Un «adiós» distinto a Fidel Castro

Emilio J. Cárdenas* A su muerte, el líder cubano Fidel Castro recogió toda suerte de despedidas. Algunas sinceras por parte de los cada vez menos numerosos partidarios del colectivismo. Otras, mucho menos auténticas, aunque emocionadas, por parte de dignatarios extranjeros que se vieron en la obligación de hacerlo de acuerdo con las normas de la buena convivencia. Pero hay también otras formas patológicas de decir “adiós”. Distintas. Con otro contenido. Las de los miles y miles de cubanos que se escapan de la triste vida que llevan en su propio país, donde tienen un primitivo nivel de alimentación y carecen de las comodidades más elementales. Más allá de la retórica, porque esa y no otra es la realidad: en Cuba se vive realmente muy mal. Con escaso confort, sin libertades, con trabajo mal remunerado y sin alternativas de progreso y, ciertamente, con un nivel de consumo significativamente inferior al promedio del resto de América Latina. No hay “milagro” económico socialista. No lo puede haber, porque el modelo colectivista simplemente no funciona. En ningún lugar del mundo. Ha fracasado siempre. Por eso los cubanos en cuanto pueden se escapan del “paraíso” presunto que les brindaran Fidel Castro y su “revolución”. De cualquier manera. También lo hacen a través del Uruguay. Los medios orientales acaban de dar cuenta que, el año pasado solamente, unos 300 cubanos entraron ilegalmente al país y solicitaron enseguida carácter de refugiados para poder así quedarse y vivir en la Banda Oriental. Llegan en busca de una vida mejor. Todos. Cuba es uno de los cinco países de nuestra región a los que Uruguay exige siempre tener una visa de ingreso. Porque su actual gobierno es izquierdista, pero no tonto. Sabe bien que si no mantiene esa exigencia, habría un maremoto de cubanos hartos que pretenderían quedarse a vivir en el Río de la Plata. Con toda razón. Por la vía normal, esto es con visa, el año pasado llegaron a Uruguay 1.544 cubanos y se fueron sólo 1.296. Otro signo de interrogación abierto, entonces. En general, los cubanos llegan desde La Habana, ahora que por fin pueden salir de la isla, viajando hasta Georgetown, en Guyana. De allí a Brasil, por Boa Vista. Y desde el norte del país hacia el sur, para ingresar a Uruguay en la frontera, a la altura de Rivera. Para cruzarla y quedarse en la Banda Oriental. Un calvario largo, con una promesa fuerte de mejor vida, al final del mismo. Motorizados por la esperanza. La enorme mayoría de los cubanos ilegales que llegan al Uruguay (el 89%) están entre los 18 y los 59 años. Muchos son profesionales universitarios que no encuentran trabajo como tales en Cuba. Ni lo encontrarán nunca, porque simplemente no hay posibilidades. Dejan a sus hijos y familiares atrás, en espera de poder llamarlos una vez radicados en el Uruguay con la documentación consiguiente en regla. Para salir de Cuba e ingresar al Uruguay con visa deben tener o una garantía bancaria o demostrar ser dueños de propiedades, lo que en Cuba es simplemente imposible. Por eso llegan como pueden, escapando de una vida que no quieren vivir. Lo que es la mejor demostración del fracaso inocultable del arcaico régimen comunista cubano. Por todo esto la conducta de los inmigrantes cubanos tiene también el carácter de “adiós” a Fidel Castro. Pero sin lágrimas, ni nostalgias. Ni arrepentimiento. Triste, por cierto. Pero esta es la verdad y no la retórica mendaz que nos llega constantemente por la vía ancha de la propaganda. *Ex Embajador de la República Argentina ante las Naciones UnidasEl Diario Exterior – Madrid