Enamorados del Dakar

Álvaro PuenteHace demasiados días que el país gira alrededor del rally Dakar. Todos lo esquivan, pero nosotros –fanáticos– pagamos lo que pidan. Aunque sean millones, nos parece poco. Cada etapa es una fiesta nacional con show presidencial y todo. Nuestros pilotos son héroes nacionales. Al recorrido lo conservan para convertirlo en altar patrio.Para muchos es una emoción especial. Es un gran espectáculo. Dicen que es la mejor de las carreras, pero no es por eso que cruza nuestro territorio. La razón oficial es que el Dakar es la llave para abrirnos las puertas del turismo. Nuestros gobernantes se imaginan al universo entero contemplando ante el televisor la emocionante competencia, pero los millones de televidentes no ven para nada los bólidos. Abren la boca absortos ante nuestros incomparables paisajes.Quizás sí. No tanto como piensan, pero es evidente que estamos en el escaparate. La pena es que toda la estrategia muere ahí. A los curiosos que quieran comprobar que esto es tan bello, empiezan por lanzarles la pedrada de un impuesto para ahuyentarlos. Pudiera ser para que no se agolpen. Luego, a los que insisten, en fronteras y aeropuertos los esperamos con la sorpresa de nuestras lentas y tétricas oficinas de migración. Según unos, preparadas a propósito para que se vuelvan. Según otros, para que no vuelvan. A los tozudos que pasan la prueba sin rendirse, los esperamos con un purgatorio en tamaño natural. Los recibe la aduana más entrometida, más quisquillosa y más irrespetuosa de todas las aduanas del mundo civilizado y de parte de la estratósfera. Sin contar que puede aparecer por el medio, en cualquiera de los pasos, un policía que extorsiona con pretexto o sin él.Una vez fuera del túnel de ingreso, vienen los más variados calvarios. Suele ser el primero el de los taxis que se caen a pedazos y que cobran lo que les da la gana. No nos hemos enterado de que hace 67 años se inventó el taxímetro. Los buenos hoteles tocan como la lotería. Son pocos los premios. Los no premiados que abundan son alojamientos sucios, incómodos, mal atendidos. Luego, a los caminantes les tenemos aceras bombardeadas. A los viajeros, carreteras destruidas. Para todos, los museos cerrados. Y, cuando menos se espera, aparecen otros policías que extorsionan y desaparecen.No sé. ¿No cree usted que quizás pudiera esperar el Dakar a que arreglemos un poco la casa? Si la carrera es tan buena invitación, ¿no sería bueno ponernos de acuerdo para enamorarlos de verdad, en lugar de hacernos odiar?El Deber – Santa Cruz