Charles Manson: «Soy un ejecutor, pero también una víctima»

El asesino más famoso del siglo XX ha sido trasladado a un hospital en estado «muy grave». Recuperamos la entrevista que concedió a Vanity Fair en 2011. La primera en un medio español.

Manson, asediado por los medios en el juicio.

* Según acaba de confirmar el diario ‘Los Angeles Times’, el asesino Charles Manson ha sido ingresado en un centro hospitalario al que ha sido trasladado desde la prisión en la que cumple condena por los siete asesinatos que él y sus seguidores cometieron en agosto de 1969. Según ha podido saberse, Manson, uno de los asesinos más temidos de la historia, que fue condenado a muerte y después le conmutaron su pena a cadena perpetua; está «gravemente enfermo», aunque las autoridades no han dado información específica del motivo del traslado por «razones de seguridad». Por la actualidad del personaje, recuperamos esta entrevista que ofreció en exclusiva a Vanity Fair en mayo de 2011, cuando se cumplían 45 años de aquellos crímenes. Una conversacióndesde la cárcel en la que el criminal hablaba por primera vez con un medio después de dos décadas de silencio.«La hierba mala no muere. Lo aprendí en Ocho Lagos, en México, muchos años atrás. Pero muy poco. Bandidos del otro lado. Se llama jefe con pistola. Muchos muertos hombres [sic]”, dice la voz al otro lado del teléfono, con acento chicano, en un español rudimentario. Una voz grave, ronca, profunda. “No hablo bien español. No sé cómo se dice Helter skelter…”, añade. Y después ríe con una carcajada seca y dramática. Una risa impostada que, como a los actores o a los predicadores, le brota desde las entrañas.Helter skelter tiene traducción en español: tobogán. Eso era en la canción de los Beatles del Álbum blanco que lanzaron a finales de 1968. Pero ése no es el Helter skelter con el que bromea desde la prisión de Corcoran, en California, Charles Milles Manson (Cincinnati, Ohio, 1934). El suyo es la explicación a uno de los crímenes más famosos de la historia. La teoría detrás de una matanza, con la actriz Sharon Tate encabezando la lista de víctimas, que conmocionó Hollywood y al mundo en el verano de 1969 y que mantuvo a Estados Unidos en vilo durante un año con un inquietante proceso judicial que cada día abría noticiarios y periódicos. El acontecimiento que, en pleno auge de los hippies, de las drogas, del amor libre y de las protestas contra la guerra de Vietnam, borró del mapa los años sesenta. Aunque, sí, el Helter skelter de Manson es el mismo que el de los Beatles.En 1968, mientras enceraban el Apolo XI, mataban a Martin Luther King y Lindon Johnson hacía las maletas, Manson vivía en un rancho, antiguo escenario de películas, en California. Hijo de una adolescente de 16 años y sin padre conocido, su vida había transcurrido entrando y saliendo de correccionales y prisiones. La mitad del tiempo dentro, la otra mitad fuera. “Me criaron los gánsteres y los tipos viejos de la cárcel. Allí crecí. Nunca tuve un fuera en mi cabeza”, me contará después el propio Manson, por teléfono, durante la primera de cuatro conversaciones que han tardado un año y medio en poder realizarse.

