La historia de Justina, la gata que sobrevivió al maltrato y la indiferencia

Más de dos semanas pasaron hasta que un corazón bondadoso puso los ojos, el cuerpo y la ayuda necesaria para sacar a Justina del olvido y la indiferencia. Justina estaba en las calles de San Justo y su panorama era poco esperanzador: no llegaba al año, estaba débil y desnutrida al punto de no poder mantenerse en pie, tenía heridas en diferentes partes del cuerpo, le faltaban dientes producto de patadas que le habían dado, presentaba una infección respiratoria muy complicada y, como si fuera poco, estaba preñada pero sus bebés se encontraban ya sin vida y cuando la rescataron los expulsó en forma natural.

Nai Osepyan no perdió tiempo y sin dudarlo acudió a su rescate. La llevó inmediatamente al veterinario y en ese momento comenzó el largo camino que Justina debería recorrer. Se le indicaron medicación y reposo. «Como yo tengo gatos propios y Justina no paraba de estornudar, tenía que mantenerla aislada en un baño y cambiarme la ropa cada vez que entraba a estar con ella», recuerda Nai. Pasaron dos meses y, de a poquito, la gata se fue reponiendo, pero la infección a nivel respiratorio no cedía. «Probamos distintas combinaciones de antibióticos, sprays nasales, le hicimos radiografías, vapor, nebulizaciones..pero ella seguía estornudando sangre», explica su cuidadora.

El paso siguiente fue hacer una interconsulta para tratar de echar luz al asunto. Justina tuvo que realizarse diferentes análisis y fue entonces que se descubrió que tenía Vilef. «La noticia me partió en dos. Salimos de la consulta, me senté en el auto y me largué a llorar desconsoladamente», recuerda Nai. El Vilef se conoce como la leucemia felina, una deficiencia del sistema inmune que hace al portador propenso a desarrollar tumores y que su expectativa de vida no suela ser mayor a los 4 o 5 años. «En el caso de Justina significaba que no iba a poder cumplir la promesa que le había hecho de curarla -porque el Vilef no tiene cura-, que iba a tener que seguir aislada porque es contagioso para otros gatos y al estornudar ella propagaba el virus (motivo por el cual yo tampoco podía quedármela), y que encontrarle adoptante se acaba de volver un 100% más difícil». En resumidas cuentas, el panorama para Justina era sombrío.



Sabiendo entonces que a esta joven gatita le quedaba un largo y difícil camino por recorrer, Nai decidió sacarla del baño y ambientarle un espacio más amplio para que pudiera estar más cómoda. «El último combo de antibióticos había dado muy buen resultado, los estornudos habían disminuido, y finalmente a mediados de septiembre pudimos castrarla. La sorpresa vino cuando en uno de los controles de las suturas Justina estornudó y le sacamos de la nariz un pasto de 3.5 cm. ¡Esa era la causa de la famosa infección!», explica Nai y recuerda el alivio que sintió en aquel momento.

Pasaron los meses y fue momento de repetir estudios de control: radiografías, endoscopía, análisis de sangre, y Justina vio a una especialista en vías respiratorias por la persistencia de algún que otro estornudo. Afortunadamente los resultados indicaron que la gatita estaba en franca recuperación y que solamente había quedado sensible a causa de la infección. «El problema en ese momento era que mientras intensificábamos la campaña para conseguir adoptante, Justina pasaba muchas horas sola en ese dormitorio, así que empecé a llevarla conmigo a la oficina. Todos los lunes la llevaba a San justo y los viernes volvíamos a Tigre, donde yo vivo. Creo que ella nunca estuvo muy de acuerdo con el viaje pero era lo mejor que tenía para ofrecerle en ese momento», dice Nai que hace más de seis años se dedica al proteccionismo y hoy forma parte de Bicho Feliz, una asociación civil que ayuda a animales en situación de calle y que funcionó como red de apoyo, contención y sostén económico para costear los gastos del tratamiento de Justina.

Nai, que es especialista en comportamiento felino, supo desde el momento que Justina era una gatita diferente. «Si bien cada gato es especial, puedo asegurar que Justina es única. Desde los primeros días hizo algo que ningún gato hace: me recibía con abrazos. Sí, abrazos. Mientras la mayoría de los gatos se dejan agarrar a upa, ella se trepa de frente como un koala y te abraza, y así se puede quedar horas. Cuanto más pegadita, mejor».

Y finalmente, luego de un largo y angustiante año de espera, Justina tuvo la oportunidad de comenzar una nueva vida. Casi como en un cuanto de hadas, las hermanas Dana y María Emilia fueron a conocerla, se enamoraron de ella y decidieron adoptarla. La adaptación fue más que positiva. De inmediato Justina se sintió como en casa en su nuevo hogar y hoy es la mimada de Dana y María Emilia. «Muchos me preguntan cómo hago para desprenderme y dar al animal en adopción. En el caso de Justina, después de un año de tenerla como prioridad, de las idas y vueltas, los altos y bajos, fue difícil, tanto como hubiese sido entregar a uno de los míos, pero la respuesta es siempre la misma: hay más en la calle que esperan ayuda, y hay alguien que la puede cuidar mejor que yo. Hoy tiene una familia, duerme todas las noches en la cama con alguien que la adora y a quien recibe con abrazos», concluye Nai con una sonrisa en su rostro.

Fuente: lanacion.com.ar