La insensatez aproxima cada vez más a Venezuela al caos

Emilio J. Cárdenas*La alternativa parecería ser una sola: convocar a elecciones anticipadas y permitir que sean los propios venezolanos quienes decidan su futuro.Escribo estas líneas cuando todavía faltan horas para que se acabe el 2016. Una última mirada a lo que sucede en nuestra región no puede evitar detenerse en el largo martirio a que Nicolás Maduro y los suyos han sometido al pueblo venezolano. Confieso que mirar a Venezuela me duele. Profundamente. Y además me genera una sensación de impotencia que, por lo menos, me obliga a exteriorizar lo que pienso. Hay 31 millones de venezolanos que saben que la situación en la que viven no puede durar. Presienten un desenlace que el autoritarismo del gobierno “bolivariano” parece haber dilatado más allá de lo razonable. Viven en una escasez permanente de alimentos y medicamentos, a la que suman una inflación de tres dígitos. Venezuela es como si no tuviera moneda, porque el bolívar no vale nada. Basta recordar que el billete de más alta denominación, el de 100 bolívares, equivale a 0,2 centavos de dólar. Cualquier operación de alguna envergadura tiene entonces un capítulo inevitable que supone como transportar el precio, cuando se paga al contado. Los venezolanos se han acostumbrado a que las transacciones más comunes suponen lidiar con fajos de dinero, lo que es simplemente una tortura más en la vida diaria. Pero antes del cierre del 2016 Nicolás Maduro volvió a evidenciar su tremenda incapacidad para gobernar. Anunció que los billetes de 100 bolívares dejarían de tener valor en un plazo de apenas 72 horas. A lo que acompañó con el cierre de las fronteras de su país con Brasil y con Colombia, suponiendo que una organización criminal especulaba con la moneda venezolana en los dos países antes mencionados ¿Desconocimiento? ¿Demencia? ¿Incompetencia? Cualquiera sea la respuesta, lo de Nicolás Maduro pertenece al capítulo de lo absurdo. Los venezolanos, ante lo sucedido se quedaron de pronto sin la posibilidad de comprar los productos más elementales. Casi la mitad de ellos no tiene cuenta en ningún banco. La alternativa resultó de hierro y los saqueos en busca de alimentos y artículos de todo tipo se sucedieron en distintas ciudades, especialmente en Ciudad Bolívar. Como consecuencia: anomia, violencia, muertes y daños de todo tipo. El responsable de lo sucedido tomó una sola medida: disponer que los billetes en cuestión tendrían validez hasta el 2 de enero de 2017, y reabrir, bajo presión, las fronteras. De lo contrario, el caos se hubiera extendido a todo el país. Como suele suceder Nicolás Maduro apuntó a los Estados Unidos, sugiriendo que todo lo que acontecía era consecuencia de una maniobra perversa del gobierno norteamericano. Pero tanto va el cántaro a la fuente que hoy ese recurso ya no le sirve. Apenas un 1% de los venezolanos le cree. Casi el 80% de los venezolanos señala que el gran culpable es el gobierno “bolivariano” y considera que la escasez de todo no es sino consecuencia del modelo colectivista. Lo cierto es que las encuestas sugieren que el 81% de los venezolanos le ha dado la espalda al marxismo y quiere un cambio en otra dirección. Uno se pregunta entonces cómo puede ser que la angustiosa situación de Venezuela no cambie. Las respuestas son de distintos colores. Primero, el fanatismo ideológico de quienes controlan el Poder Ejecutivo y el Poder Judicial venezolano, y su constante apelación al uso de la fuerza. Segundo, el hecho desgraciado pero real de que la oposición está todavía dividida. Tercero, un estamento militar profundamente afectado por la corrupción y el narcotráfico. Cuarto, el hecho de que la presión internacional apunte al diálogo entre los venezolanos cuando está meridianamente claro que Nicolás Maduro no actuó ni actuará con buena fe.La alternativa parecería ser una sola: convocar a elecciones anticipadas y permitir que sean los propios venezolanos quienes decidan su futuro. Para ello todas las presiones debieran apuntar en esa dirección, constantemente. El riesgo es que ello no sea factible y que de pronto el caos, con todas sus consecuencias se transforme en el desastre que las profecías de muchos han venido anticipando. No pensar en esto es imposible. Venezuela está coqueteando con un gigantesco desastre. *Ex Embajador de la República Argentina ante las Naciones UnidasEl Diario Exterior – Madrid