La patria está en las calles

Guillermo Mariaca Iturri»Hasta aquí hemos tolerado una especie de destierro en el seno mismo de nuestra patria… y hemos guardado un silencio bastante parecido a la estupidez”. La reiteración de estos dos términos -el destierro y el silencio- de la proclama de nuestra Junta Tuitiva sintetizan un trauma histórico. La sociedad se siente constantemente desterrada por el Estado y, por eso, permanentemente le demanda atención. Como un hijo en la orfandad, el pueblo quiere pertenencia y quiere cariño. Y el Estado promete promesas que no cumple, porque nadie podría satisfacer demandas contradictorias, exigencias imposibles, caridades que provengan de un bolsillo sin fondo. Pero como sabemos todos los padres, la demanda de atención no se la resuelve con regalos, se la asume con cariño. Nuestro Estado, sin embargo, es un mal padre, siempre lo ha sido. Destierra a casi todos sus hijos -excepto a los poderosos- porque sólo tiene cariño por los fuertes, por los que lo desafían. De ahí que los hijos débiles, discriminados, despreciados, miran y aprenden de los grandes. Miran el desafío y aprenden el uso de la fuerza, y, por tanto, para sobrevivir, agreden a los más débiles, a los más pobres, a los últimos, y así, indefinidamente inventando nuevos últimos. Y desde siempre nos convertimos en una sociedad de estamentos y de jerarquías. Podrá decirse que no hay sociedad libre de este pecado y que nadie puede tirar la primera piedra. Es que ése no es el punto. El destierro no es castigo contra el pecador, contra el débil, contra el pobre, contra el último. El destierro es la ostentación del poder de los fuertes y los desterrados son la constatación de su propia miseria. En Bolivia, los desterrados son los condenados. Los condenados por eso callan. Quieren, con su silencio, esconder su condena, esa derrota permanente, ese exilio de la historia. Hasta que sucede una rebelión anónima que se vuelve millones. O un levantamiento que prende una tea que no se apaga. O un acto de dignidad que logra que Bolivia se levante como si fuera la primera vez. Y entonces el poder los asesina, a Tupaj Katari, a Pedro Domingo Murillo, a Marcelo Quiroga Santa Cruz. Los asesina pero no los calla. El silencio popular, entonces, ya no se parece a la estupidez. Ese silencio se transforma en voz que reitera que la condena no es condena, que es apenas abuso, manipulación, engaño. Una voz que restaura su dignidad, su lugar en la tierra. Hoy, una vez más, el poder del Estado nos ha condenado y nos ha silenciado durante 10 años. Lo ha hecho estafando nuestra esperanza. Pero hoy, como tantas veces antes, retornamos del exilio al que pretende condenarnos el poder, nos volvemos a levantar, nos ponemos de pie, lo miramos de frente, le decimos que nos devolvemos a nosotros mismos el derecho a la palabra. Y entonces dialogamos entre ciudadanos, debatimos entre historias, argumentamos entre pueblos y resolvemos que el derecho a la palabra es el derecho a la política. El derecho a construir colectivamente nuestra patria. Porque es nuestra, no de unos pocos. Porque es bien común. Hoy la patria está en las calles. En los caminos, en los senderos, en la trocha. Bolivia nos está siendo robada, mentida, abusada. Y por eso acudimos a la memoria de nuestros héroes antiguos y de nuestros héroes de ahora. A la memoria, por ejemplo, de la marcha por el TIPNIS o al recuerdo de la caravana de discapacitados. Recordemos que aún hundidos en el fondo del fondo del naufragio de sus movilizaciones, que fue la de todos, quedaron 10 t’simanes y yuracarés mirándonos cara a cara y 10 parapléjicos bailando, y 10 ciudadanos de las calles sonriéndonos. Honraron, como nadie y como nunca, nuestra historia de teas libertarias. Y gracias a los indígenas y a los discapacitados, y a los ciudadanos solidarios sabemos que aún con la espalda del alma rota hoy, gracias a ellos, somos más libres. Por eso, hoy, una vez más, la patria está en las calles. Mañana estará en el Estado. Pero será otro Estado. Un Estado democrático, un Estado ciudadano, un Estado en el que por encima de la representación esté la participación, en el que los derechos se expandan porque las responsabilidades se profundizan. Un Estado justo bailando con una sociedad hermosa. Hoy es inimaginable, mañana será vida diaria.Página Siete – La Paz