el mensaje de los beatles

En 1967, recién licenciado de su última prisión, viajó a San Francisco, conoció a algunos jóvenes hippies y se trasladaron a Los Ángeles. Vivían en comuna. La mayoría, veinteañeros. Manson, entrado ya en la treintena, con aspiraciones de convertirse en estrella del rock. Allí, entre noches de LSD y sexo, sonaba el Álbum blanco de los ingleses. Y un tema se repetía en bucle: Revolution 9. En él, una voz anónima y monótona repite incansable: “Number nine, number nine, number nine…”. Manson, según la teoría que estableció el fiscal, Vincent Bugliosi, y que corroboraron algunos de sus antiguos compañeros, lo escuchaba obsesivamente. Pensaba que los Beatles le enviaban un mensaje. “Number nine, number nine, number nine…”.Buen conocedor de la Biblia desde su estancia en prisión, acudió al Libro del Apocalipsis, capítulo 9. Y en él leyó: “El quinto ángel tocó la trompeta, y vi una estrella que cayó sobre la tierra; y se le dio la llave del pozo del abismo”. Después continuó escuchando Revolution 9, y a John Lennon repitiendo “right, right, right”. Pero él entendía “rise, rise, rise” (álzate). Y en la voz de McCartney —“Go Helter skelter, Helter skelter, Helter skelter”— halló el impulso final a su visión personal del Apocalipsis: su Helter skelter.Según su premonición, en Estados Unidos se desataría una guerra racial entre blancos y negros. Ganarían los segundos, que acabarían con los primeros. Salvo con Manson y los suyos, que se esconderían en una legendaria ciudad perdida en el desierto —de ahí “la llave del pozo del abismo” que Manson creía tener— hasta que los negros, inferiores e incapaces de dirigir el mundo, les entregasen las riendas del planeta. Eso era Helter skelter. Así era la revolución que llegaba, según estableció Bugliosi durante un juicio que duró nueve meses y que aún hoy es un espectáculo.Manson convenció a sus seguidores de que aquello sucedería. De que ellos eran los elegidos. De que él era el líder —el quinto ángel— a quien seguir hasta aquel abismo. “Siempre se colocaba más alto que ellos, para poder tener control visual. También controlaba su comportamiento con drogas, alcohol y sexo. Manson apenas consumía, sólo se fumaba algún porro. Así conseguía más control. Además era el primero del grupo que tenía sexo con las mujeres. Ejercía de padre con ellas. Les lavaba el cerebro. Eran personas muy débiles mentalmente, con una educación muy básica, frente a un hombre con un cociente intelectual de 121, con mucha calle y capaz de manipularlas”, me explica John Douglas, ex agente del FBI que trabajó en la Unidad de Análisis de la Conducta y que se entrevistó con él en la cárcel a finales de los setenta. Pero el verano de 1969 avanzaba y el vaticinio no se cumplía. Incluso los disturbios raciales se habían rebajado durante el último año. Así que Manson y los suyos decidieron encender la mecha…

«Yo vivo en el inframundo. No le digo a la gente lo que tiene que hacer. Ellos saben lo que tienen que hacer».

La tarde del 8 de agosto, según testificaron durante el juicio, Manson hizo un anuncio: “Es el momento del Helter skelter”. Horas después, pasada la medianoche del 9 de agosto, cuatro de sus compañeros —Tex Watson, Patricia Krenwinkel, Susan Atkins y Linda Kasabian— condujeron hasta el 10.050 de Cielo Drive, donde antes había vivido Terry Melcher, el productor musical —e hijo de Doris Day— que había rechazado lanzar la carrera musical de Manson. Allí ya no vivía Melcher, sino la joven actriz Sharon Tate y su marido, el cineasta Roman Polanski, que se encontraba de viaje en Londres. La actriz, embarazada de ocho meses, pasaba aquella noche con tres amigos: Abigail Folger, Voytek Frykowski y Jay Sebring.En la cuesta de acceso a la propiedad, Watson se topó con Steve Parent, un chaval de 18 años amigo del vigilante de la finca. Fue su primera víctima: cuatro disparos y una puñalada. Después cortó la línea del teléfono e irrumpió en la casa. “Soy el demonio y estoy aquí para hacer el trabajo del demonio”, gritó. Entre Watson, Atkins y Krenwinkel (Kasabian no participó, lo que le permitió después ser exculpada a cambio de testificar) los mataron a todos. Sebring recibió siete puñaladas y un disparo en la cabeza; Frykowski, 51 puñaladas y dos disparos; Folger, 28 puñaladas y Tate, mientras suplicaba clemencia por el bebé que hubiera nacido a los pocos días, 16 puñaladas. Antes de dejar la casa, con la sangre de la actriz escribieron en la puerta del porche la palabra “pig” (cerdo). Un término frecuentemente usado en la jerga de los activistas negros. Querían que pareciese un crimen racial. Querían espolear su revolución.

