El culto al ego

Ronnie Piérola Gómez Basta dar un pequeño paseo por las ciudades y los pueblos de América Latina para evidenciar el tremendo culto que existe para con las autoridades y políticos regionales, y bien puede uno apreciar el letrero inmenso con el alcalde y la mochila de regalo, o ver la inauguración de los cientos de kilómetros de cemento que el gobernador entregó, o quizás las infinitas canchas en las que el presidente deja la huella de su zapato deportivo, o los coliseos y los colegios que llevan su nombre para poder darnos cuenta de que vivimos en una cultura de engordar el ego, olvidando que al funcionario público no se lo eligió para figurar sino para servir.Pero parecería que sucede todo lo contrario, porque la autoridad es buena para salir abrazado del niño pobre y necesitado, de dar besos a cuanta mujer pueda presentarse en su camino y para bailar en nuestras cientos de entradas folclóricas.Así es que abultan sus egos tanto como ceban sus cuerpos, pues se deleitan del ejercicio del poder devorando los halagos de los subalternos de turno que están ahí de amarrahuatos aunque se vistan de altos ejecutivos. Porque creen que es obligación sagrada difundir su labor de “elegidos”, de exhibir las entregas de obras, una tras otra, todas con galas y banderitas del color del partido político de turno, todas con transmisión en directo, todas con la fotito oficial del poderoso laureado por guirnaldas de flores y abrazado de los que querrán el apretón de manos personal, el abrazo falso o la promesa de un cargo. Porque vivimos en una sociedad siempre hambrienta de enceguecimiento e ignorancia. Es quizás por eso que se “invierten“ (nótese las comillas) millones de dólares en transmisiones televisivas, en gigantografías que tratan de enaltecer la imagen de los grandes hermanos que dominan las entidades públicas del país y en publicaciones sinfín que lo único que hacen es hablar bien de aquellos que devoran el poder cotidianamente.Terrible error el nuestro y el de nuestra sociedad al ensalzar a aquellos que se supone al realizar obras solamente cumplen la misión que se les encomendó.Pero así somos de brutos, porque estamos empecinados en hacer grande a los que se supone debieran ser los más humildes, porque los políticos fueron elegidos para servir, y cuando se entrega una obra ellos simplemente están cumpliendo el trabajo por el cual se comprometieron, por qué no están haciendo uso de su dinero, están usando el nuestro. El día que nos demos cuenta que los funcionarios y autoridades públicos no son los que te deben figurar y que más bien son los que deben trabajar, pues esa es su obligación, habremos avanzado como sociedad.Si existiera una ley en la que se prohíba colocar los nombres e imágenes de las autoridades en las obras que están obligados a realizar, daríamos grandes pasos hacia algo que le falta mucho al político: la humildad. Porque insisto, en nuestros países lo que sobran son los políticos.Los Tiempos – Cochabamba