Drogas y alcohol. Rehabilitación: un proceso que tiene inicio, pero que no tiene final

En Santa Cruz hay cerca de 20 centros.

Rehabilitación, un proceso que tiene inicio, pero que no tiene final

El Centro Misión y Esperanza este mes cumple 25 años, en ese tiempo han pasado más de 500 personas adictas a las drogas y el alcohol.Rehabilitacion,-un-proceso-que-tiene-inicio,-pero-que-no-tiene-finalRef. Fotografia: Según datos emitidos por Secretaría de Salud de la Gobernación, en la ciudad hay más de 1.500 drogodependientes en situación de calle.Al mediodía salimos de la ciudad de Santa Cruz de la Sierra hacia el Centro de Rehabilitación Misión Esperanza que se encuentra en Pailón. Nos acompaña Domingo Ábrego, un referente local en cuanto al trabajo con personas en situación de calle, él va a visitar a su sobrino, un joven de no más de 25 años que cayó en el desolador mundo de las drogas y que en medio de esa situación encontró la fortaleza para tomar sus cosas y llegar por su propia voluntad a ese centro para rehabilitarse.Ábrego lleva una camiseta de regalo para José, así se llama el joven, se funden en un abrazo y se quedan conversando, en eso nos aborda Enrique Rau, el director de Misión y Esperanza, cada surco en su rostro es una historia, una anécdota. El hombre comenta que se rehabilitó hace unos 25 años, estuvo en situación de calle durante mucho tiempo y después de su rehabilitación impulsó la creación del Centro que tiene tres establecimientos: uno en Riberalta, en Pailón y otro en Tres Cruces.Recorrido. Rau indica que a Misión y Esperanza llegan drogodependientes, alcohólicos y personas con problemas de conducta. «Son 80 internos en este centro, en el de Tres Cruces tenemos 170. Allá trabajan cuatro personas, aquí somos diez los encargados», explica el hombre.»Nosotros no recibimos recursos de ningún nivel de Gobierno, todo lo que tenemos en la despensa, los víveres, la ropa y los productos para el aseo de los internos lo conseguimos con la autogestión», agrega.Pero el hombre no está solo, lo acompaña Lucy Suárez de Rau, ella explica que el Centro cobra 500 bolivianos por mes a los familiares de los internos, sin embargo, asegura que no todos pagan, ya que hay muchos que han sido abandonados por sus familiares.»Este 18 de noviembre vamos a cumplir 25 años como Misión y Esperanza, en todo este tiempo han debido pasar unas 500 personas, de los cuales un 80 por ciento ha logrado la reinserción», expresa Rau.El director también destaca que las personas que están internadas no salen a pedir colaboración a las rotondas y a los micros, tampoco se comercializa todo lo que producen en Misión y Esperanza.»La Gobernación nos da 24 becas alimenticias, aunque aquí tenemos a 80 internos que alimentar», observa Rau.A su vez, Suárez revela que cada beca consiste en 15 bolivianos diarios.Espacio. Misión y Esperanza se encuentra en una propiedad de 20 hectáreas que fue incautada al narcotráfico. En ese terreno hay unas pocilgas donde dos internos están encargados de la crianza de cerdos, «Cuando no tenemos para los víveres, comemos churrasco», bromea Rau mientras acaricia a un cerdo de buen porte.Cerca a la despensa se encuentra la panadería, ahí dos hombres adultos preparan la masa para hornear 150 panes.Atrás de la despensa está el huerto. «Aquí también tenemos nuestro yucal, trabajamos la tierra y producimos nuestros alimentos», destaca el director.Avanzamos entre las plantaciones y llegamos al lugar donde trabajan en la apicultura con 12 panales de abejas para la producción de la miel de abeja.Regresamos al punto de encuentro y atravesamos la pocilga para llegar hasta el gallinero, ahí se encuentra Ronald Salvatierra, un interno de 25 años que cumple arresto domiciliario, detrás del gallinero, bajo un árbol de mango está sentada Lucy Suárez, «Este es mi lugar favorito», dice la mujer que está rodeada de gallinas.Terapia. Suárez cree que la presencia de animales en Misión y Esperanza sensibilizan a los internos y los ayuda en sus terapias.Rau explica que en el centro se trabaja con la