Ally McBeal: la serie que puso música a nuestras ideas más raras


Todo el mundo la veía cuando se estrenó hace ahora 20 años. Fue la serie de Calista Flockhart

Ally McBeal

A menudo las series o películas que «definen una era» son bautizadas así cuando pasan los años, cuando la perspectiva del tiempo permite utilizar una obra de ficción como símbolo de un momento concreto de la sociedad (occidental). No fue el caso de Ally McBeal. Un par de semanas después de su estreno, hace hoy 20 años, todo el mundo hablaba sobre ella, todo el mundo tenía una opinión sobre ella y, lo más importante, todo el mundo la veía.El fenómeno radicaba en su exultante originalidad: era 1997, no habíamos visto nada parecido antes y los baños unisex nos resultaban la cosa más moderna del mundo. Ally McBeal no tenía la menor intención de resultar atemporal, por eso pasaba de moda a tiempo real pero precisamente también por eso nadie se la quería perder.La reacción de los espectadores fue la clave de su éxito: no se identificaban con ninguno de los personajes ni comprendían sus motivaciones, tal y como mandan (o mandaban en 1997) los canones de la ficción televisiva, sino que disfrutaban con sus fechorías como si estuvieran de visita en un zoológico.Ninguna de aquellas escenas tenían sentido alguno (Ally robando un espermicida por error tras discutir con otra clienta, la secretaria Elaine inventando un sujetacaras para combatir el envejecimiento, el fetiche de Richard Fish con el pellejo que cuelga del cuello de las mujeres maduras, la mascota-rana Stefan que se tiraba por la ventana, el juez que exigía a sus letrados que le enseñasen los dientes para comprobar su higiene), pero ser testigo de ellas resultaba emocionante: nunca sabías qué iba a pasar en la siguiente escena. Y como sucede con todo fenómeno que conecta con la masa (la primera temporada fue seguida por 20 millones de espectadores, el 70% mujeres) la conversación tardó poco en virar hacia conflictos de políticas de género.Ally McBeal llevaba las faldas demasiado cortas. Ally McBeal era una histérica (en el caso de Woody Allen este comportamiento suele definirse como «neurótico»). Ally McBeal estaba desesperada por cazar marido. La frase que balbucea, con la cabeza ladeada como siempre, Calista Flockhart en el piloto «quiero cambiar el mundo, pero quiero casarme primero» fue analizada en editoriales y columnas de opinión durante meses.En los 90 el cine insistía en que si una mujer quería triunfar profesionalmente (Susan Sarandon en El cliente) debía renunciar a formar una familia, y si lo que quería era un novio (Winona Ryder en Reality Bites) sería mejor que dejase el trabajo. Ally McBeal quería las dos cosas. Quería la vida de su madre y la de su padre también. Los medios definieron la serie como postfeminista: una mujer se enfrentaba a una sociedad que había pasado de conceder «puedes tenerlo todo» a obligar «debes tenerlo todo».David Lorenzo, guionista de Los Serrano y Los protegidos, escribió su tesis sobre la renovación del lenguaje audiovisual que supuso Ally McBeal. Él considera que en absoluto era una serie feminista: «sólo puede considerarse feminista en cuanto a que está protagonizada por una mujer que tiene unos objetivos y va a por ellos. Lo que pasa es que los objetivos de Ally estaban mal vistos. En la temporada tres ella decía que ‘no necesito un hombre, pero lo quiero’. Esa obsesión por encontrar el amor resultaba molesta».Según Lorenzo, lo que conectaba con el público era la verdad emocional de los personajes. «Ally podía fallar, tenía defectos y a veces deseaba cosas que no estaban bien o no eran políticamente correctas como que Billy fuese infiel a su mujer con ella. Pero iba a por ellas siempre desde la emoción», concluye.Cuando los hombres y las mujeres del bufete se ponían a bailar canciones de Barry White en el baño unisex o de Vonda Shepard en el bar, dejaba de importar lo poco que se parecían y lo nada que se entendían.

