la policía a un caso en que el sospechoso se resiste al arresto y termina muerto. Lo que dicen que hizo Cruz.La sangre de Florjohn Cruz, de 34 años, manchó el piso de la sala de su casa en Manila.“Nanlaban” es el nombre que da la policía a un caso en que el sospechoso se resiste al arresto y termina muerto. Lo que dicen que hizo Cruz. Fotos DANIEL BEREHULAK NYTFamiliares de las víctimas lloran en la calle donde yacen los cuerpos de Frederick Mafe y Arjay Lumbago en Manila, Filipinas, el 3 de octubre.Familiares de las víctimas lloran en la calle donde yacen los cuerpos de Frederick Mafe y Arjay Lumbago en Manila, Filipinas, el 3 de octubre. DANIEL BEREHULAK NYTDANIEL BEREHULAKThe New York TimesEscuchas la escena de un asesinato antes de verla: los gritos desesperados de una nueva viuda. Las sirenas de las patrullas que se acercan. El golpeteo de la lluvia contra el pavimento en un callejón de Manila… y en la espalda de Romeo Torres Fontanilla.Tigas, como se le conocía a Fontanilla, yacía bocabajo cuando llegué en el auto después de la 1 a. m. Tenía 37 años. Fue baleado, dijeron testigos, por dos hombres que iban en una motocicleta. El aguacero había llevado su sangre hasta una alcantarilla.El callejón en el distrito de Pasay en Manila era mi escena del crimen número 17, en mi undécimo día en la capital de Filipinas. Había venido a documentar la sangrienta y caótica campaña contra las drogas que el presidente Rodrigo Duterte comenzó cuando tomó posesión el 30 de junio: desde entonces, cerca de 2000 personas han sido asesinadas a manos de la policía.Fui testigo de escenas sangrientas en todos los lugares que puedan imaginarse: en la acera, en las vías del tren, frente a una escuela para chicas, afuera de las tiendas 7-Eleven y un McDonald’s, encima de colchones y sofás. Vi cómo una mujer vestida de rojo echaba un vistazo en uno de estos sitios espeluznantes a través de los dedos con los que cubría sus ojos; intentaba protegerse y a la vez permitirse dar una última ojeada a un hombre asesinado en medio de la calle.Cerca de donde Tigas fue asesinado, encontré a Michael Araja, que está en la primera foto de abajo, muerto enfrente de un “sari sari”, el nombre que le dan aquí a los quioscos que venden productos básicos en los barrios pobres. Los vecinos me dijeron que Michael, de 29 años, había salido a comprar cigarrillos y una bebida para su esposa, pero dos hombres que iban en una motocicleta lo mataron a balazos, una táctica lo suficientemente común para haberse ganado su propio apodo: viajar en tándem.Desde que tomó posesión el 30 de junio, el presidente Rodrigo Duterte comenzó una sangrienta y caótica campaña contra las drogas en la que cerca de 2,000 personas han sido asesinadas a manos de la policíaEn otro vecindario, Riverside, una muñeca Barbie cubierta de sangre yacía al lado del cuerpo de una chica de 17 años que había sido asesinada junto con su novio de 21 años.“Nos están masacrando como animales”, dijo un transeúnte que temía dar su nombre.He trabajado en 60 países, he cubierto guerras en Irak y Afganistán y pasé gran parte de 2014 viviendo dentro de la zona de Ébola del oeste de África, un lugar paralizado por el miedo y la muerte. Lo que viví en Filipinas fue como un nuevo nivel de crueldad: oficiales de policía que prácticamente le disparan a cualquiera que sospechen que vende o incluso usa drogas, vigilantes que se toman en serio el llamado del presidente Duterte para “asesinarlos a todos”.Dijo en octubre: “Se pueden esperar 20,000 o 30,000 más”.El sábado Duterte dijo que, durante una llamada el viernes, el presidente electo de Estados Unidos, Donald Trump, había apoyado su brutal estrategia antidrogas. El líder filipino también dijo que Trump lo había invitado a Nueva York y Washington. “Me dijo, bueno, lo estamos haciendo como una nación soberana, de la manera correcta”, declaró Duterte, según un resumen de la conversación que ofreció su despacho.Más allá de quienes han sido asesinados en operativos antidrogas oficiales, la Policía Nacional Filipina contó más de 3500 homicidios sin resolver ocurridos entre el 1 de julio y el 15 de noviembre, con lo cual el país se ha convertido en una funeraria.Algunos cuerpos se encontraron en las calles con las cabezas envueltas en cinta para embalar. A otros los dejaron con letreros de cartulina que etiquetaban