Los últimos años de Judy Garland (o cuando Oz se convirtió en el infierno)


‘Judy and I’ es una visión narrada por el que fue su tercer marido y productor, Sidney Luft, con las luces y sombras de la actriz.

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La decadencia de Judy Garland empezó demasiado pronto. Cuando pensamos en los últimos años de la estrella, lo hacemos con una mezcla de Neely O’Hara, el personaje que estaba inspirado y pensado para ella en El valle de las muñecas, diva más grande que la vida y trasunto de varias facetas de su propia hija Liza. Una mezcla de enfermedad, adicciones y talento indiscutible que descarrilaba ante los ojos del mundo.El problema sería fijar en qué momento empezó ese descarrilamiento. La respuesta con probabilidad sería que en el mismo instante en el que Judy, una niña, empezó a ser lo que hoy la consideramos. Tal vez cuando con 13 años empezó a trabajar para la Metro y tuvo que someterse a la férrea disciplina de la productora. O cuando le llegó su gran oportunidad con El mago de Oz y el magnate Louis B. Mayer dijo que había que poner a dieta a esa niña.Cuando los médicos del estudio empezaron a darle anfetaminas a los 16 años para que resistiese las largas jornadas de rodaje sin perder un ápice de su burbujeante personalidad. Cuando esos mismos médicos le recetaron seconal para calmar sus nervios porque no podía dormir.O cuando a los 18 se casó con David Rose en un intento de encontrar la estabilidad y formar la familia que casi no había tenido (su padre había abandonado a su esposa e hijas para irse con otro hombre) pero se encontró con que su marido y su madre la obligaron a someterse a un aborto ilegal porque suponían que tener un hijo tan joven arruinaría su carrera.El uso de benzedrina, la presión por resultar rentable y las maratonianas sesiones de trabajo eran de uso común en el Hollywood de la época (y permanecen, transformados pero vivos en esencia, en el de la nuestra) y afectaron las carreras de muchísimas estrellas que tuvieron destinos tan o más dramáticos como el de Judy.Pero en el imaginario colectivo, ella se ha convertido en un símbolo de todo lo bueno y lo malo de Hollywood y del show business en general: la frivolidad, la mercantilización extrema de sus protagonistas, el desprecio absoluto por la salud y la cordura de los que lo encarnan, esa insatisfacción perpetua e incapacidad para encontrar la felicidad… y también su reverso luminoso: el genio, la emoción, el talento puro que se resiste a encerrarse y desaparecer y busca una y otra vez cómo expresarse, el amor al público y la potencia de interpretaciones, como la de Somewhere over the rainbow, que ochenta años después siguen emocionando a quienes la escuchan.

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Su mito es persistente, y prueba de ello es que siguen publicándose biografías y ensayos sobre su figura. El penúltimo en llegar ha sido Judy and I, una visión de la estrella narrada por el que fue su tercer marido y productor, Sidney Luft, padre de sus hijos Lorna y Joseph. El resultado no podría ser más crudo y emotivo.

Luft, que falleció en 2005 y cuyos años de matrimonio con la artista marcan su etapa de madurez, escribe con admiración de fan y cariño de enamorado, pero narra el horror cotidiano que es vivir con una persona profundamente inestable y enferma, aunque en el momento de su matrimonio, durante los años 50 y primeros 60, él no fuese consciente de que una adicción era una enfermedad de por vida.

Cuando se conocieron, Judy estaba recuperándose de uno de sus intentos de suicidio. Se había cortado el cuello con un vaso roto ante una de las peleas por el fin de su relación con su segundo marido Vincent Minnelli. No sería ni mucho menos el último de su vida; en la narración hay espacio para dramáticas escenas que quitan cualquier glamour a los colapsos nerviosos, como cuando a principios de los 50 Judy se corta la garganta en la bañera con una cuchilla de afeitar, o cuando años después en Washington Judy aparece ante su marido con las muñecas cortadas. Tendencia a la autolesión provocada por depresiones incurables o llamadas de socorro de una persona que no sabía llevar su vida, todo en cualquier caso diagnosticado y tratado de forma ineficiente.