La policía saca uno de los cadáveres de la casa de Tate y Polanski.

La madrugada siguiente repitieron. En esta ocasión en el 3.301 de Waverly Drive, un chalé que conocían porque habían acudido a alguna fiesta en la vivienda contigua. Manson condujo el coche. Según dijeron durante el juicio, éste subió a la casa, amordazó al matrimonio que vivía allí —Leno y Rosemary LaBianca— y volvió al coche. Luego se marchó. Pero se quedaron Watson, Krenwinkel y Leslie Van Houten. Y los tres cosieron a puñaladas a sus víctimas. A Rosemary le asestaron 41; a Leno, 12 y además le grabaron en la tripa la palabra “war” (guerra). Por último escribieron en las paredes, también con sangre, “death to pigs” (muerte a los cerdos) y “rise”, y en la puerta del frigorífico “Helter skelter”.

la conspiración manson

Manson no mató a ninguna de las víctimas. No empuñó el cuchillo. Y, según alegó, jamás ordenó matar a nadie. Lo único que hizo, confesó, fue decirles a sus amigos la primera noche: “Go and do something witchy” (id y haced algo malvado). Pero aquello, insistió, y lo mantiene hoy, no implicaba asesinar. Sin embargo, según estableció Bugliosi, él fue el cerebro detrás de los crímenes. Le acusaron de conspiración y, como líder de la misma, de los asesinatos que había cometido su “familia”, como la bautizaron. El 19 de abril de 1971 el juez anunció la condena (a Watson, detenido más tarde y juzgado en solitario, lo condenaron en octubre): “Pena de muerte”.Sin embargo, sólo un año después la pena capital fue abolida en California (sería de nuevo establecida unos años después), lo que permitió a Manson y a su familia que les conmutaran la condena por cadena perpetua. Charles Manson tiene hoy unos sorprendentes 82 años (la esperanza de vida para los hombres blancos en California es de 75 años), es uno de los presos más famosos y mediáticos de Estados Unidos y se ha convertido con el paso de los años en un icono maldito del siglo XX, con cientos de personas, entre admiradores y curiosos, que continúan enviándole cartas a la cárcel.Además, tiene “miles de seguidores y simpatizantes en todo el mundo”, según cuenta su entorno más cercano, que le adoran como un referente del ecologismo y de la lucha por para salvar el planeta. Porque desde que nació Charles Manson, el verdugo de la mujer de Polanski, el temido líder de una secta de hippies asesinos, al mismo tiempo, hace ya cuatro décadas, surgía un Charles Manson abanderado ecologista. Un predicador del apocalipsis de la contaminación que desde entonces lanza un mensaje rotundo y llamativo —y no exento de verdad— que insta a frenar la polución, a replantar el planeta y a no dejarse dominar por los que considera “los Estados Unidos de Wall Street y su Dios dinero”.

