La mayor bajada de impuestos en 30 años sale adelante con el apoyo republicano y la oposición frontal de los demócratas.
Donald Trump y los legisladores republicanos, el establishment del partido, no se han entendido desde aquel primer momento en el que el empresario neoyorquino se postuló como candidato a la presidencia. Los desencuentros se prolongaron a lo largo de este casi ya primer año de Gobierno -a veces por formas y otras por fondo- y supusieron el bochornoso fracaso de los conservadores a la hora de derogar la reforma sanitaria de Barack Obama, una especie de bestia negra para derecha americana. Pero si algo une a los republicanos de todo calibre y pelaje es el amor por una buena bajada de impuestos, y llevaban muchos esperando para poder llevar a cabo una poda como esta.
Además, han aprovechado esta legislación para quitarse el mal sabor de boca que dejó la pugna sanitaria, cuando no lograron consensuar un modelo alternativo al que detestaban, y liquidan uno de sus pilares: se suprime la obligación de contratar un seguro médico.
Un Trump exultante se lo apuntó como triunfo esta mañana, “básicamente la hemos derogado Obamacare”, dijo a la prensa antes de comenzar la reunión de su gabinete. El mandatario se extendió en las declaraciones, recalcó que lo votado constituía “una victoria histórica para los americanos” y se deshizo en elogios a los congresistas republicanos, incluidos sus líderes de Congreso y el Senado, con los que hace unos meses no se podía ver.
El presidente necesitaba esta victoria como agua de mayo, dado el mal balance legislativo que ha marcado su presidencia pese a la mayoría republicana en las cámaras. Ha sido tal la tensión hasta el último momento que el vicepresidente, Mike Pence, aplazó su viaje a Oriente Medio para estar en Washington en la votación en caso de que hiciera falta su voto de desempate en el Senado. La Cámara alta está formada por 48 senadores demócratas y 52 republicanos (aunque acaban de perder el escaño de Alabama) y la enfermedad de John McCain, que está tratándose en Arizona, les dejaba solo con 51 y temían una deserción de última hora.
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Más allá de las luchas intestinas del partido republicano, la propia reforma fiscal es angulosa. El impuesto de sociedades cae del 35% al 21%, el tramo máximo para las mayores rentas encoge del 39% al 37% y, en beneficio de las clases trabajadoras, casi duplica el mínimo exento (de 6.500 a 12.000 dólares y el doble para parejas) y mejora las ayudas por hijo, gastos médicos y estudios. Trump la vendió durante la campaña electoral como la reforma que ayudaría sobre todo a la clase media y trabajadora estadounidense, pero a la postre, aunque prácticamente toda la población va a pagar menos impuestos, los cambios favorecen especialmente a los más ricos.
En total, esos puntos porcentuales que desaparecen y deducciones que se añaden o se aumentan suman un montante de 1,5 billones de dólares que dejan de entrar en las arcas públicas. El argumento republicano es que cuanto más baja la presión fiscal, más se anima la economía, y, al acelerarse el crecimiento, aumenta el tamaño del pastel y el fisco acaba ingresando lo mismo pese a que los gravámenes bajen. Es decir, que el mayor dinamismo compensa el recorte de los tipos impositivos y la reforma fiscal, de alguna forma, se paga sola.
Pero muchos expertos, incluido el comité fiscal del Congreso, advierten de que esos cálculos son demasiado optimistas y que el bocado a las arcas seguirá sumando al menos un billón de dólares en esa década.
El proceso terminó como empezó, con complicaciones. La Cámara de Representantes tuvo que repetir la votación este miércoles, pese a que ya había que había votado a favor del proyecto definitivo el martes, porque justo después, cuando el texto llegó a la otra cámara,los senadores cambiaron tres provisiones que incumplían la normativa.
Fuente: elpais.com