José Luis Bolívar Aparicio*La experiencia que me tocó vivir en aquella calurosa tarde del 2006 me dejó en aquel entonces muchísimas interrogantes que poco a poco he ido respondiendo, pero cuya mayor cuestionante me la solucionó un hombre al que en la vida le sobró el valor pero ante todo la razón de ser.Resulta que ese mes de noviembre, particularmente caluroso, me dirigía a mi puesto de trabajo por el Prado de La Paz cuando a la altura del restaurante Dumbo comenzó un escándalo que describo a continuación.Una señorita de unos 16 años vestida con uniforme de colegio y quien la acompañaba, seguramente era su compañera de curso, gritaban a todos los aires clamando por auxilio pues hace pocos segundos un delincuente de poca monta le arrebató a la primera su celular.En aquel entonces no habían todavía los costosísimos Smart Phones que tantos lucen hoy en sus manos y sus costos no eran tan elevados como hoy, sin embargo se notaba que para aquella jovencita su teléfono significaba mucho, y seguramente aparte del susto, el robo le estaba provocando un shock y el volumen de sus exclamaciones daban prueba de ello. Yo alcancé a ver al pillo ya en la siguiente esquina, tomando rumbo hacia la calle Bueno a una velocidad terrible y como a 40 o más metros de donde estábamos, intentar una persecución o algo por el estilo era simplemente absurdo y sin sentido.Además hay que tomar en cuenta un aspecto que suele pasarle a la gran mayoría de las personas, y quien haya vivido una experiencia similar, sabrá entenderme más apropiadamente. Cuando sucede un hecho que llama nuestra atención y de por medio hay violencia y muchos gritos, las personas alrededor suelen quedarse paralizadas y tardan unos cuantos segundos en reaccionar y darse cuenta de lo que ocurre por lo que cuando se quiere hacer lo que se debería, generalmente es muy tarde, pues como en este caso, el ratero ya llevaba muchos metros de ventaja y no tenía más sentido ir tras él, asumiendo también que la más de las veces tomar medidas contra gente avezada puede tener consecuencias muy peligrosas.Lo anecdótico de esta situación tiene gran sentido por lo siguiente. Justamente frente a aquel restaurante, y seguramente disfrutando de su descanso por la hora de almuerzo, estaba un policía novato, su juventud y falta de grados en el uniforme lo delataban. Degustaba un helado que probablemente adquirió en el ya mencionado local para aliviar aquel intenso calor y no ponía atención a lo que pasaba a su alrededor.El robo del celular cogió por sorpresa a la asaltada, a su amiga, a todos los que estábamos cerca pero sobre todo al guardia que no supo reaccionar a tiempo y que al principio se quiso acomodar entre todos los parroquianos que no atinamos a hacer nada. Cuando se dio cuenta de su condición, probablemente unos 6 o 7 segundos después del hecho y cuando el asaltante ya no estaba siquiera en el panorama distante, empezó a hacerle preguntas banales a la víctima, quizás tratando de hacer una escena del crimen y poder reportar los hechos posteriormente a sus superiores.Lastimosamente, cuando la amiga reaccionó y empezó a gritarle al policía del porqué de su pasividad, ya era tarde para aquel delgado, bajo de estatura, muy joven y sobre todo inexperto miembro de la fuerza del orden.Cada vez más gente se fue aglomerando y como no había delincuente para linchar, la muchedumbre no tuvo mejor opción que atacar a quien panchamente se llenaba la panza con su heladote en lugar de patrullar como debía y cumplir con su deber (entiéndase la ironía por favor, la mayoría le gritaba justamente eso).Los reclamos y preguntas comenzaron a convertirse en airados insultos y toda la bronca acumulada por años y décadas contra la institución verde olivo por situaciones justificadas o no, empezaron a llover sobre aquel muchacho que no pasaba de los 24 años y que comenzaba a palidecer y cuya razón de no haber visto nada, de que no estaba armado, de que él trabajaba en tránsito y de que era su hora de descanso para nada podían calmar la furia de mucha gente que ni siquiera sabía de qué se trataba pero como ya estaba entre la chusma aprovechaba para mancillar la vida de alguien que oportunamente se encontraba disponible.De pronto voló un papel arrugado a su cara, luego un vaso y hasta un cobarde puñete llegó a sentir en su rostro el pobre hombre que en determinado momento quiso salvar su pellejo incluso diciendo que él le devolvería el celular a la señorita, situación más que absurda dadas las circunstancias y que no tenían nada que ver con lo que había sucedido en realidad.El policía en ese momento era víctima de las circunstancias, pero ante todo, era la víctima de una institución por demás desastrosa en la preparación, entrenamiento, capacitación y ante todo equipamiento de sus miembros.La mayoría de los efectivos de nuestra Policía Nacional, no sabe hacer un arresto, no pueden hacer un levantamiento adecuado de pruebas y testimonios, y un sinnúmero de situaciones en las que presentan enormes deficiencias. Su estado físico, incluso de los más jóvenes deja mucho de desear y en algunos es hasta deplorable y la mayoría carece de un real compromiso por su deber que no es otro que el servicio incondicional a la sociedad.Sin embargo, ésta casi generalización, gracias a Dios tiene sus honrosas excepciones, y brillan con luz propia cuando en una situación casi similar a la que a mí me tocó presenciar, guardando las distancias del botín, el Sargento Juan Fernando Apaza Aspi, quien estando fuera de servicio, sin contar con su arma de reglamento (que el suntuoso Estado Plurinacional no dota a nadie) y sin más apoyo que su valor, cuando tomó nota que un malhechor le robó su capital a una librecambista a la altura del Club de La Paz, lo persiguió de subida por más de seis cuadras hasta la Calle Comercio para lograr capturarlo, y al hacerlo recibió 4 disparos que lo tuvieron agonizante por 23 días y que al final le costaron la vida.No tengo la menor idea de qué habrá acontecido con aquel joven policía que recibió el bullying de la sociedad que descargó en él todas sus frustraciones por no haber sabido hacer su trabajo, pero me duele mucho saber que aquel valeroso Sargento no viva para sentir los merecidos homenajes que le debería rendir una sociedad necesitada de héroes, de hombres y mujeres que no requieran más motivación para hacer su trabajo, que el saber que ése es justamente su deber.Siento que el ascenso póstumo no sirve ni para consuelo de su familia, pero en el cielo el Suboficial Apaza estará sintiendo la enorme admiración y agradecimiento de la gente que, como yo, todavía quiere creer en su querida y abnegada Institución Policial, a la que en lo personal, más que nada por mi madre y porque conocí gente maravillosa en sus filas, le guardo una alta estima. *Es paceño, stronguista y liberal