Manson

Desde comienzos de los años noventa, cuando California prohibió entrevistar a los presos, no ha hablado. Llegar hoy hasta él es un recorrido largo. Lo hacemos primero enviando cartas, pidiéndole que vuelva a conceder, después de casi dos décadas, una entrevista. Las cartas no tienen respuesta directa hasta que Gray Wolf, su mano derecha fuera de la cárcel, llama por teléfono. “¿Por qué quieres entrevistar a Charlie?”, me preguntó una noche, entre inquisitorial y curioso por una solicitud que llegaba desde tan lejos, hace más de un año. A través de Gray Wolf respondía Manson. Y Manson se convertía entonces en Charlie. Superado el contacto y tensión inicial, seguimos insistiendo hasta conseguir la que es la primera entrevista que concede Manson a un medio en español.Con el paso de los meses descubro que dos personas forman hoy su círculo de confianza, Gray Wolf (lobo gris) y Star (estrella), de 23 años, una muchacha de Illinois que se trasladó hace cuatro años a California para estar cerca de Manson y trabajar en su movimiento ecologista: ATWA (Air, Trees, Water and Animals). Ambos fueron bautizados así por el propio Manson. También he conocido a otros simpatizantes con los que habla por teléfono con asiduidad, que me han contado que la mejor forma de que una carta llegue a Charlie es enviársela a un compañero del módulo especial en el que está recluido “por su propia seguridad y por la del resto de los internos”, según explican desde la cárcel.

Charles Manson posa con Star, su futura esposa.

«Manson hará la entrevista”, anuncia finalmente Gray Wolf, más de un año y medio después de aquellas primeras cartas. La única opción es realizarla por teléfono. Sólo falta esperar que Manson pueda llamar… “Hola Madrid. ¿Es Vanity Fair?”, son las primeras palabras que escucho. Cuatro llamadas de un cuarto de hora —el tiempo permitido— desde la cárcel, interrumpidas periódicamente por un mensaje automático en inglés que recuerda que “esta llamada grabada es de un interno de una institución correccional de California”.—¿Quién era y quién es hoy Charles Manson?—Charles Manson es todo el mundo. Él es el aire, los árboles, la naturaleza que nos da aire. Es el fondo del océano y el cielo. Es nada y todo. Alguien que nunca muere, alguien que ya está muerto. Él es todas las tumbas, pasado y presente, porque no hay futuro. Sólo hay el ahora. Y Charlie Manson es el ahora.—¿Se ha sentido responsable criminalmente por lo que sucedió?—Soy responsable de todo. Soy responsable de mi existencia. De mis movimientos. De mis pensamientos. Nunca haría nada contra mí mismo porque sería un pecado contra Dios. No soy estúpido, tío.—Siendo, como dicen quienes le conocen, muy inteligente, ¿por qué nunca ha mostrado arrepentimiento sabiendo que eso podría ayudarle en las vistas de libertad condicional?—No todo radica en la liberación. La liberación está en tu mente. La cárcel es un pensamiento. Hay un día y una noche, una luz y una oscuridad. Y en la oscuridad hay diferentes patrones de pensamiento que en la luz.—¿Se considera usted un mártir?—Ésa es sólo una palabra. Todos somos mártires. El amor es un mártir. Por eso Cristo llama la atención. Por eso la cruz destaca. Crucificamos a la gente y colgamos después sus cuerpos en una cruz. Y nos llamamos después cristianos. ¿Quién es el mártir, quién destruye el amor o quién destruye al destructor? Es un círculo. Bueno y malo. Sí, soy un mártir. Pero soy también una víctima. Soy un ejecutor. Una presa. Soy ambas cosas. Soy todo. No soy nada.La voz de Manson es gruesa, baja, extrañamente cordial. Pero Manson no habla, no conversa. Da la impresión de estar dando un sermón ante un séquito de fieles. Lo hace acentuando las palabras y jugando con ellas, como cuando exhala la palabra God (dios) alargándola y cerrándola drásticamente marcando la D final. Me cuenta su amiga Star, agradable y con un punto cándido, que “Charlie tiene algo que nadie más posee. Dios habla a través de él, porque muchas veces cuando te cuenta algo reconoce que no sabe lo que acaba de decir. Habla a través de él pero no es él. Nunca lo había visto antes”. “¿Qué relación tienen ustedes?”, le pregunto a Star, que se puso en contacto con Manson cuando tenía 16 años porque se sentía, dice, en sintonía con él por su preocupación con el planeta.“¿Ejerce de padre?”, dudo. “Yo soy un poco como su madre. Él es también como mi hermano. Y como mi marido. Yo soy como su hija. Lo tenemos todo. Es difícil de explicar. No es una relación que la gente haya experimentado con otras personas”. Manson, igual que los predicadores, moldea el discurso, lo dota de teatralidad y juega con ciertos recursos, como las palabras encadenadas o las letanías: “Soy un gánster. Un matón. Un charlatán. Un estafador”. Y, cuatro décadas después de ser condenado, mantiene exacta la misma versión de los hechos que en 1969: “No ordené matar a nadie”.

