Trump y los rusos

Hermann TertschPutin jamás sería la amenaza que es hoy sin ocho años de un Obama que tanto ha debilitado la seguridad occidentalA estas alturas pocos se acuerdan ya de que Hillary Clinton y la prensa norteamericana, casi sin excepción aliada con ella en campaña, advirtieron horrorizados de que Donald Trump podía tener un mal perder. Su mal talante como millonario inculto, defraudador, misógino, homófobo, antiecologista, derechista y racista –así sonaba la caricatura completa– podría llevarle hasta la inmensa bajeza de fomentar protestas y urdir conspiraciones contra la victoria de Clinton. Incluso llegaron a acusar a Trump de ser capaz de no reconocer los resultados, de pedir recuentos e intentar deslegitimar a la nueva presidente Clinton por todos los medios. Resulta que hablaban de sí mismos.Desde el 9 de noviembre los perdedores han organizado todo lo que, según ellos, estaba planeando el furibundo «fascista». Los impecables demócratas liberales han organizado manifestaciones violentas contra el resultado, han justificado agresiones a votantes adversarios, han invertido millones en recuentos baldíos, han coaccionado y amenazado a miembros del colegio de electores de Trump para que cambien su voto, han llamado a acciones violentas el 20 de enero, día del relevo en la Casa Blanca. Y hacen lo imposible e inconfesable por deslegitimar una derrota propia cruel como pocas en la historia de EE.UU. Le insultan y descalifican sin parar mientras él los vuelve a ellos locos con unos nombramientos de individuos brillantes, cuyo denominador común es ser libre y ajeno a toda veleidad izquierdista.Y después está «lo de los rusos». Ya en la campaña comenzaron los rumores sobre un hackeo ruso de ordenadores de ambos partidos. Pronto se centró la información mediática en el hackeo a la campaña del partido demócrata. Y poco después se quería presentar a Trump como poco menos que un agente durmiente del espionaje de Vladímir Putin. Que la maniobra no impresionó mucho al votante lo dejó claro el resultado. Ahora sale la CIA con una peculiar filtración al Washington Post y New York Times, los grandes enemigos de Trump que han quedado en un profundo ridículo después de la campaña más sesgada y su estrepitoso fracaso. Como la de las televisiones de la izquierda liberal. Según la CIA, más allá de los «hackeos» habituales, existía intencionalidad de la intervención rusa de beneficiar a Trump. Ahora con el previsible nombramiento de Rex Tillerson como secretario de Estado se refuerza el ruido y alguna preocupación sincera. Porque como gran jefe de Exxon Mobil, Tillerson ha hecho negocios inmensos en todo el mundo y también en Rusia con el propio Putin. Quien le ha tratado mucho y condecorado. Las palabras de Trump de simpatía hacia Putin siempre han preocupado.Más allá de la hipocresía lacerante de los demócratas que bajo Obama han cedido siempre a Putin y consentido sus tropelías en Ucrania y Siria. También a gentes cercanas a Trump les preocupa que él pudiera no entender toda la falta de escrúpulos y el carácter eminentemente criminal de Putin. Será buena cosa que se investigue bien tanto a Tillerson como los hackeos. Pero Rusia tiene voluntad de influir en las elecciones en Occidente desde que Lenin se instaló en Moscú. Y Putin jamás sería la amenaza que es hoy sin ocho años de un Obama que cedió ante Moscú en 2013 con Siria y que tanto ha debilitado la seguridad occidental. Si alguien no puede o debe ser algo, el Congreso se encargará que no lo sea. No mermará a un equipo soberbio de personalidades, todas mejores que el propio presidente. Lo que demuestra mejor que nada que estamos ante un proceso extraordinario en la gestación del nuevo gobierno de EE.UU. Un gobierno de derechas. Todo puede malograrse, cierto. Pero ni la histeria ni la mala fe de sus enemigos logran eclipsar el espectacular momento.ABC – Madrid