En la muestra “El Che, una odisea africana”, en el Colegio de San Ildefonso, Ciudad de México, por primera vez se exhiben documentos recobrados y exhibiciones de foto y video que reconstruyen los siete meses que el argentino Ernesto Guevara pasó en el país africano, tratando de replicar la revolución cubana
Por Julián Gorodischer (texto) + Augusto Mora (ilustración)
En 1960, Patrice Lumumba fue designado como primer ministro en elecciones libres del Congo. Pero, al poco tiempo de asumir el gobierno, el país se sumergió en el caos. Los belgas –antiguos colonizadores del territorio- no querían perder el control de la riqueza minera. Lumumba, aislado, pide apoyo a los soviéticos. A su fusilamiento asistieron agentes de la CIA y del gobierno belga, según se afirma en la exposición El Che, una odisea africana, muestra -abierta hasta el 21 de enero- que recorre los 7 meses que el argentino Ernesto Che Guevara pasó en Congo, intentando liderar una nueva revolución. En la exposición, realizada en el Colegio de San Ildefonso, Ciudad de México, por primera vez se exhiben documentos recobrados y exhibiciones de foto y video, entre otros.
Es la historia de un fracaso, la que se narra en Pasajes de la guerra revolucionaria: Congo, el libro escrito por el propio Che que sirve como guión de la exposición. Aquí se cuenta que el Che no quería terminar su vida como ministro de Industrias. Entonces, hace pública su intención de seguir su vida de guerrillero y llevar la experiencia de Cuba a otras regiones del mundo. Se afeita la barba. Lentes, sombrero, prótesis y un pasaporte falso. Ya era el ícono revolucionario que adornaba las paredes de medio mundo y, sin embargo, partía en mayo del ’65 en misión clandestina.
«Yo soy en adelante Tatu –dice la cita del Che sobre fondo negro, devenida en núcleo de peregrinaje-, en el pasaporte me llaman Ramón y en Cuba me decía el Che».
Mientras tanto, la CIA emite un comunicado (legible en la muestra): difunde un rumor de que el Che está internado por cáncer de pulmón en un hospital de La Habana. En otro informe, se dice que lo asesinaron en una emboscada durante unas vacaciones cerca de Santiago de Cuba. Dice Vázquez Paravano: «El personaje me quedaba grande para expresarlo con mis palabras. Que se hable, que se cuente, él mismo».
En todo momento, la muestra apunta al costado íntimo del jefe del batallón. «No es un período exitoso como para resaltar; es un capítulo de la vida del Che que, sin embargo –dice el curador-, puede ser otro tipo de momento épico, más ligado a una evolución interior, formación, extrañamiento y encuentro con la muerte de su madre».
En la sala que narra la pérdida se llega al clímax emotivo, conjugando la proyección de imágenes de un Che niño en el regazo materno, el audio de la voz del Che contando su propio duelo en una carta, a poco de comunicársele el fallecimiento, y un escritorio al que uno se puede sentar a leerla, en el marco de una instalación profundamente emotiva.
-Mi back-ground –dice Vázquez Paravano- es el teatro argentino. Mis instalaciones tienden a abordar el personaje desde otro lado, removiendo fibras sensibles.
Uno se sienta en esa banqueta frente a la caligrafía ilegible del Che «y se sitúa simbólicamente en su espacio –sigue-, conoce al Che hijo, al Che sensible, al Che lector, al que deja a su esposa y a un hijo que estaba naciendo en Cuba para seguir haciendo la revolución, con toda su libido en generar otras Cubas, sin poder imaginarse como ministro».
La Dawa hizo daño –creía el Che- en la preparación militar de los africanos. Rendían culto a materias mágicas –líquidas- que había que echar sobre el combatiente. Y a una mancha de carbón en la frente que operaba como escudo. El Che temía que las supersticiones se les vinieran en contra.
Se cerraban así meses de una intensa actividad lectora: nunca había tenido tanto tiempo corrido para leer –por lo general trepado a una rama- como en las largas esperas previas al cruce del Tanganyka.
En la biografía de Paco Ignacio Taibo II –Ernesto Guevara, también conocido como el Che (2002)- el autor advierte que «nunca faltaron lecturas al Che en el Congo».
Al momento de la retirada, el Che sumaba más de 30 kilos en libros. Aragonés (su amigo y combatiente cubano en el Congo) recordó ante el grabador de Paco Taibo: «El Che había pedido que le cargaran la mochila de libros (…). Pero yo di el permiso de dejarla enterrada. Ya habrá libros en Cuba, no te angusties».
Poco tiempo después, embarcado sobre el lago Tanganyka, analizaba el Che las razones del fracaso. «No hubo un solo rasgo de grandeza, un gesto de rebeldía, en esta retirada». Faltaba poco para que se desatara en el Congo uno de los peores genocidios de su historia tras el ascenso al poder de la dictadura de Joseph Mobutu. En su rincón de cierre, la muestra deja entrever que fue el uranio de los subsuelos africanos –real motivo de la codicia belga y estadounidense- el que nutrió las bombas atómicas de Hiroshima y Nagasaki. Habría provenido de una mina al sudeste del Congo. Por eso era indispensable mantener al país en un nivel infantil de desarrollo.
Y dijo esa frase que quedó en la historia: «Otras tierras del mundo reclaman el concurso de mis modestos esfuerzos». El poeta cubano Miguel Barnet le tributó al día siguiente, con un poema publicado en el Granma recién fundado: «No es que yo quiera darte/ pluma por pistola/ pero el poeta/ Eres tú».
Ese es el tono crispado por el que decidió transitar esta muestra conmovedora que, por estos días, difunde la proeza del Che en la Ciudad de México, como signo antitético a la tendencia política neoconservadora que hegemoniza el hoy de las Américas. Se lo explora en su sensibilidad; queda expuesto «a través de su batalla interna –resumen Valentina Siniego y Bana Fernández, en un texto que funciona como Epílogo-, su mirar de frente al fracaso y, sin embargo, el triunfo de la congruencia intrínseca que lo define».
LEA MÁS
______
Vea más notas en Cultura
Fuente: infobae.com