Manson VF

—Dice que no dio esa orden. Pero, sabiendo lo que habían hecho la primera noche, ¿por qué llevó a su gente al día siguiente a la casa de los LaBianca?—¿Por qué los llevé? Tendré que buscar en mi mente… Ha pasado mucho tiempo. Es como si me preguntasen por qué me comí un helado en 1946. Fue hace 40 años… Pero, para empezar, esa premisa es falsa: no era mi gente.—De acuerdo, sus amigos.—Era sólo gente que vivía en el mismo rancho en el que yo lo hacía. Ni siquiera usaría la palabra amigos. Eran simplemente ellos mismos. Lo que fuera que hiciesen era asunto suyo. Yo vivo en el inframundo. No le digo a la gente lo que tiene que hacer. Ellos saben lo que tienen que hacer. Y si no lo saben, no vienen a mí. Soy un mal hombre. Sucio. Estoy en la plaza de toros. No juego. Disparo a la gente. Soy malo. Soy un forajido. Un criminal. Soy todo lo malo. Debes saber qué hacer. Eso es lo que Tex dijo: “Él no me dijo qué hacer. Yo sabía lo que él quería que hiciese y lo hice”.—Pero, ¿por qué los llevó?—No fui a la casa de los LaBianca. Fui a la casa de al lado, de Harold Trues. La casa de los LaBianca estaba siempre vacía. Solíamos usarla para ir a practicar sexo allí. Fuimos a ver si estaba Harold y vimos que había gente viviendo allí. Tex estaba conmigo. Él se quedó y yo me fui a otro sitio. Y el hizo lo que fuera que hizo. Pero no es asunto mío. Yo sé lo que es una conspiración. Sé lo que dice la ley. Entiendo lo que es un asesinato. Escúchame atentamente: no transgredí la ley; no necesito hacerlo. La ley tiene 200 o 300 años. Ya no funciona. Puedes hacer lo que quieras y no romper nunca la ley. Tienes tu mente, usas tu mente. Si quieres que se haga algo, simplemente lo piensas. ¿Tú puedes hacer eso? Porque tarde o temprano la voluntad de Dios se impondrá sobre ti. Y me condenasteis por ser la voluntad de Dios.

el asesino que se creía inocente

“En su cabeza él no cometió ni ordenó los crímenes”, me cuenta Douglas. “Podrías someterlo al polígrafo y te mostraría que está diciendo la verdad. Está convencido de que no hizo nada. En su cabeza es inocente”. Y no sólo él. Sus amigos, sus simpatizantes, también reivindican su inocencia y achacan la imagen que existe de él “a las mentiras de la televisión”. Durante estas cuatro décadas, Manson ha presentado varios recursos de habeas corpus denunciando que en el juicio se vulneraron sus derechos porque no le permitieron defenderse a sí mismo ni declarar ante el jurado. Y, recientemente, tras 48 años encerrado, ha aceptado finalmente los servicios de un abogado para intentar quemar sus últimas naves.Ese letrado es Giovanni DiStefano, bautizado en la prensa como “el abogado del diablo” por haber defendido previamente, entre otros, a Sadam Husein (formó parte de su equipo legal durante el jucio) o Slobodan Milosevic. DiStefano vive en Mallorca, pero también tiene un chalé a las afueras de Madrid, donde me recibe. “En su caso se cometieron tres errores: se le denegó la capacidad de representarse a sí mismo, se orientó al jurado para crear la teoría de la conspiración y no se le permitió declarar ante el jurado”, me explica. En nombre de Manson ha presentado una apelación ante el Comité Interamericano de Derechos Humanos y ha enviado una carta a Obama en la que le solicita la anulación inmediata de la condena.

