Carta abierta a Diego Ayo

Fernando MolinaEs autoritario pensar que toda polémica con la oposición debe estar motivada por una conversión de emergencia al oficialismo, dice Molina y responde ‘a las críticas que he recibido en el último tiempo por mis opiniones’.Ver también: Carta abierta a Fernando MolinaEstimado Diego: Te dirijo estas líneas porque eres la fuente intelectual de ciertas críticas que he recibido en el último tiempo por mis opiniones. Has alentado por diversos medios a las personas que han firmado tales críticas y, hace poco, te has sumado a ellas. Agradezco esto último porque me permite dirigir mi respuesta a quien de verdad está, por decirlo así, «al otro lado”, en lugar de perder mi tiempo peleando con sombras chinescas. Voy a entender que tu propósito es el esclarecimiento de lo que resulta mejor para la comunidad de la que formamos parte. Pese a ello, las críticas de las que hablo no siempre se han referido a mis ideas, para refutarlas por medio de razones, sino que a menudo han adquirido una forma insidiosa: el planteamiento de dudas sobre las causas personales que me llevan a, supuestamente, cambiar de pensamiento. Sugieren que, luego de haber sido un crítico constante del «proceso de cambio”, ahora intento subirme al carro oficialista. ¿Quizá en busca de una «pega”?, ¿tal vez porque la oposición me ha tratado mal y estoy, entonces, «resentido”?Como sabes, el argumento ad hominem constituye una falacia. Aun si yo fuera un oportunista, como ustedes insinúan, eso no me quitaría ni me añadiría un ápice de razón. Sin embargo, para deshacerme pronto de los simplones, diré que no tengo compromiso de ninguna índole con el gobierno. Y tampoco estoy «preparando el escenario” para firmar tal compromiso. La razón es que no coincido con los principales planteamientos del MAS. Desde hace 20 años que soy partidario de la democracia pluralista, la cual excluye el caudillismo, la reelección, los ataques a la prensa, la judicialización de la política. He escrito varios libros y muchos artículos sobre este y otros puntos, algunos de los cuales han sido bien recibidos por ti, y otros no tanto, al principio de este periodo, cuando abrigaste ilusiones sobre este gobierno que yo, en cambio, no compartí.Ahora vayamos a lo que en verdad cuenta. Dices que hago cabriolas retóricas para no pronunciarme sobre las «grandes cuestiones” actuales. En este mismo periódico has defendido el papel positivo de la «bronca” contra el estado de las cosas. Estos y otros argumentos traslucen la posición que tienen ustedes a partir del referendo de hace un año. Creen, primero, que la situación es insufrible para la mayoría de la población, y, segundo, que la oposición está en condiciones de impedir un nuevo intento de habilitación del presidente. Por tanto, ahora la «tibieza” resulta imperdonable.Este balance político es profundamente falso. Está inducido por el malestar algo histérico contra los gobernantes que en este momento sienten las clases medias, pero no abarca la realidad completa del país. Y es una lástima que los intelectuales actúen como simples correas de transmisión de una corriente de opinión, o que su contribución a la estrategia política opositora sea un llamado a mantener la cabeza caliente. Para enojarse no se necesita haber estudiado en universidades de relumbre. Que la situación no es insostenible para el pueblo, ni mucho menos, lo ve cualquier lector imparcial con toda facilidad. Es verdad que la economía está deteriorándose, pero el margen de deterioro con que cuenta, todavía es muy amplio. Alrededor de la mitad de la población aprueba la gestión gubernamental. Y ciertamente que la oposición, aun si estuviera unida, que no lo está, carecería de la fuerza de masas (ya que la clase media no suele movilizarse, como demostró el fracaso de la protesta contra esa que para ustedes fue una «gran cuestión”, el Dakar), así como de la presencia en el Estado necesarias para bloquear un nuevo intento de habilitación del Presidente.Un error de análisis conduce a una actuación errada. En lugar de plantear la exigencia de que la candidatura de Evo se legitime sí o sí con un nuevo referendo, que es la alternativa más difícil para el oficialismo y la más promisoria para la oposición, habéis considerado esta idea como una estratagema del oficialismo, planteada a través mío y de otros, para facilitar su tarea de «desconocer la voluntad popular expresada en el referendo”. El que dice que el Ejército está mal armado y dirigido es un «derrotista” y un «traidor”; así han pensado siempre los malos generales y los ultras. La consigna de Fernando I, «hágase justicia y que perezca el mundo”, es ultrista. Arranca aplausos, pero no supera ninguna injusticia concreta. Esto en cuanto al corto plazo. En cuanto al largo, nuestra discrepancia reside en cómo debería ser la etapa pos-MAS. He planteado en estos días lo mismo que defendí en 2010-2014, como puedo comprobar documentalmente (pero que para ustedes ha implicado un subrepticio «cambio de pensamiento”). Esto es, la necesidad de un proceso de reconciliación negociada entre el nacionalismo indianista, que es la ideología de la mitad de la población, y el liberalismo democrático, que es la de la otra mitad. Para ustedes, al parecer, se trata de otra «traición” (¿a la clase?). Puesto que piensan que el proyecto del MAS no está enraizado en la historia y la lucha social bolivianas (una equivocación de gran calibre), y puesto que quieren basar el futuro del país en la «bronca” de la clase media, se están decantando, quizá inconscientemente, a apoyar la salida política con la que sueña esta clase social, esto es, una transición «jailona”, «sin indios”, al periodo de centralidad del MAS. Esta solución no sólo es dudosa en términos prácticos, sino también indeseable, ya que embarcaría al país en el péndulo revolución-contrarrevolución que, desde 2009, vengo denunciando como causa de la desinstitucionalización del Estado y el radicalismo de la política boliviana.Estas son, para mí, las «grandes cuestiones” por debatir. Si mis opiniones sobre ellas chocan con las tuyas, lo lamento. Es autoritario pensar que toda polémica con la oposición debe estar motivada por una conversión «de emergencia” al oficialismo. Implica considerar determinada forma de oponerse al gobierno como la única posible y legítima. Pero entre el ultrismo y el transfugio hay una larga serie de posiciones intermedias.Página Siete – La Paz