a las víctimas como narcotraficantes o adictos. Eso es lo que sucedió con los dos hombres que se muestran en este video, el cual se grabó con una cámara de seguridad afuera del Colegio Santa Catalina, una escuela religiosa y privada para niñas.Más de 35,600 personas han sido arrestadas en operativos antidrogas que el gobierno llama Proyecto Tokhang. El nombre se deriva de una frase que significa “golpea e implora” en cebuano, la lengua materna de Duterte.En vecindarios ricos y de clase media, a veces hay un amable llamado a la puerta y un oficial que entrega un panfleto con los detalles de las repercusiones del consumo de drogas al inquilino que abre. En distritos más pobres, la policía detiene a adolescentes y hombres en la calle, los revisa, los arresta y, a veces, los mata a balazos.Las fuerzas gubernamentales han ido de puerta en puerta a más de 3.57 millones de residencias, de acuerdo con la policía. Más de 727,600 consumidores de drogas y 56,500 traficantes se han rendido hasta ahora, por lo que las cárceles se han desbordado. En la cárcel de la ciudad de Quezon, que se muestra abajo en la foto de en medio, los reclusos toman turnos para dormir en cualquier espacio disponible, incluyendo una cancha de baloncesto.Mis noches en Manila comenzaban a las 21:00 en la oficina de prensa del distrito policial, donde me uní a un grupo de reporteros locales que esperaban información acerca de los últimos asesinatos. Íbamos en caravanas, con luces de emergencia que parpadeaban mientras ignorábamos los semáforos.Llevé un diario con lo que sucedía todos los días y grabaciones de estos operativos nocturnos, trabajando con Rica Concepción, una reportera local con 30 años de experiencia.Nos unimos a la policía en muchas redadas. También fuimos por nuestra cuenta a los lugares donde asesinaban a la gente o se encontraban cuerpos. Los familiares y vecinos que encontrábamos a menudo contaban una historia muy diferente de la que se asentaba en los registros de la policía.“Nanlaban” es como la policía llama a un caso cuando un sospechoso se resiste al arresto y termina muerto. Significa “se resistió”. Eso dijeron de Florjohn Cruz, de 34 años, cuyo cuerpo estaba siendo retirado por una casa funeraria cuando llegué a su casa en el vecindario pobre de Caloocan justo antes de las 23:00 una noche.Su sobrina dijo que encontraron un mensaje de cartulina que decía “Traficante en Adik Wag Tularan” –no seas traficante y adicto como él– mientras limpiaban la sangre de Cruz en el piso, cerca del altar de la familia, que se muestra en la foto de en medio más abajo.El reporte de la policía decía: “El sospechoso Cruz corrió hacia adentro de la casa y después sacó un arma de fuego y le disparó una y otra vez a los policías, por lo que tuvieron que responder con disparos para prevenir y repeler la agresión ilícita de Cruz”.Su esposa, Rita, entre sollozos, me dijo que Cruz había estado arreglando un radio para su madre de 71 años en la sala cuando hombres armados entraron a la fuerza y le dispararon.La familia dijo que Cruz no era traficante de drogas, sino consumidor de shabu, como los filipinos le dicen a las metanfetaminas. Se había rendido hace meses, respondiendo al llamado de Duterte, para lo que se suponía sería un programa de rehabilitación. La policía vino por él de todos modos.Durante mi estadía en Filipinas, los asesinatos parecían hacerse más descarados. Oficiales de policía parecían hacer poco para esconder su participación en lo que básicamente eran ejecuciones extrajudiciales. Nanlaban se había convertido en humor negro.“Hay una nueva forma de morir en Filipinas”, dijo Redentor C. Ulsano, el superintendente de policía en el distrito de Tondo. Sonrió e hizo ademán de tener puestas esposas en las muñecas.El sobrino de Cruz, Eliam, de 16 años, y su sobrina Princess, de 18, vieron desde el segundo piso cómo los oficiales vestidos de civil que habían asesinado a su tío salían de la casa. Eliam y Princess dijeron que escucharon el sonido de un mensaje de texto y vieron cómo uno de los hombres lo leía en su celular.