Manson en Carcoran

Obama, a quien Manson, según me cuenta, considera “un esclavo de Wall Street” y “un idiota” por “haberse metido ahí y no darse cuenta de que están jugando con él”, debe responder a la carta antes de que termine su mandato. DiStefano, explica, espera su decisión para poder apelarla a la  Corte Federal y poder llevar allí el caso de Manson, lo que ahora mismo no puede hacer. “Hay mucha gente que nunca creerá que es inocente, porque pertenecía a un grupo. Los romanos y los judíos culparon a Cristo y lo crucificaron. A su propio Cristo. Así que imagínate con Manson, que se supone que es el diablo reencarnado”, añade.Bugliosi, el fiscal que encerró a Manson y que se convirtió también en una estrella mediática, tiene 76 años, la piel bronceada y aspecto de actor de Hollywood. Atiende mi llamada con ínterés e ímpetu, a pesar de que lleva 40 años atado a este caso. “Esas quejas no son nuevas. Manson ya apeló y no se lo aceptaron”, explica. “Yo quería condenarlo con un juicio justo. Y así se lo dije: ‘Charlie, voy a conseguir que te condenen, pero con un proceso limpio’. Manson era el arquitecto de la conspiración. El hecho de que no participase físicamente no lo inmuniza de responsabilidad. Según eso, si Hitler hubiera ido a Núremberg podría haber dicho que él no mató a nadie”.Bugliosi recuerda con precisión todos los detalles del caso. Y los recrea contándolos. Como Manson, también con cierta dosis de teatralidad. “Le hice una pregunta, de forma sarcástica, porque a veces conversábamos. Él decía: ‘Tú crees que soy un tipo malo’. Yo le respondía: ‘Sí, pero estoy seguro de que tienes buenas cualidades también, si no, no te hubieran seguido esos chicos’. Y le pregunté: ‘Dime, Charlie, ¿de dónde te sacaste esa idea loca de que otra gente no quería vivir?’. ¿Sabes lo que hizo entonces? Simplemente, sonrió”.Cuatro décadas después, el caso sigue fascinando e inquietando. “No es sólo por su brutalidad. Es porque fueron probablemente los crímenes más extraños de la historia criminal desde que hay registros. Y a la gente le fascina lo extraño. Y la implicación sociológica: antes del caso nadie hubiera asociado a los hippies con la violencia. Y ahí irrumpió la Familia Manson, pareciendo hippies y con aspecto de hippies, pero siendo asesinos múltiples. Mucha gente cree que aquello acabó con el movimiento contracultural y con los años sesenta”.Manson, hoy, en su discurso, muestra una contradicción. O juega con ella. Niega que aquellos hippies con cuchillos fueran su familia. Pero al mismo tiempo habla de ellos en ese sentido. “Toda la familia Manson eran vuestros hijos. Aquellos a los que no queríais, arrojados a la basura, expulsados por la puerta de atrás, encerrados en reformatorios juveniles”, cuenta en un momento de nuestra conversación. “Aquellos niños que llegaban, la familia, fueron niños tirados, como yo. ¿Sabes lo que era Jesús? Un niño tirado”, me dice en otro momento, rememorando su vida en el rancho. Y después suelta: “Estáis en guerra con vuestro sistema vital. Esos chicos mataron sus vidas intentando comunicarse con vuestra gente. Aquellos niños de los sesenta, Mary, Susie, Leslie, Lyn, Patty, Sandy, Bruce, Bobby, Steve, se pusieron en pie, y dieron sus vidas con lo que estaban haciendo”.Manson sube el tono, amenazador, cuando habla de la destrucción del planeta. Pero lo baja, afable, cuando chapurrea algunas palabras en español. O cuando me cuenta que tuvo un maestro en la cárcel, Alvin Karpis, uno de los criminales más famosos de la Gran Depresión, que vivió sus últimos años en España y que le envió a la cárcel una guitarra hecha a mano en Madrid. Porque Manson no ha dejado de perseguir su sueño de ser una estrella del rock (ha publicado varios discos desde la prisión). Y hoy sigue teniendo una guitarra en su celda, donde pasa la mayor parte del tiempo. Sólo sale algunos ratos para charlar con otros presos y jugar a las cartas.Para el próximo año tiene prevista una nueva vista de condicional. A la última, en 2007, ni siquiera asistió. Y podría hacer lo mismo en 2012. No tiene ninguna oportunidad. “En su caso el número de muertes y cómo sucedieron es determinante. Su comportamiento ha sido muy pobre, ha roto muchas reglas. Incluso sus evaluaciones psicológicas no han sido favorables”, me explica Patrick Sequeira, fiscal del distrito del Condado de Los Ángeles, uno de los hombres que formó parte del comité de revisión en 2007 y que volverá a hacerlo el año que viene. Podría ser su última vista. A su avanzada edad hay que sumar, según anuncia Sequeira, que podría denegársele y además imponérsele un plazo de 15 años, el máximo, para la siguiente, “porque su comportamiento ha seguido igual y recientemente se le ha incautado un teléfono móvil, lo cual es una violación muy seria, como las drogas o las armas”.

