Pedro ShimoseEn su artículo La culpa no es del indio (EL DEBER / Suplemento Séptimo Día, 04.12.16), doña Susana Bejarano se refiere a Alcides Arguedas en estos términos: “Pero me subleva que sigamos revolcándonos en la maldición arguediana (sic) y creamos que el ‘ineficiente’ es el indio, como si la ineficiencia fuera exclusiva de un grupo étnico”. Las palabras de doña Susana me impresionan porque están impregnadas de prejuicio, fatalismo y pesimismo, y suenan a hechizo y brujería. No hay tal ‘maldición arguediana’. El “pueblo enfermo” de Arguedas es la Bolivia andina, altiplánica, de finales del siglo XIX y parte del siglo XX. Arguedas no conoció Santa Cruz, Beni, Tarija ni el mal llamado Territorio Nacional de Colonias (hoy Pando), porque aquellos territorios y sus pobladores eran algo marginal y legendario. Sus referencias son librescas, de segunda y hasta de tercera mano, y esto sí es reprochable. La justicia comunitaria (léase Raza de bronce, 1919) y otras lacras morales arraigadas en la Bolivia andina están implícitas en su obra cuando juzga, ante todo, a militares, abogados y políticos (léase Los caudillos bárbaros). Convertido en cliché ideológico de nacionalistas, socialistas e indigenistas, el antiarguedismo fue alentado por Franz Tamayo, Tristán Marof, Carlos Montenegro, Augusto Céspedes, Jesús Lara, Fausto Reinaga y hoy, por el katarismo y el MAS. Pueblo enfermo (1909) es un libro escrito por un moralista, no por un sociólogo, como aclaró Roberto Prudencio, hace años. Todos los positivistas eran deterministas, creían en las razas puras (Franz Tamayo, sobre todo). ¿Por qué se aplaude a Tamayo y se denigra a Arguedas? ¿Por qué no hay una universidad Alcides Arguedas –¡una sola!– y hay varias universidades Franz Tamayo? Ser positivista, en 1900, era ser progresista y no deberíamos juzgar a los positivistas como si fueran contemporáneos nuestros. La culpa no es de Arguedas si los defectos y vicios morales de la Bolivia de antaño perviven en la Bolivia de este incipiente siglo XXI. La culpa es nuestra. Victimistas, preferimos echarle la ‘culpa’ al otro: a Arguedas, por ejemplo. Necesitamos un chivo expiatorio que maquille nuestra fealdad moral con subterfugios, eufemismos y mentiras. (La aludida ‘maldición arguediana’ es un subterfugio). Cuando nos vemos reflejados en el espejo, preferimos romper el espejo antes que cambiar de conducta. ¿Por qué habíamos de cambiar si es más fácil echarle la culpa a Arguedas? ¿O al indio, si uno es blanco? ¿O al blanco, si uno es indio? ¿O al cholo (mestizo) si uno es blanco o indio? Sospecho que doña Susana no ha estado atenta a la obra de quienes estudian actualmente a Arguedas desde nuevas perspectivas. // Madrid, 13.01.2017.El Deber – Santa Cruz