“Ganó Ginebra”, anunció a los otros, refiriéndose a Barangay Ginebra San Miguel, el equipo de baloncesto más popular del país, que había estado compitiendo por el campeonato por toda la ciudad. Los adolescentes dijeron que los hombres celebraron la victoria del equipo mientras se llevaban a su tío en una bolsa.Roel Scott, de 13 años, es uno de los chicos en la foto de arriba, en el lugar donde su tío, Joselito Jumaquio, fue asesinado por un grupo de hombres enmascarados. Los dolientes a menudo colocan velas en la sangre de la víctima para honrarlos.Roel dijo que estaba jugando videojuegos con Jumaquio, un conductor de bicitaxi que se había entregado a las autoridades, cuando 15 hombres enmascarados descendieron rápidamente y en silencio en la barriada Pandacan.Testigos nos dijeron que los hombres arrastraron a Jumaquio por un callejón y les gritaron a los vecinos que estaban ahí que regresaran a sus casas y apagaran las luces. Escucharon que una mujer gritó: “¡Nanlaban!”. Se está resistiendo.Se escucharon dos disparos. Después cuatro más.Cuando todo estaba en silencio, los vecinos encontraron el cuerpo ensangrentado del conductor del bicitaxi, un arma y una bolsa de shabu al lado de sus manos esposadas. En el reporte de la policía se dijo que se trataba de un operativo para sorprender a compradores de drogas.También fotografié velorios y funerales, que cada vez más forman parte de la cotidianidad bajo el gobierno de Duterte. Familiares y sacerdotes rara vez mencionaban las brutales causas de muerte.Maria Mesa Deparine perdió a dos hijos en una sola semana en septiembre. Ambos se habían entregado a la policía. Ambos fueron encontrados ejecutados bajo puentes.Maria dijo que le tomó tres semanas reunir préstamos y donaciones que sumaban 50,000 pesos filipinos, unos 1030 dólares, para pagar el entierro de su hijo menor, Alijon, que tenía 23 años. La acompañamos a la funeraria donde les rogó a los propietarios que le dieran un costo menor para su hermano, Danilo, de 36 años.El cuerpo de Danilo, en el suelo en la foto del medio más arriba, ya había pasado dos semanas en la morgue, donde los muertos se apilan como leña. Los directores de la funeraria acordaron darle un descuento de 240 dólares por un velorio de un día en vez del habitual de una semana.Maria se fue, sin estar segura de que podría reunir esa suma, o si Danilo terminaría en una fosa común con otras víctimas de la guerra del narcotráfico del presidente.Los asesinatos irrumpen en cada aspecto de la vida. Los familiares de Benjamin Visda, en el ataúd en la foto de arriba, me dijeron que había salido de una fiesta de cumpleaños para comprar algo en un sari sari y estaba comiendo pastel cuando ocho hombres lo capturaron. En 20 minutos, su cuerpo había sido arrojado afuera de una estación de policía.La policía también dijo que lo sorprendieron comprando drogas y añadieron que Visda, mientras estaba esposado, intentó tomar el arma de un oficial —Nanlaban—, así que le dispararon. En el video de abajo, que también se tomó con una cámara de seguridad, se muestra cómo lo subieron vivo a una motocicleta dos hombres enmascarados.La misma noche que Florjohn Cruz fue asesinado estábamos a unas cuantas calles, en otra casa donde un hombre había sido asesinado. Esa noche también estaba lloviendo.Escuchamos los gritos desgarradores de Nellie Diaz, su nueva viuda, antes de verla –se encuentra en la foto de en medio más abajo– tendida sobre el cuerpo de su esposo, Crisostomo, que tenía 51 años.Nellie creció en el vecindario y trabajaba de manera intermitente. Dijo que Crisostomo era consumidor, no traficante, y que se había entregado poco después de la elección de Duterte. Ella aún creía que no era seguro que durmiera en casa, así que le dijo que se quedara con familiares. Pero extrañaba a sus nueve hijos, por lo que había regresado días antes.El hijo mayor de Nellie, J.R., de 19 años, dijo que un hombre con un casco de motocicleta pateó la puerta principal, seguido de otros dos hombres. El hombre del casco le apuntó con un arma a Nellie, dijo J.R.; el segundo hombre apuntó con un arma a su hermano de 12 años, John Rex. El tercer hombre llevaba un pedazo de papel.J.R. dijo que el hombre del casco exclamó: “Adiós, mi amigo”, antes de dispararle a su padre en el pecho. Su cuerpo se desplomó, pero el hombre le disparó dos veces más, en la cabeza y las mejillas. Los niños dijeron que los tres hombres se rieron mientras se marchaban.Rica Concepcion colaboró con este reportaje.Producido por Craig Allen, Rodrigo de Benito Sanz, David Furst, Jeffrey Marcus y Jodi Rudoren.elnuevoherald.com