El “experimento” del voto universal para elegir magistrados

Jorge Lazarte R.

El anuncio solemne de enero de 2012 y desde las más altas esferas del gobierno,  de  que había nacido , por fin, una “nueva” justicia,  terminó siendo una cruel ironía. Luego tiempo después,  ante la contundencia del fracaso, y sin rubor, esas mismas fuentes aseguraron que esa “justicia” era un “desastre” y que estaba peor que antes. Las  razones que sustentaron   la “revolución judicial” se desplomaron sin apelación.      Se afirmó  que  la elección por el voto popular   es   “democrática”, y  por tanto, con ella se eliminaría  el  “cuoteo” judicial  de los  partidos “neoliberales” . El efecto final  sería evitar     su “politización”. Hoy ya es demasiado evidente que estas afirmaciones eran falaciosas.  El “cuoteo” de partidos fue reemplazado en mayor  escala por el “cuoteo” corporativo de las “organizaciones sociales” cooptados por el poder;    la “politización” se ha acrecentado. Y como si no bastara, la incompetencia y baja moralidad  superarían  las estimaciones más pesimistas y todos los parámetros tradicionales. Lo que resulta menos evidente es el carácter “democrático” del voto, tal como se ha prescrito para las elecciones judiciales.

Ciertamente, el actual  proceso político  para “elegir” el mes de diciembre próximo por voto universal a los magistrados del órgano judicial y del Tribunal Constitucional Plurinacional(TCP) ,   ha activado  críticas de distinto orden y seriedad,  muchas de ellas     focalizadas en  el reglamento de selección de los candidatos. En unos casos  esas críticas provinieron  de las esferas gubernamentales interesadas en persuadir a la opinión pública que se quiere  evitar el  desastre de las elecciones de octubre de 2011 y sus no menos desastrozas consecuencias.    En  los  otros casos , los propiamente críticos, se  tenía   la pretensión de  que con algunos cambios importantes podría facilitarse  la elección de juristas probos e independientes. Empero  ambas críticas compartían la idea  que las modificaciones  en las reglas de votación no debían  alterar la sustancia misma que sostiene al reglamento, que es la ley, y por encima de esta última en  jeraraquía normativa,  no tocar  la Constitución Política del Estado(CPE).  A juicio nuestro todas las disfunciones producidas en el proceso electoral de 2011 estaban inherentemente vinculadas   con el  “modelo” de justicia  diseñado en la CPE. del que fueron  su  resultado  y que al dejar inalterada la  sustancia constitucional    sólo    reproducirá  en las próximas elecciones de diciembre, quizá de manera menos torpe,   lo que ya  pasó hace seis  años.   Lo curioso es que haya sido el mismo  gobierno   el  que apuntó en un principio el lugar donde se encuentra  la raíz del problema, aunque después le puso sordina, con la complicidad silenciosa de los que lo critican.



Como se sabe, esta forma de elección para los magistrados no existe en ninguna parte del mundo, excepto en la Constitución  de Bolivia, calificada de “experimental” . En  la Constitución del Japón( 1946) que es la más próxima, el voto popular “ratificatorio” de los magistrados del Tribunal Supremo designados por el gobierno,   se produce en las primeras elecciones de la Cámara de Representantes. Es decir, después de haberse probado durante un  tiempo.Y no existe fuera de Bolivia , excepto en algunos casos para eligir jueces y no magistrados,  porque ese   mecanismo   de elección por voto universal de los magistrados  es  intrínsecamente perverso, ya que da lugar a todas  las patologías de los procesos electorales.  Pero ,además,  porque la forma particular cómo ese mecanismo ha sido estatuido en Bolivia,  no tiene límites en la negación abrupta    de      los derechos  fundamentales sobre la materia  y no se conforma con    los estándares internacionales vigentes acerca  de las condiciones necesarias para que los procesos electorales sean considerados como democráticos.Sin lugar a dudas, puede parecer una paradoja y hasta una imperdonable artitrariedad  que opongamos el voto universal a los  derechos fundamentales , sobre todo porque la lucha por el derecho al voto, a su reconocimiento y  ejercicio,  ha sido larga y dura en el siglo XIX y el siglo XX. El voto universal es una de las mayores conquista de la humanidad, que ha consagrado al ciudadano como fuente de legitimación del poder político. Y sin embargo, en Bolivia, ya en pleno siglo XXI,   ese derecho ha sido pervertido por el mecanismo del  voto universal para elegir a las más altas autoridades judiciales, que  anula  los derechos civiles y polítivos, sin los cuales el voto pierde toda su significación  democrática. A lo largo de los artículos que seguirán a este nos detendremos en este  aspecto crucial hasta ahora descuidad pero que es la marca de todo el proceso electoral para elegir a los magistrados del organo judicial  del TCP. y la base de toda las catçactrofe posterior.Está claro que la “crisis”  de la justicia de la justicia  es mucho más que la de sus operadores; pero también  debe estar claro que aún si se contara con un buen sistema de justicia y con normas apropiadas, todo puede malograrse si los que tienen a su cargo su cumplimento, que son los jueces y magistrados, no son funcionales a las exigencias normativas, como ha sido subrayado abundantemente  en los documentos y recomendaciones  de las institucioes especializadas del mundo y las convenciones internacionales. Y , que por tanto, si se pretende en serio contar con magistrados imparciales, independientes, competentes e íntegros, hay que remontar desde el reglamento, pasar por la ley y llegar hasta la matriz ordenadora, que   es en  sí misma  tóxica. En las discusiones que acompañaron el actual proceso, sólo pareció existir el reglamento, raras veces se aludió a la ley, y casi nunca a la Constitución, que parece ser el punto ciego de los críticos.Con todo, las consecuencias perversas de este mecanismo y el revuelo provocado en la opinión del país, han tenido el  efecto revelador de lo honda y muntidimensional  que es el fracaso de la justicia en Bolivia, que fue como si se hubiera abierto  la Caja de Pandora, liberando   a la luz  del día todas las hilachas  de la justicia escondidas  secularmente, sea por resignación sea por ventajas esperadas, pero que hoy, en plano siglo XXI,  ya no son tolerables. El fracaso de las elecciones de 2011 y todo el proceso degenerativo posterior,  puso de relieve   por primera vez en la historia del país el carácter sistémico   del fracaso  de la justicia actual, que  es tanto del sistema como de los actores, a diferencia del pasado que era menos del uno y más de lo otro. El profundo malestar  de la población se ha cristalizado  en la demanda generalizada de contar con un régimen de  justicia que además de  funcionar adecuadamente, sea “justa”. Y no podrá ser “justa” con las actuales reglas de juego, entre ellas si se persiste en creer y hacer creer que por voto popular en la modalidad boliviana puede  elegirse a los mejores juristas del país para las más altas funciones del sistema judicial del país.