Manson en Corcoran

¿Sigue siendo Manson, el predicador ecologista que alerta sobre la destrucción del planeta al otro lado del teléfono, un peligro para la sociedad?, me pregunto. “Que sea viejo no significa que no pueda serlo. No ha demostrado que haya cambiado. Y aún es una figura de culto. Con seguidores fuera, quién sabe si podría volver a sus orígenes…”, dice Sequeira. Le planteo la misma duda a Douglas, ex agente del FBI. “Él no apretaría el gatillo, pero podría manipular para que otro lo hiciera. Todo lo que hemos hecho ha sido poner su cuerpo en hielo durante estos años, pero la cárcel no ha cambiado su cabeza”, argumenta. Por último, se lo pregunto al propio Manson.—Dicen los expertos que sigue usted siendo un peligro para la sociedad…—(Risas) Eso es una broma, hombre. Ésa es la gente que ni siquiera puede vivir en sus propios pensamientos. ¿Qué es la sociedad? La sociedad, aquí, es un manicomio. No sé en España, pero toda la sociedad que conozco lo es: si tienes dinero, puedes hacerlo todo. Si no lo tienes, no puedes hacer nada. ¿Qué es la sociedad? En el desierto son los lagartos y las arañas. Pero si voy a la montaña son las águilas y los cóndores. ¿Qué sociedad?—¿Cómo querría ser recordado?—¡No va a quedar nadie! Parece que no lo entiendes. Te lo explicaré: vuestro aire se está muriendo. Los automóviles y los combustibles fósiles están destruyendo la atmósfera. No puedes afrontar eso. Y si no puedes afrontarlo y pararlo, no habrá aire para respirar. Así que no tendréis ningún cerebro para recordar nada. No estaréis ahí. ¿Lo entiendes? ¿Puedes encajar eso en tu, cómo la llamas, sociedad?—¿Ha imaginado cómo hubiera sido su vida fuera de la cárcel?—Si hubiera un dios creo que hubiera bromeado haciendo prisiones. Cuando me voy a dormir no estoy entre estos muros. (Risas). Estoy alrededor de ti. Dentro de ti. Soy todo el mundo.*Este reportaje fue originalmente publicado en el número 33 de Vanity Fair. Recuerde que Vanity Fair está disponible también en versión digital para todo tipo de dispositivos. Infórmese aquí.Fuente: revistavanityfair.es