Estaban condenados a convivir, todos tenían en común que buscaban las cosas que se supone que tenían que buscar y, como reflexionaba Richard, «todo el mundo está solo, Ally, lo que pasa es que se lleva mejor en pareja». David Lorenzo admira que los personajes nunca se vendieran a lo que la sociedad esperaba de ellos: «Bizcochito contaba en el piloto que había contratado una prostituta porque trabajaba tanto que no tenía tiempo para ir a un bar, seducir a una mujer, hacerle creer que quería algo serio con ella y luego decirle adiós. Es polémico u ofensivo, pero también honesto y coherente con el personaje. A la serie le daba igual que tú estuvieras de acuerdo o no. Del mismo modo, Ally quería encontrar un hombre y era consecuente con ello. Eso resultaba auténtico«.Ally McBeal atrajo la curiosidad de millones de personas (en Estados Unidos se convirtió en tradición reunirse con los amigos y pedir cena para verla) gracias a su extravagancia, pero a la vez conectó con ellas mediante su capacidad para generar intimidad a través de las imaginaciones de Ally. Todo el mundo se ha sentido como Ally caminando por la calle y escuchando en su cabeza su canción favorita (Tell Him) hasta que alguien se choca contigo y te ralla el vinilo.Todo el mundo se ha sentido minúsculo durante una reunión de trabajo. Algunos han fantaseado con sacar una lengua digital (cuando los efectos visuales también eran lo más moderno del mundo) para lamer la cara de un atractivo desconocido. E incluso el reloj biológico se nos ha manifestado de formas bizarras (Ally tenía 27 años, otro síntoma de que estamos en los 90), aunque nada tan esperpéntico como que se te aparezca un inquietante bebé hecho por ordenador que baila Hooked on a feeling y no te deja dormir. ¿La solución de Ally? Ponerse a bailar con su reloj biológico.
La banda sonora con las canciones de Vonda Shepard que acompañaban los sentimientos de Ally vendió millones (solo en España, 500.000 copias), ganó dos Globos de Oro y un Emmy a mejor comedia y, durante un año, fue la única serie de la que se hablaba. De ahí solo podía ir hacia abajo.»Hubo un momento clave en el que la fama de Calista (Flockhart) se volvió más grande que la de la propia serie» recuerda Jane Krakowski (Elaine) en una emocionante historial oral publicada por The Hollywood Reporter, «habíamos disfrutado de una luna de miel durante la cual la gente se centraba en los esfuerzos creativos (de la serie). Pero enseguida empezaron a publicarse más y más artículos sobre la longitud de las faldas o el impacto en el feminismo. La gente se volvió más interesada en las historias externas que en la propia serie, pero nosotros siempre fuimos protectores con Calista».Lo que Krakowski insinúa es que el escrutinio hacia la delgada figura de Flockhart llegó a disparar rumores de que la cadena exigió al resto de actores que adelgazasen para que no se notase. Gil Bellows se negó, y Billy murió de un tumor cerebral.»Odiaba ese pelo (rubio platino) que llevaba hacia el final» recuerda Bellows, «nunca olvidaré que durante el siguiente par de semanas tras la emisión del capítulo (de la muerte de Billy) allá donde iba la gente me abrazaba». En 2000 la actriz Lisa Nicole Carson ingresó en un centro psiquiátrico tras ser diagnosticada con bipolaridad y como consecuencia Renée, la compañera de piso de Ally, desapareció sin dejar rastro.Durante la cuarta temporada Robert Downey Jr (que interpretaba al nuevo amor de la vida de Ally) fue detenido por conducción bajo los efectos de las drogas, y Larry Paul dejó a su novia plantada en el altar mediante una llamada telefónica. La razón era que la compañía de seguros se negó a cubrir la póliza del contrato de Downey Jr.Lo cierto es que al público le habría dado igual cuánto pesaba Calista Flockhart si los medios no lo hubiesen señalado. Con Ally McBeal nació también otra forma de consumir televisión, una que incluía devorar los cotilleos que sucediesen (o que alguien dijese que sucedían) fuera de cámara. De ese modo, la recién nacida internet se convirtió en un espacio complementario para seguir una serie: primero veías el episodio, y luego te ibas a comentarlo en un foro.Hoy Ally McBeal, como no podía de ser de otra forma, existe como una reliquia de otro tiempo (o no existe, porque ninguna plataforma española la incluye en su catálogo). Un tiempo muy diferente y, por lo visto, bastante más divertido que el actual.Su supuesto feminismo resulta trasnochado e incluso vulgar, pero hay cosas en ella que no pasan de moda: un elenco de actores que se tomaban sus personajes como seres humanos y nunca sobreactuaban buscando la risa fácil, un universo sinsentido en el que todo tenía sentido, relaciones interraciales retratadas con total naturalidad, palabras que aprendimos gracias a la serie («aforismo») y otras que no significaban nada («pokipsi»), el debate de si el tamaño importa o no (antes de Sexo en Nueva York, esta serie ya puso a un grupo de mujeres a debatir sobre el pene de un modelo de arcilla que se acostaba con Ally) y dos consejos sobre la naturaleza humana que Ally se repetía como un mantra: «sabes que estás enamorado cuando miras a los ojos de tu amante al hacer el amor» y «sabes que un año ha merecido la pena si al terminarse lloras, ya sea de alegría o de tristeza».La sensibilidad de Ally McBeal conmovió, aunque sólo fuera durante un par de años, a millones de seriéfilos antes de que se inventase esa palabra. Hoy no es la serie favorita de nadie, pero en su momento lo fue de todo el mundo sin que nos diéramos cuenta. Y todos extrajimos la misma moraleja (o, al menos, deberíamos haberla extraído) de cara a la vida adulta: quédate con los amigos con los que puedas ponerte a bailar sin que te miren raro.Fuente: revistavanityfair.es

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