A Luft no le duele ser duro consigo mismo, describiendo su propia actitud fría e insensible cuando Judy se queda embarazada de él antes de que ambos finalicen sus respectivos matrimonios y él le advierte con seriedad de que debe someterse a otro aborto. Habla también de la depresión post parto que tuvo su ya esposa tras tener a su hija Lorna, para la que requirió medicación que sumada a la ingente cantidad de estimulantes y tranquilizantes que ya tomaban, no hicieron sino empeorar su estado mental y físico. Rememora otra de las obsesiones de Judy, el peso, con el que tuvo que luchar durante toda su vida adulta para “ser adecuada para la cámara”, complicada con una hepatitis y medicación que la hinchaba y deformaba.También hay espacio en el libro de Luft para los grandes proyectos en común: el de Ha nacido una estrella, remake de la película del 37 de Janet Gaynor, fue una idea personal de Judy aclamada por la crítica, especialmente la visceral interpretación de su protagonista. Tras estrenarse mutilada por su larga duración se saldó con un fracaso de taquilla y una nominación al Oscar a mejor actriz que se daba casi por segura… hasta que llegó la noche de los premios de 1955 y del sobre salió el nombre de Grace Kelly.

En la habitación del hospital en la que la Garland acababa de dar a luz a su hijo Joseph, los periodistas, los focos y las cámaras se retiraron en apenas un minuto, dejándola sola.Hoy, Ha nacido una estrella se considera un clásico y el papel de Judy, una de las mejores interpretaciones de la historia del cine. Así ha sido en buena parte la vida de Judy, una sucesión de amargas victorias justicias poéticas que hacen preguntarse hasta qué punto merece la pena pagar el precio.

Aunque, a diferencia de otros, el culto a Judy Garland comenzó en vida. No le hizo falta, como a James Dean, convertirse en un bonito cadáver para saber lo que era ser venerada y reverenciada como algo más que una estrella. Lo curioso es que ese culto no empezó gracias al cine sino en el teatro, y ahí también tuvo que ver Sid Luft. En uno de los momentos en los que su carrera en la pantalla cotizaba a la baja y la pareja estaba casi arruinada, Luft impulsó su regreso a los escenarios tras casi dos décadas sin pisarlos.

Sus actuaciones en el London Palladium fueron un rotundo éxito y le dieron un nuevo impulso a su carrera. Fue con las actuaciones en directo con las que la Garland alcanzaría el estatus de mito viviente más allá del cine y se ganaría a un nuevo y fiel público, la parte de la comunidad gay en su vertiente más amante de los escenarios de Broadway, que se rindieron ante su garra y talento, su agitada vida y su tendencia a sufrir de forma desgarradora por amor (amén de cierta tendencia a casarse con hombres homosexuales).

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Sidney no estuvo hasta el final en la vida de Judy. Tras su divorcio en el 65, provocado por mil desencuentros y problemas tras una década de matrimonio, ella volvería a casarse dos veces más. Sus problemas con las drogas y de salud nunca la apartaron del trabajo, porque esa es otra de las características admiradas por sus fans: Judy nunca quiso dejar de trabajar; necesitaba al público tanto como a sí misma, aunque en ocasiones sus achaques la obligasen a cancelar actuaciones.Conciertos, discos en directo, programas de televisión… quizá el problema fuese en realidad que la Judy de los últimos años se parecía demasiado de verdad a Neely O’Hara, el personaje de El valle de las muñecas caprichoso, talentoso, que podía ser cruel y brillante en la misma frase y que se resiste a ver cómo su estrella se marchita para siempre. De modo paradójico, Judy fue expulsada del rodaje, donde interpretaba a Helen Lawson, al poco de comenzarlo. De forma más paradójica aún, eso no ha impedido que persona y personaje queden unidos en el imaginario colectivo.Cuando su quinto y muy reciente marido, Mickey Deans, encontró a Judy muerta por sobredosis accidental de barbitúricos en su hotel de Londres, el mito se reavivó para siempre. Solo tenía 47 años. Se ha convertido en una convención afirmar que su multitudinario entierro en Nueva York fue el detonante de los disturbios de Stonewall aquella misma noche y con ellos del comienzo del Orgullo Gay.El compositor de musicales como Hello Dolly! Jerry Herman contaba que se levantó en su casa de Fire Island Pines, famoso destino gay, y que al ver que tantos vecinos habían puesto las banderas de sus casas a media asta, comprendió que alguien muy importante para ellos había muerto. Realidad o parte del mito, Judy era y es para siempre un símbolo de tantas cosas que es imposible no verse reflejado a veces en ella.Fuente: revistavanityfair.es