terapia espiritual, ocupacional y deportiva.»El deporte es una de las mejores terapias, en la cancha se les permite que griten, zapateen y saquen todo lo que tienen», manifiesta el director.En el centro también hay mujeres, Rau señala que trabajar con ellas es más complejo. «El proceso con mujeres es muy delicado, al hombre yo le puedo hablar directo, de una manera áspera, con la mujer no, requiere otro trato».Aún así, se siente satisfecho pues en estos últimos meses se han rehabilitado 25 féminas.Observaciones. Rau no cree que la situación cambiaría si la internación fuera obligatoria a régimen cerrado. «Eso no cambiaría nada, para ese caso las cárceles no estuvieran llenas, el tema aquí es que se debe trabajar con la prevención en los niños y jóvenes», apunta.Él considera que el gran problema lo genera el microtráfico de drogas. «Todos los días vemos que se incautan toneladas de droga, que agarran a tragones, helicópteros, cisternas… ¿pero qué pasa con el microtráfico? ¿Quién dice algo de los sobres que se venden a la puerta de los colegios?», cuestiona. También sostiene que hay mucha irresponsabilidad por parte de las autoridades.»Si la Defensoría (de la Niñez) estuviera cumpliendo con su trabajo, no habría niños con tarros de clefa en las calles, ni niñas de 13 y 14 años dando a luz en las aceras con la clefa en sus manos», puntualizó.Rau nos deja con Domingo Ábrego y su sobrino José, el hombre se va a alistar para ir a la cancha, ya son las 3:30 y a esa hora ya deberían estar jugando fútbol.El lugar indicado. José ya estuvo en Misión Esperanza, en un momento sintió que debía abandonar el lugar y volvió a caer en las drogas. «Yo vine por mí mismo, me vi en la calle: sucio, andrajoso, comiendo de la basura, habían meses que no regresaba a mi casa, entonces un día le dije a mi madre que me dé para mi pasaje y volví al centro», cuenta.José no se ve fuera del Centro, asegura que  quiere ayudar a los internos más jóvenes, esa misma idea tiene Daniel Zabala, un hombre que está hace cinco años en Misión y Esperanza.»La rehabilitación no termina nunca, en el proceso hay que tener fuerza de voluntad para salir adelante y no recaer en el vicio. Yo llevo treinta años de rehabilitada y la otra noche soñé que estaba drogada… este es un proceso complejo, que requiere de la voluntad y la fortaleza del afectado, como también del apoyo de la familia», dice Lucy Suárez, sobrina del afamado narcotraficante Roberto Suárez Gómez.»Aquí regresan muchos de los que ya se han rehabilitado, vienen a visitarnos y nos alegra, también tenemos gente que no se quiere ir», dice Rau, quien, vestido con una camiseta de Destroyers, lleva a sus pupilos a la cancha para jugar fútbol, «la mejor terapia».En el centro hay internos que cumplen arresto domiciliarioRonald Salvatierra de 25 años llegó a Misión y Esperanza hace seis meses, comenta que cayó en el alcohol y hace unos años se unió a una cuadrilla que realizaban asaltos en Pailón.»En ese tiempo no estaba metido en pandillas, solo paraba en las calles, ahí conocí a otros como yo, entonces nos reuníamos y asaltábamos. Yo robaba para el vicio. El pesado del grupo cayó y se lo llevaron a Palmasola, pero al poco tiempo salió, no lo volví a ver, no lo quiero volver a ver», dice mientras observa las gallinas que están a su cuidado en el centro.Ronald tiene dos hermanos mayores, indica que su madre se dedica a vender lotes.»La Policía me trajo aquí, yo llegué bajo el efecto del alcohol y la coca. Ahora estoy cumpliendo arresto domiciliario aquí, a mí me gusta, porque en las tardes vamos a jugar a la cancha», dice sonriente.También indica que le gustaría aprender a tocar guitarra y estudiar música cuando salga del centro.‘Queremos abrir un centro de rehabilitación para los ayoreos, un pueblo totalmente ignorado por las autoridades’.Enrique Rau MoreiraDirector del centro Misión y Esperanza‘La familia tiene que acompañar el proceso de rehabilitación, no hay que dejarlos solos, los internos tienen que sentirse apoyados’.Domingo ÁbregoGestor socialEL DÍA / Santa Cruz / Bolivia